Capítulo 1.

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Pérdida. f. Carencia, privación de lo que se poseía.

Capítulo 1.

Pérdida. Es lo que sientes cuando alguien se va, cuando alguien muere. Es inevitable, la muerte, me refiero, o perder a alguien que amas, no lo sé, quizá es que no lo entiendo. No aun, o tal vez, nunca terminaré de entenderlo realmente.

Fue rápido, desgarrador, casi violento, pero silencioso.

Abandono, se acerca más a lo que siento.

Me pregunto si sabías sobre el abandono, si alguna vez lo experimentaste. Me pregunto si creíste que iba a abandonarte. No lo hubiera hecho, eso lo puedo jurar, aunque ya no sirve de nada, ya no estás.

Hay demasiadas personas para contar, caras con narices rosadas y ojos llorosos que jamás había visto en mi vida, personas que no sabía que existían. Pensé que solo nos teníamos el uno al otro, pero ahora noto que yo solo te tenía a ti. ¿De dónde salió tanta gente? Nunca me hablaste de ella. No es un reclamo, solo estoy sorprendida, abrumada, triste. Siempre supe que no podría llegar a conocerte lo suficiente, eras un misterio que me mantenía atraída como un enorme faro de luz azul. Estuve jugando el papel del insecto todo el tiempo, y lo amaba.

Me gustaba no saber nada de ti, porque tú lo sabía todo de mí. Conocías mis miedos, mis risas y mi hierba favorita, todo lo que había que saber sobre mí. Sabías que odiaba la pasta y la sensación húmeda del sudor en mi frente. Y yo sabía que tú me amabas, pero nada más allá de eso.

"Uno de los dos debe mantener el misterio", me habías dicho. Ahora no estoy tan segura de quererlo.

Te conocí en un tejado. Nuestra conexión había sido inmediata. Yo miraba las estrellas y tú cuidabas que no me cayera. Nos unía el abismal contraste de caos y tranquilidad que había entre los dos. Por supuesto, yo era el caos. Tenía un mundo y medio hecho mierda y solo deseaba que el cielo se apagara, que el universo se consumiera. Nunca supe por qué una persona como tú estaba en un techo polvoso como aquel; tus pantalones de lino y esa horrible pero elegante camisa de botones no pertenecían a ese lugar, junto a mí. Tampoco recuerdo cómo había llegado yo, de todas formas. Desearía no haber estado tan drogada ese día. Todo a mi alrededor daba vueltas y se mecía de un lado a otro, pero tu rostro a centímetros del mío era lo único que permanecía estático, lo único que tenía sentido.

-Acabo de olvidar cómo moverme- te había dicho- ¿Crees que podamos quedarnos aquí?

En ese momento tu sonrisa comenzó a dar vueltas en medio de la oscuridad, brillaba tanto que podía confundirla con la luna, aunque, si soy honesta, era mucho más bella. No respondiste, o no recuerdo haberlo escuchado, solo te quedaste sonriendo un poco más. Quizá no recordabas cómo hablar.

-Estas muy drogado- quería tocarte el rostro, quería que la piel de mis dedos se fundiera en tus mejillas y pudiéramos ser parte uno del otro, pero era cierto, había olvidado cómo moverme

-Tú también- dijiste apenas en un susurro, tan bajo y suave que casi no lo escucho

Al día siguiente, ninguno recordaba lo que habíamos hablado, pero estaba bien, porque quizá había dicho cosas que no me atrevería de decir a la luz del sol, o sobria. Intentamos descubrir cómo habíamos bajado del tejado, pero la memoria no nos alcanzó para tanto.

Recuerdo que estabas muy preocupado porque eran casi las cuatro y tenías diecisiete llamadas perdidas y un buzón lleno de gritos de tu mamá. Mi teléfono estaba limpio, no había notificaciones. Estuviste al menos media hora tratando de comunicarte a casa, pero nadie atendió.

-Van a matarme- dijiste- No debí venir- yo solo podía pensar que esa actitud ansiosa y el remordimiento de pasar la noche fuera de casa sí pegaba con los pantalones de lino

-¿Primera vez?- quise saber

-Y la última

Me hiciste reír sin tener la intención. Me parecía una situación graciosa y exagerada. Se me ocurrió que si seguías dando vueltas harías un hueco en el piso y caerías cada vez más abajo hasta llegar al subterráneo, como en las caricaturas. De alguna forma no podía sentir remordimiento de haberte persuadido para que te quedaras conmigo esa noche, ni siquiera después de verte transpirar desesperación. No podía sentir más que alegría, tal vez porque estabas ahí o tal vez porque seguía arriba.

Hubiera deseado que ese momento fuera eterno, poder quedarnos en una especie de limbo infinito en el que yo creía saber todo de ti y tu desconocías todo de mí. Pero ya lo sabía, nada es para siempre, ni siquiera tú.

Más tarde, en la recepción, la gente hablaba de cosas que no entiendo, como la escuela, la vida y el tenis. También hablaban de ti. De hecho eras el tema principal. Conocí a tu madre, por cierto. Le dije que era un amiga tuya de la universidad, aunque no mencioné que solo me colaba para verte o que creía que la universidad era una pérdida de tiempo. Pérdida. Tu madre es una mujer muy amable, pobrecilla, está destrozada. Todas las personas en este lugar se consolaban mutuamente. Yo soy la única que no encaja. Yo solo encajaba contigo, aun en tu muerte, me siento más cómoda junto a la enorme foto de tu cara risueña.

Me pregunto si te dolerán las mejillas al sonreír durante toda la eternidad. Recordé todas las noches que pasamos juntos, sobre todo aquellas en las que reíamos como locos en el balcón de la casa de mi hermano y debíamos taparnos la boca mutuamente para no hacer ruido, a pesar de que Leo estaba de viaje y la ciudad estaba dormida. Parecía que debíamos mantener un secreto importante, aunque lo realmente importante era que estábamos juntos. Siempre que te quejabas de dolor de mejillas me dabas una excusa para tocar tu rostro y masajearlo. Lo confieso, tener mis manos sobre ti, sin importar en que parte de tu cuerpo fuera, era todo un deleite. Tuve el impulso de tomar una de las tantas velas en la habitación y quemar esa hermosa sonrisa, porque no podía resistir la idea de no poder calmar tu dolor eterno de mejillas. Me resistí, no te preocupes.

Ese no fue el único pensamiento caótico que se me cruzó por la cabeza, pero estaba lo suficientemente sobria como para mantenerme quieta. Te confieso que fue difícil encontrar una muda de ropa que no oliera a hierba, pero lo conseguí. Tuve que hurgar entre los pantalones de mi hermano y las blusas de mi madre que guardaba bajo la cama. Mi ropa tampoco encajaba con la de las personas a mí alrededor, pero, en mi defensa, no sabía que estarían aquí.

Te extraño. Apenas te fuiste y ya me siento perdida. No tengo rumbo si no estás aquí, Mase. ¿Por qué te fuiste? ¿Por qué no me llevaste contigo? Te hubiera seguido a cualquier parte. Me siento incompleta sin ti, y sé lo que dirías, que solo es temporal, pero te equivocas. La incertidumbre que sentía cuando estábamos lejos era tolerable, porque de una forma u otra sabía que volveríamos a estar juntos. Ahora es diferente. Tú ya no volverás. Ya no habrá un nosotros, nosotros en la madrugada, nosotros en el tejado.

Simplemente, ya no seremos.

Nosotros en la madrugadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora