4. El baile y la fiesta a lo grande

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Lucas

Cuando los invitados nos hicieron sitio dentro de aquella gran pista de baile solo podía pensar en cómo Clara se sentía, porque yo al menos, me moría de vergüenza. Cuando bailé con Martina en la graduación de bachillerato, no me pudo dar más vergüenza, y era solo delante de mi clase de toda la vida. Esta vez sí que tenía que salir perfecto, desde luego que sí. Había un filmaker en cada esquina de esta boda que hacía que me sintiese absolutamente observado en todo momento. 

Al despegarme de la barra y agarrar a Clara de su mano derecha caracterizada por una perfecta manicura francesa, me decidí a impulsarla sutilmente a la pista antes de que saliese corriendo del pánico, y fue ahí donde todos los invitados comenzaron a gritar y aplaudir emocionados, incluidos nuestros padres. 

Su perfecto vestido rojo y los tacones de aguja negros con brillantes me permitió darme el lujo de sentirme cómodo bailando con ella. Al acoplar mi mano en su cintura, sentí que encajaba a la perfección y todo cobraba sentido en mí, como una clase de emoción que me hacía sentir indescriptiblemente feliz sin necesidad de articular palabra con ella, sin ni siquiera haber comenzado con buen pie. 

La canción empezaba. Al iniciarse la melodía, sentí como si estuviésemos solos bailando, en frente de tantas personas, y empezamos a movernos de una manera que seguro hacía pensar a todos que este baile estuviese preparado con meses de antelación. Podía sentir como la mano de Clara temblaba agarrada a la mía, y nuestros pies se compaginaron de una manera inexplicable, que me hacía sentir como si todas las piezas de un puzzle tan complicado empezaban a encajar, sin necesidad de probar otras antes. Tuve la sensación de que el momento ya había sucedido en el pasado, fue una clase de deja vu que no quería dejar de sentir. 

Pero por un momento, dejé de pensar en todo aquello que me rodeaba, en todas las miradas, en todos los gestos de asombro de tantas personas ante tanta perfección y mi mente se quedó como un lienzo en blanco y lo único que lo pintaba eran las miradas, pero no de todos los que nos observaban, si no de las distintas miradas de Clara que me dedicaba durante el baile, y solo podía prestarle atención a sus ojos verdes y a sus labios brillantes y temblorosos pintados de un rojo chillón que en cierto modo me dieron ganas de besar. Aunque estaba seguro que nada podía chillar más que mis ojos al ver la perfección de Clara de cerca, de como sabía moverse, de que manera ejecutaba cada paso con elegancia y sutileza. 

Lo que me pareció verdaderamente tierno fue la diferencia pequeña pero a la vez grande de altura, podía verla desde un ángulo más elevado, podía ver como sus ojos parecían de una verdadera princesa de Disney, grandes y verdes, pintados, dibujados y perfeccionados a cada milímetro para que fuesen perfectos y con unas largas y expresivas pestañas. La verdad, sus ojos eran verdaderamente preciosos. Y cuando me di cuenta, el baile había acabado. Me sentía incrédulo al pensar que ya había pasado el momento del baile, que ya lo habíamos hecho. De alguna manera desconecté y dejé llevarme solo por sus ojos y por como sin palabras, al alinearlos con los míos, podían hablarme de la comodidad con la que se sentía ella. El baile salió tan perfecto, que cuando me giré para ver los semblantes de Lucía y mi padre, eran un mar de lágrimas. Puedo asegurar que hacía mucho que no veía llorar a mi padre, creo que desde aquello que pasó en febrero de hace ya una década, cuando era un crío.

Mi padre agarró el micrófono y fue escueto pero directo:

 - Lo que habéis hecho es pura magia, gracias por brindarnos este momento. 

Todos aplaudieron y mi padre se secó una lágrima que caía directa al suelo con un pañuelo. Clara se separó de mí y entre tantas personas la perdí entre la gente, mientras su madre daba un discurso sobre los avances profesionales y la alianza que suponía unir sus dos negocios en uno propio. Eso ya lo sabíamos nosotros, por lo tanto yo también decidí marcharme a la terraza, a la cual me costó llegar, después de recibir las felicitaciones por el camino de todos los invitados y de algunos antiguos amigos que sorprendentemente me encontré en el banquete y eran antiguos amigos de la infancia que a penas recordaba. En ese momento solo sentía una felicidad que invadía todo mi cuerpo pero a la vez había algo que no me permitía sentirla al 100% sin no sentirme culpable de algo. Supongo de que en cierto momento había sentido y había observado con ojos de chico de 20 años y no como hermanastro a una chica que era difícil no fijarse en ella por la cantidad de luz blanca que emanaba de ella, era cierta luz que me recordaba a cuando muestran en las películas cuando una persona es buena y noble por dentro y metafóricamente le añaden un halo de luz blanca.

Esencia de ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora