IV

111 14 1
                                    

Narrador omnisciente.

~10 años~

Los hermanos no siempre se llevan bien.
Hay veces en las que como todos, tienen discusiones.
En esta ocasión, Bill le había aplicado la ley del hielo a Tom desde el día anterior.
¿Pero qué ocurrió?

Domingo en la tarde:

— No quiero que venga. — Exclamó el menor de los gemelos. — ¿Y si le decimos a mamá que nos cae mal? No nos puede obligar a jugar con ella.

— Nos preguntará por qué, si antes pasábamos mucho tiempo con Lia ¿Y qué le respondemos? No quiero decirle que la bese.

— No le hubieses besado en primer lugar. Ahora va a ser incómodo.

Bill no estaba muy contento con la idea de que Lia fuera a su casa, pero Simone ya había invitado a su amiga y siempre caía con esa niña.
Los tres eran buenos amigos, o al menos se llevaban bien hasta que...Bill se enteró del beso.
Estuvo todos esos días recordándole a Tom de su beso, y él se encargaba de dejarlo tranquilo diciéndole que no era nada más que un error que tuvo.
Pero no siempre funcionaba, y menos hoy, que Lia pasaría la tarde con ellos.

Sentados en la sala mientras miraban televisión, el menor de los gemelos refunfuñaba cada tanto como si estuviera enojado y el mayor no sabía qué hacer al respecto.
Ya había visto a Bill celoso antes, como cuando le llegaron las primeras cartas de amor a Tom y él se ponía en modo "no se van a robar a mi hermano"
Tom pese a las molestias de la escuela, siempre había sido popular entre las niñas, por lo que siempre tenía a una detrás. Y a Bill le molestaba la idea de que su hermano mayor pudiera dejar de darle atención por alguna de ellas.

— ¡Niños! Llegó la visita, vengan a saludar. — Llamó Simone desde la puerta.

Ambos se levantaron desganados para ir con ella y mientras se acercaban, veían como una niña rubia con pelo largo, de menor estatura que ellos pero de su misma edad, entraba a la casa seguida de su madre.
Cuando Lia hizo contacto visual con los hermanos, inmediatamente clavo su vista en Tom.
Este puso sus manos en sus bolsillos delanteros y sólo pasó de su mirada.

— Hola. — Dijeron los niños al unísono.

Después de saludar a la señora, Simone les dijo a los tres menores que fueran a algún lado a jugar mientras ellas les hacían algo de comer.
Lía se notaba incómoda, pero eso no impedía que se acercara a Tom lo más que podía.
Habían ido al patio, donde estaban sus bicicletas (la roja de Bill y la azul de Tom)
Gran error.
Ambos anteriormente habían estado enseñando a Lia a andar en bicicleta, por lo que la rubia pensó que ese día sería igual.

— Tom, Tom, Tom, si no me sostienes me caeré. — Dijo ella con un pequeño puchero, habiendo agarrado la bicicleta azul.

— ¿Todavía no puedes hacerlo sola? Llevamos semanas haciendo esto. — Se quejó Bill. Pero tenía un punto, hacía tiempo le estaban enseñando a hacer lo mismo una y otra vez.

— Está bien, solo, agárrate que yo te llevaré. — El mayor no quería ser grosero, por lo que se puso al lado de ella y la ayudo tomando el volante y el asiento. De una manera que podía hacer que Lia tuviera equilibrio.

El menor de los Kaulitz apretó los labios en modo de disgusto, pero no dijo nada.
Ya cuando estuvieron como 15 minutos haciendo lo mismo, se comenzó a aburrir.

— ¡Tom! Ahora hagamos carreras nosotros, anda. — Pidió poniéndose frente a ellos para impedir que siguieran avanzando.— Acabó tu turno, Lia, ahora le toca a mi hermano.

— Lia, me toca jugar a mí.

— ¿Me llevas en la parte de atrás?

—Vas a hacer peso y esto es carreras. Estorbas. — Bill la sacó de la bicicleta agarrándola del brazo.

— Bill, no le digas eso. — Defendió Tom. — Lia, déjame jugar con mi hermano también. Será una carrera, ya después puedo llevarte a dar una vuelta...

Y así fue como toda esa tarde Tom se comportó como un caballero con la rubia, y Bill simplemente se sintió de lado.

Actualmente.

Ya era lunes y ambos estaban en la escuela.
Como siempre se sentaban juntos, pero lo que les llamó la atención a todos es que ese día habían llegado sin agarrarse de las manos.
Y en toda la clase no se habían dirigido la palabra.
Fue a la hora del almuerzo cuando Tom se puso nervioso, ambos tenían que ir a su lugar secreto pero no sabía si Bill iba a querer hacerlo. El menor se ponía muy caprichoso cuando quería.
Sin más solo agarró a su hermano de la muñeca y lo llevó arrastrando hasta el gimnasio.

— ¡Suéltame! Puedo caminar solo.

— Pero no puedes andar por ahí solo y lo sabes ¿Ibas a ir a la cafetería si no almorzabas conmigo por estar enojado?

— Yo...bueno, no. Te iba a seguir...

— ¿Significa que me perdonas?

— No te perdono. Me dejaste de lado, dijiste que no le querías volver a ver y aún así estuviste con ella.

— Si la tratábamos mal le diría a su mamá y sería un problema para nosotros.

— Pero ni siquiera llegamos a jugar a las carreras porque se empeñó en no dejar que la dejaras.

— Es un poco como tú ¿no crees?

— Y como tú. Tú tampoco me dejas sólo. Somos hermanos, tenemos que estar siempre juntos.

— No me hablaste en la cena, ni en el desayuno de hoy hasta ahora. Tú me estás dejando sólo.

—...Perdón. — Bill agachó la cabeza, jugando con sus manos pensando en que no estuvo bien haber hecho sentir mal a Tom.

Tom se quedó mirando fijamente a Bill, estando un poco molesto pero tomando aire para dejar salir un suspiro y terminar relajándose. Observó que no hubiera nadie al rededor y una vez que se aseguró de la soledad del lugar, tomó a Bill de las mejillas y dejó un beso casto en sus labios.

— Perdonado.

— ¿Así nos disculparemos ahora? — El menor tenía una carita de sorpresa, pero no se había extrañado.

— Mhm...claro. Si te portas mal, no hay beso. Promesa de hermanos.

— ¡Está bien! Entonces...— Esta vez fue él quien se acercó a dejar un pequeño besito.— Tú también perdonado.

Terminaron el día volviendo a estar unidos.
Poco a poco las cosas iban a cambiar y nadie lo sabría.

Promise me || TWC Kaulitz Donde viven las historias. Descúbrelo ahora