Francisco permanecía atento desde la puerta de su casa. Observaba el paso de los coches tirados por caballos, que cruzaban la polvorienta avenida principal. Uno de ellos debía ser el transporte de la persona que esperaba. Frotando su barba, observaba a ratos el reloj que colgaba encadenado a su cintura. Cerca del mediodía, uno de los vehículos se detuvo en la entrada. Bajó un tipo con sombrero de copa, de impecable abrigo negro y una corbata de lazo en su cuello. Descargó un par de cajas y saludó al anfitrión, su amigo.
—Gracias por venir tan rápido, ¿cómo estuvo el viaje?
—Agotador, pero bien. ¿Cómo está Ud. y su esposa? - contestó el recién llegado con leve acento extranjero.
—Tranquilos, intentando llevar esto lo mejor posible.
Los hombres ingresaron a la casona de adobe con tejas de color rojo. Adentro, muchas personas conversaban en voz baja, la mayoría con una taza de té en sus manos. Luego de saludar, se dirigieron a uno de los dormitorios. Al interior del cuarto, una joven de quince años se hallaba recostada en una cama. Junto a ella, mirando conmovidas las situación, estaba su madre y su hermana pequeña.
La joven de rostro delgado parecía dormida. Su piel pálida fue coloreada sutilmente por su madre, para recuperar algo de su belleza extraviada. Su pelo rizado, impecablemente peinado, caía sobre su vestido victoriano. Sus brazos posaban sobre su estómago y una cruz de madera adornaba su cuello. El invitado la inspeccionó detalladamente mirándola en silencio. Luego ordenó a Francisco que lo ayudara a comenzar con los preparativos.
El lugar elegido fue la sala más iluminada de la casa, donde el sol ingresa en abundancia a través de sus ventanales. El sitio tenía un gran sofá, algunos floreros y muchos testigos alrededor. Que curiosos observaban un hecho que no todo el mundo tenía la posibilidad de ver. Otros, decidieron marcharse en ese momento.
El visitante acomodó sus implementos, paró un trípode y encima puso una caja tapada por un paño negro. Del frontis del aparato, sobresalía un gran lente que apuntaba directo al sofá. Luego de hacer unas pruebas, informó que estaba todo listo.
El padre llegó cargando a la joven entre sus brazos, escoltado por su mujer y la pequeña niña. La sentó justo en medio del sillón. La madre sujetó su cuerpo para que no cayera hacia un costado. El hombre que fuera contratado para realizar aquel trabajo, se acercó a la muchacha. Puso un arnés justo detrás, con el propósito de enderezar su espalda y cabeza. Sacó de entre sus pertenencias una aguja pequeña enhebrada con un hilo plástico y comenzó a coser sus párpados superiores a la piel. Luego de unos minutos la adolescente quedó posando de manera recta, y con sus ojos forzosamente abiertos.
Continuando con el proceso, pidió a sus padres que se sentaran uno a cada lado. Francisco tomó posición, miró a su hija y enderezó levemente su cara apuntando hacia el frente. La madre tomó la cruz de su cuello y la movió para que no quedara oculta en su vestido, cogió sus manos y las puso sobre sus piernas. La niña más pequeña se mantuvo a unos metros, atenta a que le dijeran lo que debía hacer.
Entonces el hombre de acento foráneo, quitó el paño negro que cubría la caja y la movió lentamente hasta encontrar la posición exacta para efectuar la labor que le fuera encomendada. Luego pidió a la niña que tomara un lugar en el sillón, sentándose a la izquierda de su madre. Los cuatro completamente inmóviles, se mantuvieron tranquilamente quietos. Esperando el momento de ser capturados por la imagen, la última como familia. Un silencio nervioso recorrió la casa, el que desapareció con el fuerte sonido y la luz que provino del aparato que los enfocaba.
Eso es todo, dijo el fotógrafo, concluyendo su trabajo. Los padres se pararon y se dirigieron hacia él. Le agradecieron y preguntaron un par de cosas. La hija menor se paró frente a su inmóvil hermana. Rozó su gélida mano. Empujó su cabeza, que lentamente se venía hacia adelante, y se quedó unos minutos perdida en su falsa mirada, en sus ojos sin luz, en su vista ciega.
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POST-MORTEM
HororUn visitante llega a cumplir con un trabajo que le fuera encomendado. Un trabajo único, complejo y macabro. Pero normal para la época