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𝑺𝒂𝒃𝒓𝒊𝒏𝒂

5 𝘥𝘦 junio 𝘥𝘦 2021

*Cinco meses antes del evento*

Cuando mis padres me propusieron la idea de marcharme de casa para continuar con mis estudios, dudé. Llevaba toda mi vida en Mallorca, en esa isla donde cada rincón era parte de un recuerdo, donde había pasado mi infancia y donde los días parecían pasar en minutos en vez de en horas. Nunca había tenido en mente cambiar de aires, pero justo después del accidente de Leila y de ver cómo se consumía poco a poco, supe que era el momento de hacerlo. Y es que, justo después de aquello, la isla dejo de ser lo que era. Ya no era mi refugio, era una prisión de recuerdos dolorosos que tenía que revivir cada vez que la veía a ella, a Leila. 

"— París; la ciudad del amor", dijo mi hermano con una sonrisa burlona cuando decidí cual sería mi destino para los próximos dos años. Pero para mí, París no era el lugar de cuentos románticos, era el lugar que me permitiría escapar. Un lugar donde mi nombre no se conocía. Un lugar donde podía empezar de cero sin la necesidad de que todos me conociesen como "la amiga de la chica con el novio muerto". Porque si, después del accidente dejé de ser Sabrina y pasé a ser "la pobre chica que tenía que lidiar con su amiga". Y aquello era algo que odiaba. Odiaba cuando la gente me miraba con pena o me daba ánimos, porque no los necesitaba. Ella era mi mejor amiga y era obvio que iba a estar con ella en un momento así.

Lo que no era obvio y lo que nadie parecía entender es que esa situación no me definía. No era solo "la amiga de la chica rota", como todos parecían suponer. Me había cansado de esas miradas cargadas de compasión, de los susurros a mis espaldas en los pasillos de la universidad, de las sonrisas forzadas y los comentarios llenos de frases hechas como "tienes que ser fuerte" o "ella te necesita". Todo el mundo parecía tener una opinión sobre lo que debía sentir, pero nadie me preguntaba lo que en realidad pasaba por mi cabeza.

El accidente de Leila había cambiado muchas cosas, pero sobre todo, había cambiado mi forma de ver el mundo que me rodeaba. Ya no me sentía parte de ese lugar. Ya no había tardes de chicas en la cafetería de la esquina para ponernos al día de todos los cotilleos, ni tampoco paseos nocturnos por la playa, ni tardes de repostería. Ya no quedaba nada de aquello porque todo había cambiado, y yo no podía seguir fingiendo que nada me afectaba.

Así que tuve el valor de marcharme. O mejor dicho, marcharnos. Porque lo que tenía claro era que donde yo fuese, ella también iría. 

En cuanto tuve los billetes de avión preparados, salí disparada hacia la casa de Leila. Pensaba decirle que no se preocupase del lugar en el que viviríamos, porque era algo de lo que yo misma me ocuparía. Sabía que si la dejaba a cargo de buscar piso, nunca nos marcharíamos, ya que encontraría defectos a todos y cada uno de los sitios y la búsqueda sería interminable. 

Cuando llegué a casa de los Adams, llamé al timbre. Leila y yo nunca habíamos vivido lejos, mi casa se encontraba a dos manzanas de la suya por lo que fue rápido llegar. Segundos después, su madre abrió la puerta. Tenía el rostro cansado; aquella situación nos estaba afectando a todos.

— Elena —dije saludándola con una sonrisa compresiva.

— Sabrina —una sonrisa leve adornó su rostro—. Leila no me ha dicho que ibas a venir. 

— Vengo a acabar con todo esto —respondí, recibiendo una mirada de confusión por su parte—. Luego te cuento —añadí antes de subir corriendo las escaleras que daban a su habitación.

Abrí la puerta de golpe, encontrándola en pijama, con el pelo alborotado y el escritorio lleno de tazas y vasos, seguramente de café. Si Leila ya era adicta a ello, imaginaros en época de exámenes finales y en el estado en el que su mente se encontraba. El sonido del pomo golpeando la pared me hizo hacer una mueca. Fue justo entonces cuando ella se percató de que estaba allí. 

Caminé hasta su escritorio, donde se encontraba sentada frente a una presentación de alguna de las asignaturas de su carrera y dejé caer delante suyo toda la documentación que necesitaba saber, así como sus billetes.

— ¿Y eso de llamar a la puerta? —preguntó molesta.

— Vamos a marcharnos a París. —dije ignorándola y frunció el ceño.

— ¿París? —repitió para asegurarse de que había oído bien.

— Sí —dije a la vez que me apoyaba en el borde de la mesa de madera—. Llevas todo el curso encerrada en este diminuto espacio y te vendrá bien empezar la universidad de nuevo —negó inmediatamente, pero seguí hablando—. Vas a vivir tú vida sin pensar en la de nadie más y vas a disfrutarla.

— No pienso marcharme. —afirmó levantándose de la silla enfadada.

— Oh claro que sí. Tus padres están de acuerdo y ya no hay nada más que hablar —abrió la boca sorprendida—. Ah, y por cierto —me encaminé nuevamente hacía la salida—, no vamos a planear nada hasta el momento en el que estemos allí. Tú tan solo prepara la matrícula para la universidad. —sonreí y salí por la puerta.

— ¡No voy a irme! —escuché como exclamaba molesta.

— ¡No dirás lo mismo en unos meses! —grité mientras bajaba las escaleras.

Antes de salir, Elena salió de la cocina y frené en seco. Parecía que esperaba una explicación.

— Nos vamos a París. —dije, y en ese momento todo pareció mas real—. Sí, nos vamos. —afirmé para mi misma—. Asegúrate de que Leila haga la matrícula para la universidad. Nos vamos en menos de  dos meses. 

— Gracias. —dijo ella, como si hubiese recuperado todas las esperanzas. 

Y justo después, volví a casa. 

Todo iba a cambiar y estaba preparada. 

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Tú y yo y un encuentro por ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora