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Aire muerto (parte 2)

Pasé la noche en vela, pensando en la decisión que tenía que tomar. Por un lado, sentía una irresistible atracción por el experimento del doctor Sánchez. Era una oportunidad única de participar en un avance científico sin precedentes y de vivir una aventura extraordinaria. Por otro lado, sentía un profundo temor por las consecuencias que podría tener el experimento. Era una locura exponerme a un riesgo tan grande y a un destino tan incierto. ¿Qué pasaría si el método del doctor Sánchez fallaba y me moría congelado? ¿Qué pasaría si el método del doctor Sánchez funcionaba y me convertía en un ser inmortal pero monstruoso?

No sabía qué hacer. Estaba dividido entre la curiosidad y el miedo. Entre la vida y la muerte. Entre el aire frío y el aire muerto.

Al final, tomé una decisión. Una decisión que cambiaría mi vida para siempre.

A las diez de la mañana, me presenté en el despacho del doctor Sánchez. Toqué a la puerta y esperé su respuesta.

-Adelante -dijo su voz ronca y apagada.

Entré en el despacho y lo encontré sentado detrás de su escritorio, como el día anterior. Su aspecto era aún más cadavérico y tétrico. Su piel era grisácea y translúcida, sus ojos eran vidriosos y opacos, sus labios eran negros y resecos, y su cabello era fino y quebradizo. Parecía un espectro vestido con un traje gris y una corbata negra.

Me saludó con un gesto de la mano y me preguntó:

-¿Has tomado una decisión, Carlos?

-Sí -respondí con voz firme-. He tomado una decisión.

-¿Y cuál es? -inquirió con impaciencia.

-Acepto -dije con determinación-. Acepto someterme a su experimento.

El doctor Sánchez esbozó una sonrisa siniestra y me dijo:

-Me alegro de que hayas aceptado, Carlos. Has hecho una elección sabia y valiente. No te arrepentirás. Estás a punto de entrar en la historia de la ciencia y de la humanidad.

Dicho esto, se levantó de su asiento y me invitó a seguirle. Me condujo hasta una puerta que había al fondo de su despacho y que estaba cerrada con llave. La abrió con cuidado y me dijo:

-Pasa. Aquí está mi laboratorio.

Entré en el laboratorio y me quedé estupefacto. Era una habitación pequeña y oscura, llena de máquinas, tubos, cables, botellas, jeringas, agujas, bisturís y otros instrumentos médicos. En el centro de la habitación había una camilla metálica con correas y electrodos. Junto a la camilla había un gran tanque cilíndrico con un líquido azulado y burbujeante. Y sobre la camilla había un termómetro digital que marcaba -10°C.

El doctor Sánchez entró detrás de mí y cerró la puerta con llave. Luego me dijo:

-Bienvenido a mi santuario, Carlos. Aquí es donde realizo mis experimentos sobre el frío extremo. Aquí es donde voy a someterte a mi método de hipotermia controlada. Aquí es donde vas a convertirte en un ser inmortal.

Me miró fijamente con sus ojos fríos y penetrantes. Sentí un escalofrío que me recorrió la espalda. No sabía qué decir. Estaba asustado y fascinado a la vez.

El doctor Sánchez pareció leer mis pensamientos y me dijo:

-No tengas miedo, Carlos. Te lo explicaré todo con detalle. Mi método consiste en sumergirte en el tanque que ves ahí, que contiene una solución salina con un agente crioprotector que evita la formación de cristales de hielo en las células. El tanque está conectado a una máquina que regula la temperatura y el flujo del líquido, de forma que se va enfriando gradualmente hasta alcanzar los -196°C, que es la temperatura del nitrógeno líquido. Durante el proceso, te monitorizaré constantemente y te administraré una serie de fármacos que mantendrán tu corazón latiendo y tu cerebro funcionando. Cuando llegues a la temperatura mínima, te mantendré en ese estado durante unas horas, para comprobar tu resistencia y tu adaptación. Luego, te sacaré del tanque y te reanimaré con otro tipo de fármacos y con una fuente de calor externa. Si todo sale bien, volverás a la vida sin ningún daño y con una nueva condición: la de un ser inmortal.

-¿Inmortal? -pregunté con incredulidad.

-Sí, inmortal -repitió el doctor Sánchez-. Al someterte al frío extremo, tu organismo entrará en un estado de suspensión vital, en el que todos los procesos biológicos se detendrán o se ralentizarán al máximo. Esto significa que no envejecerás, no enfermarás, no sufrirás y no morirás. Podrás vivir eternamente, siempre que te mantengas a una temperatura muy baja. Por supuesto, esto implica algunos sacrificios y algunas limitaciones. No podrás salir al exterior, ni relacionarte con otras personas, ni disfrutar de los placeres de la vida. Pero a cambio, tendrás algo que nadie más tiene: el conocimiento absoluto. Podrás dedicarte a estudiar y a investigar todo lo que quieras, sin las presiones del tiempo y de la sociedad. Podrás explorar los misterios del universo y de ti mismo. Podrás ser un dios.

-¿Un dios? -exclamé con asombro.

-Sí, un dios -afirmó el doctor Sánchez-. Ese es el destino final de mi investigación. Demostrar que el ser humano puede trascender su naturaleza mortal y convertirse en un ser divino. Un sueño que persigo desde hace años y que estoy a punto de lograr.

-¿A punto de lograr? -repetí con escepticismo.

-Sí, a punto de lograr -insistió el doctor Sánchez-. He desarrollado mi método basándome en mis propias experiencias. Experiencias que he vivido en primera persona.

-¿En primera persona? -pregunté con sorpresa.

-Sí, en primera persona -confirmó el doctor Sánchez-. Te voy a contar un secreto, Carlos. Un secreto que nadie más sabe. Yo soy el primer sujeto de mi experimento. Yo soy el primer ser inmortal.

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