¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
— En donde Severus Snape enseña a los estudiantes de primer año, durante la toma de poder en Hogwarts al año siguiente de la muerte de Dumbledore.
Alguien más lo acompaña —
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
—Abran sus libros en la página 144...
A las seis en punto de la mañana durante ese fatal septiembre, los nuevos estudiantes, que encontraban asilo en la antaño alegre Hogwarts, sabían que esas palabras dichas en un frívolo y severo tono solo significaba una cosa...
Problemas.
Cada uno de los presentes sentía un irremediable deseo de salir corriendo, luego de que las posiciones de poder por parte de los mortífagos quedaran estabilizadas en la institución.
Las jóvenes mentes no encontraban una sola razón por la cual asistir ese año, o cualquier otro año... no ahora, no así.
Desgraciadamente, el viejo salón de pociones de las mazmorras estaba cada día más oscurecido por la presencia del que no debía ser nombrado y su secuaz e inteligente profesor, Severus Snape.
El maestro entendía la capacidad de manipular, actuar, atacar y mentir hasta al alma más pura con tal de seguir sirviendo a los negros propósitos de sus enemigos.
Y los jóvenes adolescentes solo podían esperar que Harry Potter y sus amigos salieran ilesos de, lo que se corría a voces, la cacería de Horrocruxes a fines de terminar con toda esa pesadilla.
Severus caminó, a zancadas, por el pequeño pasillo que recorría los pupitres hasta la zona de alquimia y pociones que les esperaba.
Tan sutil, tan esquivo como si, tras sus pasos, el viento pareciera verse cortado. Cual víctima del filo de una daga plateada.
Su mirada se dirigió a los asustados rostros de sus estudiantes. Sus mentones que, en otros años, rebalsarían de expectativas y respeto, hoy se veían presas del miedo, soledad. En una apresurada necesidad de correr... correr lejos de allí, sólo para no volver más.
—Hoy les enseñaré el divino arte de hechizar la mente y encantar los sentidos... —se paseó por la lúgubre aula, observando los pupitres, pergaminos y cabezas bajas. —. La maravillosa obra de un caldero burbujeante que sólo encuentra la plenitud en terminar una excelsa obra de la alquimia. . .
