Apología de Jungwon

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Los moretones que él pinto en su rostro eran como la obra de un artista primerizo: sin exactitud, sin idea, pero con toda intención.

Él llegaría cerca de las once, con su máscara de borrachera y frustración, exigiendo su cena con despotismo, lanzando quejas a la intemperie: una cuchara sucia, una sopa fría, una silla mal posicionada. Si hallaba un pretexto ingenioso, seguro lo golpearía. 


Hoy sería la última vez...

«Buenos días mi Sunoo, ¿están muy ajustadas esas cuerdas? Perdóname por amarrarte, es sólo que no quiero que salgas corriendo. Te he amordazado sólo por precaución, tus palabras podrían obstruir mis pensamientos, y en este punto necesito claridad. Tu ropa está planchada, la mesa limpia y mi corazón roto. Solía creer que estaba loco por ti, cuando en realidad, he enloquecido a causa tuya. No es lo mismo, lo he meditado toda la noche ».

El mayor paseó los ojos por la habitación, atado de pies y manos. Cuando por fin descifró la escena, el pánico le mordió el cuello.

Jungwon tarareaba una canción aparentemente triste mientras regaba líquido sobre la cama. De inmediato, el rubio olfateó un perfume ácido que raspaba su nariz: era gasolina.


Se desató una estampida de chillidos indescifrables desde un par de labios inmovilizados. Los ojos vidriosos de Jungwon proyectaban la mirada de un muñeco hartp de ser azotada. Y esos mismos ojos húmedos y tiritantes, en el punto más dramático, se posaron en Sunoo, en búsqueda de comprensión, en espera de algún signo de arrepentimiento. 

Pero aquel chico no pudo captar el mensaje. Y eso lo destruiría.

"¿Por qué he aguantado tantos años a su lado?". Por amor. Ése era un argumento viable, y al mismo tiempo, la excusa más cobarde.

La muerte se paró detrás de el, sostuvo su mano delicadamente, y le ayudó a encender un fósforo...

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