Brisa sabía que aquello era una estupidez. Sabía que su padre la asesinaría en cuanto llegara a casa y que su madre la amenazaría con expulsarla de la casa.
Sabía que sus vecinos la etiquetarían con crueldad.
Otra loca más...
Y poco le importaba, también.
Por eso fue que entró a aquel bar, estrujándose los dedos y mordiéndose los labios mientras caminaba hacia la barra.
Ella nunca había estado en un lugar como aquel. Allí solo viene la otra mitad.
Los chicos malos, los rebeldes, las chicas 'sin rumbo', como solía llamarlas su madre.
Y ahora ella, hija del reverendo, una niña ejemplar del pueblo, caminaba hacia la barra del Mistery Bar, sintiéndose tan fuera de lugar que podía hasta sentir las miradas de todos allí clavadas en su menuda figura.
"¿Dis-disculpa?" Murmuró, y la enorme figura de una chica morena se giró hacia ella, esbozando una sonrisa de oreja a oreja. Esa era Lourdes Gonzales, una de las peores. Alta, musculosa como una jugadora de lucha libre y tatuada hasta el trasero. Podía ser increíblemente simpática cuando se lo proponía.
La morena entrecerró los ojos mientras recorría a Brisa con la mirada.
"Brisa Domínguez, ¿Qué demonios haces tú aquí?" Farfulló, entre divertida y completamente azorada.
"No tengo idea." Susurró Brisa.
¿Porque estoy harta de mi vida? ¿Aburrida? ¿Vacía?
"¿En qué puedo ayudarte entonces?" Lourdes y se inclinó sobre la barra, mientras miraba a la niña Domínguez, siempre tan obediente y tranquila, casi temblando allí, en medio de toda esa gente tan diferente a ella.
"Quiero hacerme un tatuaje." Soltó Brisa valientemente, y se pudo felicitar en silencio por su muestra de arrojo.
"¿Un tatuaje?"
"Sí, eso". Lourdes soltó una carcajada, y Brisa le frunció el ceño de inmediato. "¿Que?" Espetó, molesta.
"Oh, nada, nada, es sólo que... Olvídalo. ¡Angie!" Brisa pegó un salto cuando la morena llamó a gritos a su amiga, sin siquiera dejar de mirarla.
Desvió sus ojos marrones hacia una escalera detrás de la barra, por donde apareció el infierno personal de su padre y de todo el pueblo en realidad.
Chaqueta de cuero, botas y jean negro, cabellos azules, rebeldes ojos color avellana.
Perfecta.
O eso es lo que Brisa esperaba.
La castaña sabía que si alguna vez alguien se enteraban sobre quién era la protagonista de todos sus sueños, la desterrarían.
Bueno, no, pero sí la rechazarían.
En Forks no había lugar para dudas. O estabas del lado de los 'puros', gente cerrada de mente, frustrada y anticuada, quienes tenían como mayores enemigos al Diablo, los gays y los negros, o estabas del lado de los rebeldes.
En su mayoría jóvenes hartos de una vida de privaciones. Sexo, vicios, tatuajes, malas palabras y estupideces ilegales.
En este último grupo se encontró a Angie Velasco, el amor platónico de Brisa desde que tenía memoria.
Angie había vivido toda su infancia a sólo una calle de la castaña. Jugaban juntas de pequeñas, pero con el correr de los años, Brisa había visto cómo sus caminos se dividían cada vez más.
Ella hizo todo lo que se suponía que debía hacer. La otra hizo todo lo que le prohibieron hacer.
Hacía años que Angie se había mudado de su hogar de la infancia, pero Brisa la vio pasar de vez en cuando en su moto, siempre vestida de negro, siempre fumando, siempre con su típica fachada de chica mala. Era una decepción para sus padres, y para el pueblo entero.
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The Tattoo. | Brangie G!P Adaptación.
Fanfiction- ¿Un tatuaje? - ¿Acaso estás loca, Domínguez? Espera, ya sé, Satán te ha poseído, no eres tú mismo en este momento, ¿Verdad? - ¿Sabes qué, Velasco? Vete a la mierda. Angie perdió su precioso trasero alejarse de ella. Brisa Domínguez nunca, pero nun...