Los gemidos traspasaban aquellas finas paredes y se metían en sus oídos, mientras los pulmones le retumbaban entre las costillas. Entonces se dio cuenta que estaba hiperventilando y de que el placer mutuo, que los culpables de los chirridos incesantes provenientes de un viejo colchón, se estaban dando le alteraba y la ponía incómoda.
Sentía que estaba presenciando un acto tan íntimo, sin ni siquiera estar allí presente, que solo de pensarlo se le ponían los pelos de punta y se tapaba los ojos en un acto reflejo. Haciendo que las pestañas de arriba se entrelazaran con las de abajo e intentando rebuscar en su mente una vía de escape para salir de aquellos pensamientos impuros sobre que estaría haciendo detalladamente la pareja.
El puente de Brooklyn. El Empire State. Tortugas. Islas paradisiacas. Césped recién cortado. Olor a lluvia. Copos de nieve en la mano. Unos ojos azules. Olas rompiendo en un acantilado. Bosque. Lobos. Almendros. Sonrisa de un niño. Una piruleta multicolor.
Sus músculos se fueron relajando poco a poco y las manos dejaron que la vista de una habitación solitaria volviera a aparecer ante sus ojos. Otra vez sola, sin estar rodeada de una verde naturaleza o de un mar cristalino. La imaginación era una forma tan fácil de escapar de su situación, que a menudo recurría a ella. El problema estaba que al salir de aquel trance, cuando volvía a la realidad, caía en una profunda depresión cavilando el hecho de poder estar en un millón de sitios en ése momento y que, en cambio, ella estaba allí, sentada, sin hacer nada. Simplemente pensando cómo podría ser su vida en vez de levantarse y llevar todos sus deseos acabo.
Una sucesión de fuertes golpes estremecieron la puerta de madera verde y provocó que la chica sentada en el sofá pegara un pequeño salto del susto. Se acercó indecisa hacia el origen del sonido.
Su delicada mano agarró el redondo pomo, aunque no sin antes cerciorarse de que el pestillo con cadena estaba echado. Una vez estuvo segura se atrevió a abrir la puerta. Escondió su cuerpo tras ella y asomó la mitad de su rostro por el estrecho hueco, fulminando al hombre que se encontraba delante, con sus inmutables pupilas.
- Buenos días, ¿Nya Grey?- la susodicha asintió de forma casi imperceptible. El señor que llevaba un uniforme azul marino, propio de las oficinas de correos de la zona, extendió el brazo hacia Nya sujetando un paquete marrón. Tras sopesar si debería aceptarlo o no, cerró la puerta para quitar el pestillo y abrirla propiamente de nuevo. Esta vez no había nada que la separara de su inquietante envío.
Lo tenía delante de ella, pulcramente empaquetado y con una pegatina roja en la que se podía leer: Frágil.
- ¿Quién es el remitente? – preguntó cautelosa aún sin hacer ningún amago por coger entre sus manos el objeto que le era ofrecido.
Él se tomó su tiempo para leer los datos que estaban plasmados en una cartilla.
-Según la ficha, debo informarle que ésta carta fue guardada en nuestra oficina hace cinco años, con las indicaciones de entrégarla el día de hoy a esta dirección - los ojos de la muchacha estaban abiertos como platos, aun asimilando lo que acababa de escuchar. Nya se disponía a repetirle la pregunta, ya que no le había contestado a lo que ella anhelaba saber, convencida de que al hombre le faltaba un hervor o necesitaba realizar una visita al otorrino. Pero como si aquel extraño mensajero le hubiera leído la mente rápidamente añadió.
- Lo siento señorita, pero no poseo tal información - al observar como el ceño de la chica se fruncía prosiguió - únicamente tengo orden de entregarle éste paquete, urgentemente. El 14 de Marzo de 2013, a las 12:15 - miró de reojo su reloj y una sonrisa de satisfacción apareció en su tez claramente marcada por un acné que había sido difícil de borrar.
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The Road (EN PAUSA)
Novela JuvenilEl destino siempre actúa como quiere, lo único que tienes que hacer es cogerle el truco y adelantarte a sus planes.