Estaba comenzando la mañana del lunes y la cafetería de Antonella se encontraba llena como siempre. El aroma del café recién hecho invadía el local, el cual no era tan grande, pero tampoco tan chico, tenía el tamaño ideal para recibir y albergar a sus fieles clientes. Entre ellos se encontraban, estudiantes y empleados, los de la mañana. Al mediodía solían ir algunas señoras y por la tarde las parejas de enamorados o aquellos que simplemente deseaban saborear un café o alguno de los postres o galletas que Antonella tenía a la vista en una vitrina.
Esa mañana, en la que ella y la chica que le ayudaba por la mañana, entro a su local una mujer que no había visto. Por lo general, Antonella conocía a todos sus clientes que entraban y salían por la misma puerta en la que aquella mujer de aire sofisticado y seguro atravesó, mirando todo a su alrededor con ojos inquisidores el lugar. Antonella no había dejado de verla, a pesar de todas las mujeres que pisaban su cafetería, ninguna hasta el momento había llamado tanto la atención como ella.
Tenía el aspecto de provenir de una familia con economía fluida y con clase, era delgada, la falda recta que llevaba, con aquella blusa blanca por dentro, le acentuaba la diminuta cintura que poseía. Antonella permitió que sus ojos vagaran por el cuerpo de la hermosa mujer que veía, abandono su cintura para fijarse en su pecho, no tenía mucho, pero no dejaban duda de que existían debajo de su blusa impecable. Continúo mirando y llego a su rostro, en donde miro su boca que era asimétrica, así que a Antonella le resulto difícil encontrar un gesto de amabilidad en ella. Siguió su expedición a su nariz y era respingada y pequeña, su frente era amplia, sus ojos eran pequeños y de un verde claro, mientras que su cabello era lacio de color castaño claro.
Antonella fue sacada de su fascinación por su ayudante, alguien trataba de pagarle por su café, pero ella se había embebido de la mujer que ahora se encontraba a una distancia prudente de los demás clientes. Como pudo, Antonella se concentró en seguir haciendo su trabajo con normalidad, aquella mujer le había atraído como ninguna otra antes de…
―Un café con leche, por favor ― pidió la mujer que había captado la atención de Antonella.
―Por supuesto, en un momento ― respondió Antonella con amabilidad y le dedico la sonrisa que le dedicaba a todos los clientes, pues fue la única que le salió presa de unos nervios inusitados por tenerla de frente y de respirar su aroma ―, ¿Lo desea para llevar?
―No, voy a tomarlo aquí. Me sentaré en alguna de las mesas.
―En un momento se lo llevo.
―Gracias.
Odette sintió una extraña descarga eléctrica por todo su cuerpo cuando aquella mujer la comenzó a mirar desde el momento en el que entrara. Fue consciente de sus ojos marrones pendientes de ella y de cada uno de sus movimientos, por un momento sintió que iba a perder el control de sus emociones y que se pondría roja como un tomate, pero al final le salvo uno de los clientes que reclamaba la atención de la mujer.
Ahora que se encontraba frente a ella, pudo ver lo mucho que le sorprendió el verla delante. Más, sin embargo, su expresión de sorpresa se recuperó rápidamente y le mostró una sonrisa, una que, aunque fuera para todos los clientes, hizo que a para Odette, no pasara desapercibida. Como le dijera a la mujer, se acomodó en una de las mesas que se encontraban diseminadas con una especie de orden y perfección, la una con la otra, desde el punto en que la miraras, quedaban en perfecta línea, todo en el local olía a café y a limpio.
Los cristales que daban a la acera, brillaban, la vitrina, que a la vez fungía como mostrador, también se hallaba impecable. También noto que la chica más joven era la que cobraba y nada más, no se metía con los alimentos, Odette considero que aquel lugar, a su parecer, merecía cinco estrellas, pocos de muchos de los establecimientos que había, eran tan cuidadosos con su higiene.
―Aquí tiene ― le dijo la mujer poniendo delante de ella con mucho cuidado la taza de café ―. Que lo disfrute.
―Gracias.
Antonella estaba por retirarse cuando la Odette hablo.
―Disculpe.
―Dígame ― respondió Antonella con su habituada amabilidad, pero que, con esa nueva clienta, se experimentaba muy diferente.
― ¿Ofrece algo más que pastelillos y galletas?
―Sí, por supuesto, ¿Desea pan de dulce?
―Sí.
Antonella sacó de la bolsa de su delantal negro, una especie de menú del pan y se la entregó a Odette para que le dijera cuál deseaba para acompañar su café. Una vez que eligió, entrego el menú a Antonella.
―Es la primera vez que viene aquí, ¿verdad? ― le pregunto Antonella sin poder evitarlo, pero es que ansiaba escuchar su voz suave, baja y un tanto grave, la derritió en cuanto la hablo para pedirle el café.
―Sí, me acabo de mudar a un pequeño piso a unas cuadras de aquí.
―Que bien. En un momento le traigo lo que pidió.
―Gracias.
Antonella se vio muy osada, pero es que la mujer no la dejaba pensar y la llevaba a actuar impulsivamente. Pero se alegraba de que, seguramente, aquella interesante mujer volvería a su cafetería, en tanto se apresuró a llevarle el croissant que le había pedido.
Odette dio el primer trago a su café y se sorprendió de lo bueno que era, había probado muchos, pero ninguno le supo tan deliciosos y exquisito como ese. Cuando probo el pan, también fue un deleite, ahora entendía por qué se encontraba abarrotado el mostrador, la mujer sabía cómo preparar un buen café.
Miro su reloj, aún faltaba poco más de media hora para ir a dar clases, así que disfruto de su desayuno, mientras miraba como la mujer que de vez en cuando la miraba, se las arreglaba a la perfección para atender a todos y ofrecer el mejor café. Unos minutos después, todo fue más sosegado y Odette aprovecho, para acercarse a pagar su consumición.
―Gracias por venir, vuelva pronto ― fue lo que le dijo la chica que cobraba.
―Lo haré ― respondió Odette mirando a Antonella.
Antonella la vio marcharse con el suave andar de una pluma moviéndose a causa del aire que la impulsa a fluir suave por donde va, los ojos de Antonella la siguieron hasta perderse al doblar la esquina. Dejo escapar un suspiro, pocas veces las mujeres lograban llamar tanto su atención, pero hasta ese momento, ninguna le provoco lo que aquella nueva clienta le hizo sentir.
Aún se acordaba de la primera vez que se enamoró de una mujer, era muy joven cuando aquello sucedió, en ese entonces no vivía en la ciudad, sino que vivía en un pueblo con personas de pensamientos retrógrados y arcaicos. A pesar de ello, le gustaba el lugar y sobre todo le gustaba estar cerca de la chica de la cual se había enamorado.
En aquel entonces, su enamoramiento la tomó por sorpresa, le asusto, pero después lo dejo fluir y permitió que alcanzara a Rita, quien era nada más y nada menos que su prima paterna. Sí, se había enamorado de su prima, pero Antonella no lo sintió como un pecado, sino que lo encontró puro y natural, fue la sensación más bonita y maravillosa que experimentara, fue la única vez en que supo en carne propia como era la felicidad, como es que era capaz de brillar el mundo cuando amabas a alguien.
Y Antonella no era la única que sentía ese amor, Rita también correspondía a los sentimientos de Antonella, como primerizas, solo eran capaces de tomarse de la mano y de ir a todos los lugares juntas, difícilmente se les podía ver separadas, mientras que los adultos decían y creían que eran unas buenas primas. Puede que lo fueran, pero más allá de eso, existía un sentimiento más profundo.
Para Antonella fue su época más feliz, pero cuando la familia de su padre las descubrió besándose en una tarde de año nuevo, todo se volvió triste, gris y oscuro. Como era de esperarse las separaron, ambas chicas lloraban y suplicaban para que no la encerraran sus habitaciones. Lo que paso después fue más desagradable que lo anterior para Antonella. A Rita la mandaron a un internado, lejos del pueblo y los padres Antonella comenzaron a discutir, él la culpaba a ella, de que su hija hubiese nacido retorcida, su madre indignada solicito el divorcio al ver que su marido despreciaba a su propia hija.
Un mes después, se encontraban separados y Antonella en una profunda depresión, desde que la separasen a ella y a Rita, su mundo feliz se convirtió en cruel. Un día se encontró viajando con su madre a la ciudad con pocas maletas, Antonella vivía en otro planeta en aquel entonces, solo seguía a su madre, que le tenía infinito amor y paciencia.
Llegaron a vivir en ese mismo lugar en el que ahora se encontraba la cafetería, solo que, en aquel entonces, no se encontraba rodeado de tantos edificios. Su madre había comprado aquella casa de dos pisos estilo americano con el dinero del divorcio y con esa valentía que le caracterizaba, estableció en la planta baja la cafetería. Antonella aún recordaba lo mucho que le costó a su madre sacar a flote a ambas, pues ella se encontraba en depresión y nada la motivaba. Hasta que un día su madre se cansó y con voz fuerte le dijo muchas cosas que la hicieron llorar y despertar del sueño en el que se encontraba.
― ¡Todo lo que he hecho es por ti! ¿A caso no te das cuenta? ― le grito su madre mientras la tomaba de los hombros y la sacudía para que la mirara a los ojos ―. ¡Ayúdame y ayúdate! Ya no sé qué más hacer.
A Antonella le dolió ver llorar a su madre por su culpa, eso fue la que la llevo a dejar su propia autocompasión, decidiendo ser fuerte y albergar la fe de algún día ver a Rita. Pero hasta ese entonces nada de eso había sucedido, su amor por ella y su esperanza se habían ido perdiendo con los años, hasta dejar un corazón seco y yermo. Uno en el que los sentimientos ya no cabían, era incapaz de sentir amor por alguien, pero sí que le atraían los cuerpos y las caras bonitas, como la de Odette.
Antonella y su madre trabajaron duro para sacar a adelante su negocio, ellas eran quienes preparaban los postres y las galletas. Su madre era la experta en repostería y gracias a que nadie de por allí cerca los hacía tan delicioso como ella, su cafetería no tardo en tener cada vez más clientes y hasta el día de hoy, con Antonella únicamente al mando, seguía funcionando igual.
Ahora era ella quien preparaba todo, su madre había muerto hacía dos años y ahora se encontraba sola haciendo lo que más le gustaba. Ser dueña de su propio negocio, aunque con eso llevara más responsabilidades, también tenía sus ventajas, como por ejemplo que nadie podía mandarla, le molestaba que le dieran órdenes o la reprendieran, ella era libre y seguiría estándolo por el resto de su vida. O al menos eso creía.
De igual manera Antonella tenía una manía u obsesión en especial y estaba segura de que nadie lo soportaría, su madre fue la única persona que aguanto su manía por la limpieza excesiva compulsiva. Cada que se bañaba evitaba tocar superficies sucias, tampoco le gustaba el contacto físico y cuando se metía a la cama, se limpiaba con toallas húmedas los brazos y los pies, porque si no hacía ese ritual, se sentía sucia.
Desde que sufriera mal de amores y dejara su vida atrás en aquel pueblo, su vida cambio. Pero no se hallaba a disgusto, sabía que en lago debía de enfocarse después de perder al primer y único amor de su vida. Con los años comprendió que la vida era así, su madre, por amor a ella, se divorció de su padre, el cual hacía años que no veía, ni sabía nada de él, razón por la cual se quitó el apellido paterno y uso los dos de su madre, Urriaga Garza.
Una vez que terminaba su jornada en el café, bajaba la cortina, apagaba las luces y subía a la planta de arriba, allí le aguardaba el silencio y la soledad, además de la urna de las cenizas de su madre. Al contrario de lo que ella pidiera, Antonella decidió hacerla ceniza, ella no veía muy conveniente ocupar un pedazo de tierra y pagar cada año por alguien que jamás podría volver a la vida, tampoco le gustaba la idea de ir a un cementerio para hablar con su madre. Por eso la mejor solución fue hacerla cenizas, para así todos los días poder conversar con ella y contarle su día.
―Ya llegué ― le anuncio como cada día y no hubo respuesta como siempre.
A menudo, Antonella deseaba ver por lo menos, aunque fuera un segundo, el fantasma de su madre, pero ella no se dignaba a aparecer. Agotada de la rutina, camino a la cocina por un vaso de agua y se sentó en la mesa para descansar un momento, antes de dirigirse a la ducha para irse a dormir, para mañana iniciar una nueva jornada, entre clientes y café.
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A la medida de mis manías
RomanceAntonella es dueña de una popular cafetería, ante los clientes es amable y da la apariencia de ser una uer sin complicaciones ni manías. Sin embargo, en la soledad de su casa es una maniática de la higiene, razón por la que nunca ha tenido una amant...