—La peste ha acabado con familias enteras. Solo hay muerte y desdicha en cada lugar que hemos visitado.
—Esto es obra del maligno, la brujería es la causa de tanta desgracia, por esa razón debemos limpiar cada pueblo que ha sido contaminado con su inmundicia.
—Mi señor, hay unos niños aún con vida dentro de la casa, están desnutridos, y sus rostros están demacrados; la mujer está putrefacta en la cama, debe llevar días allí. Y el hombre parece que lleva pocas horas de haber muerto.
—¡Quemad la casa entera! ¡Vamos! Rápido, hay que llegar pronto a Montefiore, debemos hacer juicio a estas brujas cuánto antes, y luego llevarlas a la hoguera.
—Señor, ¿qué haremos con los infantes?
—¡Quemen todo!
—¡Sí, señor! ¡Andando, ya escucharon al sacerdote!
—¡Qué Dios salve sus almas! Oremos... Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad, danos hoy el pan de cada día, perdona nuestros pecados, no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. Amén.
Mediados del siglo XVI. Lorenzo de Pierfrancesco de Medici llegó de su viaje desde Roma hasta el pueblo de Montefiore, en horas de una mañana fría y oscura, era otoño del año 1544. Acompañado de sus verdugos; enviados por la santísima inquisición. El pueblo estaba lleno de gente curiosa y asustada que los miraban con recelo. Venían desde Roma con una misión específica: investigar y castigar a las brujas que habían sido denunciadas por el párroco del pueblo. Lorenzo llegó al lugar en una carreta tirada por caballos, el pueblo era pequeño y pobre, situado en las colinas de la Toscana. Los habitantes vivían de la agricultura y el pastoreo. La mayoría eran analfabetos y supersticiosos. Algunos temían al cazador y a su carreta llena de instrumentos de tortura y libros sagrados; otros anhelaban su llegada para hacer sufrir a quienes creían que practicaban la brujería. Pero todos sabían que su llegada significaba dolor y muerte para los acusados. Traían consigo una jaula, esta, con tres mujeres prisioneras que habían sido acusadas de brujería en una zona aledaña, al no tener una iglesia óptima para ser juzgadas en aquel lugar, el inquisidor decidió llevarlas hasta la iglesia de Montefiore. El cazador de brujas más temido de toda Roma había llegado; este se bajó de la carreta y se dirigió a la iglesia, en donde lo esperaba el párroco del lugar.
—Bienvenido, hermano Lorenzo —dijo el párroco del pueblo en recibimiento a Lorenzo.— Es un honor recibirlo en nuestro humilde poblado. Hemos oído hablar de sus hazañas como exorcista y cazador de brujas. Estamos muy agradecidos de que haya venido a ayudarnos.
Lorenzo contestó a sus palabras de bienvenida diciendo:
—Gracias, padre Miguel. Es mi deber servir a la iglesia y a Dios. He venido a investigar las denuncias de brujería que han llegado a mis oídos. ¿Es cierto que hay mujeres que practican la magia negra y hacen pactos con el diablo en este lugar?
—Así es, hermano. Hemos encontrado pruebas irrefutables de su culpabilidad. Hemos visto marcas en sus cuerpos, objetos extraños en sus casas, animales muertos en sus huertos. Hemos oído testimonios de sus vecinos, que han sufrido enfermedades, sequías, plagas y desgracias por su culpa.
Lorenzo sacó una cruz de plata de su bolsa y luego de besarla y rezar en voz baja la colocó en su cuello. Entonces procedió a preguntar:
—¿Y dónde están esas mujeres? ¿Las han detenido?
—Sí, las tenemos encerradas en el sótano de la iglesia. Las hemos sometido a un interrogatorio preliminar, pero no han querido confesar sus crímenes. Están poseídas por el demonio y tal parece que no hablarán, al menos no con nosotros. Por eso le hemos pedido a Roma que colaboren con nuestra causa, para que así nos enviaran a su persona, pensamos que tal vez pueda ser de ayuda. Aunque le advierto señor sacerdote, estas son mujeres muy tercas y duras para confesar.
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Aleluya
HorrorAlessandro, un joven tímido e inocente, es víctima de la crueldad de Lorenzo, un inquisidor, exorcista y cazador de brujas que lo somete a todo tipo de abusos. Cuando Lorenzo condena a una bruja a ser ahorcada y apedreada hasta morir por practicar l...