Capítulo 4.

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En mi corazón hay un hueco.

Es chiquito y tiene la forma de tu pecho, en el que solía recostarme y dormir tranquilamente.

A veces también tiene forma de tu sonrisa, aquella que solía contemplar durante horas, la misma que me había cautivado la noche en que nos conocimos.

Puede que tenga forma de tus ojos, siempre cansados y a punto de cerrarse, pero igualmente fijos solo en mí, como si fuera el único motivo por el que permanecían abiertos un poquito más.

Ese hueco tiene forma y se deforma a su antojo; cada que extraño algo de ti, cambia y me recuerda que ya no estás aquí.

Capítulo 4.

Trato de llevarlo bien, pero no hago más que una actuación ridícula. Desde muy chica he dejado partes de mí en lugares que ni siquiera puedo recordar, en personas que ahora no significan nada. Para cuando llegue a ti, no era ni la mitad de una persona, y ahora que no estás, jamás podré estar completa.

Oh Mase, ¿Qué me hiciste? ¿En qué me convertiste? No dejo de pensar en ti, cada día, cada hora, en todo momento y en cualquier lugar, lo único que veo eres tú. Estas en el humo de mis cigarrillos, en la espuma de mi cerveza favorita, en los destellos de mi memoria cada que me veo al espejo, en medio de la oscuridad, cuando todo se torna borroso y la realidad se me sale de las manos. Estas ahí, en cada aroma, en el viento suave que arrastra el olor a vainilla del pan recién horneado y en el café cargado del restaurante frente a mi casa, en el perfume de mi hermano que solías usar para que tus padres no percibieran el característico olor a hierba que dejaba en ti cada noche. Estas siempre en mi piel, en cada rose suave de las sabanas, en los abrazos de consuelo de Leo que se sienten casi tan cálidos como los tuyos (aunque siempre noto la diferencia), estas en el hormigueo que me recorre la espalda cuando recuerdo cómo se sentía tener tus manos recorriéndome.

Maldición, Mase, estas en todos los malditos lados del maldito mundo. ¿Cómo se supone que siga adelante? ¿Cómo pretendes que me olvide de ti? Dime, Mase, ¿Cómo borró todos los recuerdos, las memorias, los sentimientos? No es posible, no se puede. No quiero hacerlo...

Me sentía en la cima, Mase, en la cima del puto mundo, estaba feliz, extasiada, enérgica. Te juro que nunca había amado a alguien de la manera en que te amo a ti, porque es cierto Mase, por más que lo intente, no logro que desaparezca. Intente buscar alguien similar, que me hiciera sentir al menos más cerca de ti, pero su mirada no me pertenecía y su sonrisa no era más bella que la luna. Es que, Mase, no importa lo que haga, siempre serás tú. Siempre lo fuiste y eso no lo podrá cambiar nadie, ni siquiera yo.

La noche en la que sucedió todo, la noche en la que te fuiste, parecía no tener nada especial. Éramos tú, yo y un par de velas, como muchas otras veces antes, no había nada que indicara peligro, nada que nos preparara para lo que vendría. Ojalá lo hubiera sabido entonces. Si me hubiera enterado que todo terminaría esa noche, hubiera disfrutado más ese último beso, hubiera prolongado más ese último abrazo. Habría dado mi vida porque esos cinco minutos más dudaran la eternidad entera.

Ahora solo puedo pensar en ti y en nosotros y en lo mucho que desearía habernos quedado en ese punto de nuestras vidas tan solo unos minutos más, pero de la nada, sin previo aviso y casi sin permiso, todo se vino abajo. Que jodido, Mase, parecía algo tan simple, ¿Quién hubiera imaginado que escalaría a tanto? O quizá fueron solo nuestras mentes interpretando un mensaje erróneo de una situación cualquiera. No lo sé, Mase, ni siquiera logro recordar porqué mierda discutimos. Que estúpido, discutir, digo, sabiendo que nos amábamos tanto y que no podíamos vivir uno lejos del otro durante demasiado tiempo. Mase, que tontos fuimos, debimos vernos muy idiotas discutiendo por una bolsa de papitas o por quién debía obtener el último bocado de la tarta de cereza. ¿Por qué simplemente no la compartimos? ¿Qué nos impedía aceptar que ninguno de los dos tenía razón? Mase, odio decirlo, pero estábamos muy jodidos, tus cosas y las mías creaban un remolino de experiencias en el que ni tú no entendías mis razones y yo no prestaba atención a las tuyas. Quizá hubiera sabido entonces que te costaba poco socializar y mucho abrirte íntimamente, y quizá tú sabrías que a mí me pasa al revés; que yo prefería la noche y tú solías caminar de día; que el ruido y tú eran los peores enemigos, y yo ni siquiera me molestaba en prestar atención al caos a mi alrededor. Polos opuestos, Mase, que bendición. Mi esencia era fatalista y mi corazón siempre esperaba con todas sus fuerzas ese pequeño choque eléctrico que solo me sacudía cuando me llevabas la contraria, sabiendo que tenías razón y podrías presumir una sonrisa cargada de superioridad frente a todos, aunque nadie supiera el motivo o lo que escondías detrás.

Lo cierto es, Mase, que siempre estuve equivocada, en todo. Porque el ruido aturde y la noche deprime, porque los cortes duelen y no me hacen sentir mejor, porque la droga no me ayuda ni me hace una mejor persona. Estaba equivocada y tú tenías razón, siempre la tuviste y es momento de intentar algo diferente, eso que siempre me pediste y me negué a hacerlo. Hoy comienza mi nueva vida, Mase, ojalá estuvieras aquí para verla.


Nosotros en la madrugadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora