II

102 14 6
                                    

Narrador omnisciente.

-10 años-

Hora de ir a clases.
Bill odiaba la escuela.
Pero, sobretodo, odiaba a sus compañeros.
Muchas veces había terminado con chicle en el pelo, sentándose en algo pegajoso que ponían en su asiento, y sobretodo nadie se acercaba a hablarle amigablemente.
Digamos que tenía una personalidad bastante extravagante. Solía cantar por los pasillos, a veces se ponía a bailar en los recreos con música aleatoria, su risa era en tono elevado y si algo le molestaba mucho a los niños, era el hecho de que se llevara bien con los profesores.
Pese a lo fastidioso que podía resultar ir a clases, no perdía la sonrisa de su rostro porque ahí estaba Tom. En su mismo salón.
Tom jamás se quejaba de la personalidad distintiva de Bill. Le parecía adorable y le gustaba que él se sintiera tan feliz siendo como es.
Por eso estaban todo el tiempo juntos, de acá para allá.
Se sentaban juntos.
Iban juntos a la cafetería.
Pasaban juntos el recreo.
Bill se sentía totalmente satisfecho de que fuese así, no necesitaba otro amigo. Ya tenia a su hermano y eso era más que suficiente.

— Bien, niños ¿Tienen todo lo que necesitan? — Ya los tres se encontraban en la entrada de la escuela a la que los gemelos asistían.

— Sí, mamá. — Respondieron en unísono.

— Cuídense ¿Sí? Traten de no meterse en problemas. Tom, eso va más para ti. Y...Bill, si pasa algo, tienes todo el derecho a responder. No sigas dejando que te pasen por encima. — Aconsejó su madre, despeinando a ambos levemente el cabello.

— No le tengo miedo a nadie. — Era mentira.

— Solo no dejes de brillar.

Ambos asintieron con la cabeza y se tomaron de las manos para entrar a la institución.
Siempre recibían miradas una vez que ponían un pie dentro, y se oían murmullos donde sobretodo el tema era principalmente Bill.
Él no se dejaba intimidar por ello, todo lo contrario, trataba de ocultar la incomodidad que eso le generaba caminando con una sonrisa, dando pequeños brincos con cada paso y mirando hacia a los lados, pero sin hacer conexión visual con ninguno porque eso sí ya sería como suicidio.
Por el contrario, Tom sí veía a cada una de las personas de los pasillos, frunciendo el ceño si alguien los señalaba y siguiéndolos con la mirada para hacer notar su presencia.
Los niños podían ser muy crueles.

— ¡Ahí están Tom y su hermana!

— ¿Qué acaso no es un chico?

— En halloween se viste como mujer.— No era mentira, Bill rebuscaba entre la ropa de su madre para tener un disfraz llamativo.

Los gemelos hacían odios sordos, sólo tenían que llegar al salón.

Una vez en sus asientos, sonó el timbre que indicó el inicio de clases.
Ninguno destacaba mucho en sus notas, sin embargo la curiosidad de Bill de estar siempre levantando la mano o su amabilidad hacía que los profesores le hubieran tomado cierto cariño.
Por el contrario, Tom era bastante más callado y casi nunca prestaba atención en clase. La única razón por la que aprobaba era o porque Bill lo ayudaba en la tarea, o le pasaba con disimulo las respuestas en los exámenes.

— Tom, la profesora. — Bill golpeó suavemente con su codo a su hermano, quien estaba mirando por la ventana por lo que no se había dado cuenta de que la profesora le había hecho una pregunta.
Inmediatamente salió de su trance y volvió su vista al frente.

— Tom Kaulitz, si sigues así, voy a moverte de ese lugar y te sentaré acá en frente. — Oh no, eso significaría que ya no se sentaría al lado de su hermano.

— Lo siento. — Dijo sin sentirlo de verdad, apoyándose en el respaldo de la silla con ganas de que ya terminara la clase ¿Su horario favorito? El recreo.

Y vaya que Dios había escuchado su petición, porque inmediatamente sonó la campana.

Ambos salieron casi trotando del salón de clases, con Tom jalando del brazo a Bill para que vayan a su lugar secreto.
Detrás de las escaleras del gimnasio.
Un lugar no muy cómodo por los fierros que habían y el poco espacio que había, pero casi nadie iba al salón del gimnasio en los recreos y verdaderamente odiaban estar en el gran patio lleno de chicos.

— Me gustaría poder pasarla en otro lado. Este lugar...tiene arañas. No me gustan las arañas. — Dijo el pequeño Bill mirando las telas de arañas, buscando esquivarlas a toda costa porque si topaba alguna de casualidad seguro y se pondría a gritar.

— ¿Recuerdas la última vez que estuvimos en el patio?

Claro que lo recordaba.
Ese día Tom había ido al baño sin su hermano, prometiéndole que regresaría pronto y que se quedara allí mientras comía sus dulces.
Creía que en unos pocos minutos nada podría pasar.
Sin embargo, en cuanto llegó vio una escena que lo hizo hervir la sangre.
Dos niños y una niña se encontraban tirando fuertemente del cabello Bill, su bolsa con caramelos se encontraba tirada en el suelo y él sólo parecía estar pidiéndoles que pararan, pero sin reaccionar.
Ese día Tom fue a la dirección por golpear a los dos chicos y tirar del cabello de la chica hasta arrastrarla por el piso.

"—No puedes hacerle eso a una mujercita. — Decía la directora."

"—¿Pero ella sí puede hacerle eso a mi hermano? Espero que le haya dolido el triple de lo que le dolió a mi Bill.— Respondió sin más."

— Sí...me acuerdo.

— ¿O cuando quisimos comer en el comedor como todos los demás?

Ese día también había sido un desastre.
Unos chicos con aproximadamente 4 años más que ellos habían derramado "sin querer" jugo de arándanos en la ropa de Bill, lo cual para él había sido muy triste ya que esas prendas las había diseñado por sí mismo rompiendo las mangas de su camisa, dibujando en ella y haciéndole alguno que otros cortes más.
Casi todos en el lugar comenzaron a reírse y Bill no sabía qué hacer, apenas había comenzado el día y no tenía qué otra cosa ponerse.
Tom era inteligente y de mala manera aprendió que aunque quería defender a su hermano, no iba a poder con los de mayor grado, así que sólo lo sacó de ahí y sin importarle nada en lo absoluto se sacó su propia camisa y con eso lo vistió. Él se puso la prenda sucia de su hermano y estuvo todo el día así.

— ¿Algún día esto frenará? — Bill apoyó su cabeza en el hombro de Tom, tomando su mano y dando caricias inocentes con su pulgar.

Estaba verdaderamente agradecido de todo lo que hacía por él. Lo amaba, era su persona favorita en el mundo entero.

— Cuando seamos más grandes podremos contra cualquiera. Nadie podrá hacernos nada. — Con su mano libre acarició el cabello de Bill, bajando poco a poco hasta apretar su mejilla.— No te preocupes. Estaremos bien, más que bien. Seremos grandes personas.

— ¿Por qué las cosas tienen que ser así? ¿Es por cómo me visto? ¿Debería cambiar mi ropa? ¿Mi cabello?

— No puedes mezclarte cuando has nacido para destacar. — Apretó suavemente el agarre de sus manos. — Eres perfecto así, y te aseguro que eres mejor que todos los demás.

Tom no mentía.
Ante sus ojos, Bill era un ser increíble. Con un corazón amable, una sonrisa hermosa y una personalidad única que no se podía comparar con la de ninguna otra persona. Y eso le gustaba.
Lo normal era aburrido.
Pero Bill se había encargado de crear su propio estilo y de lucirlo como tan sólo él podía.

Ese día habían sobrevivido a la escuela sin ningún inconveniente.
Esperaban que los demás días fueran así de tranquilos.

Promise me || TWC Kaulitz Donde viven las historias. Descúbrelo ahora