Odette volvió cada mañana a la cafetería por su café con pan y por supuesto para alimentarse la pupila con Antonella. Por su parte, Antonella también esperaba a Odette y ya sabía la hora en que la mujer de sus sueños eróticos entraría por la puerta, a pesar de ser sigilosa y silenciosa al entrar, ella se daba cuenta de su entrada triunfal.
Un sábado, cansada del bullicio del apartamento, Odette salió en busca de un poco de tranquilidad. Deseaba leer y comenzar a traducir algo de nuevo, no por no poder trabajar con una editorial, le impediría traducir. Además, el libro que estaba leyendo era muy bueno, merecía la pena que tuviera una traducción, si es que no ya se hallaban trabajándolo, pero eso a ella no le importaba, lo traduciría e iría a tocar una vez más la puerta de alguna editorial que le diera una mínima oportunidad.
Con una mochila al hombro, Odette llego a la cafetería y antes de tomar asiento en una de las mesas del fondo, se acercó al mostrador para pedir en esta ocasión un capuchino. Era casi el mediodía y ella hacía dos horas que se había levantado, los fines de semana eran los únicos dos días en que Odette dormía más de la cuenta y a esa hora, el sol alumbraba radiantes sobre el cielo azul espejado. Pintaba para ser un día caluroso, por eso, ella optó por vestirse con un pantalón de mezclilla, una playera blanca de algodón y usar gafas oscuras para que los rayos del sol no le lastimaran la vista.
Antonella vio a la mujer, en un principio no la reconoció, parecía más joven con su look desenfadado, no tenía mucho que ver con aquella de vestimenta seria, pero sin duda eran el mismo ser, solo que luciendo distinta. Era la misma que soñaba sin ropa y ahora con esa apariencia, más se le antojó desnudarla y dejarla con las mejillas rojas por el placer otorgado.
Caminando con descaro y seguridad, Odette se acercó al mostrador y coquetamente se quitó las gafas oscuras delante de Antonella que la miraba fascinada y sin parpadear. Odette no se imaginaba que babeaba por dos lados por culpa de ella.
―Hola ― la saludo Odette mostrándole una de sus mejores sonrisas.
―Hola, veo que hoy no vienes de mujer seria y reservada.
―No, hoy no ― volvió a sonreír.
― ¿Lo de siempre?
―No, hoy quiero un capuchino.
―Bien.
―Voy a sentarme por allá ― señalo con un dedo la mesa del fondo que tenía vista hacia la calle, era el lado contrario de donde solía sentarse cada mañana.
― ¡Vaya! Veo que hoy pareces otra persona.
―Soy la misma, solo que no me conoces ― y le guiño un ojo por pura maldad.
Antonella sonrió divertida y enseguida se puso a preparar el café para la mujer que parecía tener dos caras, como las de una moneda, pero igual le seguía interesando. Si algo le impedía a Antonella tener aventuras, es porque estaba segura de que nadie podría aceptar cada una de sus condiciones para acostarse con ella. A sus 31 años, no había mantenido relaciones sexuales con ninguna mujer, mucho menos con un hombre, la razón, era que le daba miedo mostrar ante aquella persona lo que era fuera de la cafetería. Aquella que no era tan amable, ni sonriente, que además le gustaba tener el control de las cosas. Que no le gustaba que después de agarrar el teléfono fueran a tocarla a ella con las manos sucias y sobre todo que no estuviera dispuesta a realizar todos sus ritos de limpieza antes de meterse a la cama ¿Quién en su sano juicio soportaría semejante locura? Nadie, por eso es que no coqueteaba y las que lo hacían con ella, así como lo hizo Odette, nunca le daba alas. No obstante, con aquella mujer, algo le decía que era distinta.
En más de una noche se encontró pensando en ella mientras se masturbaba con algunos de sus juguetes. Antonella tenía varios juguetitos con los cuales le gustaba divertirse de vez en cuando, no siempre lo hacía, ya que la mayor parte de los días se encontraba cansada, pero sí que le gustaba disfrutar del placer en solitario, aunque a veces deseaba compartir su cuerpo y sus juguetes con alguien.
Sin sorprenderle a Tea, Antonella fue quien le llevo el café a Odette, era la primera vez que la veía interesada por una persona realmente y no solo era amable por cortesía.
―Aquí tienes, espero que te guste igual que el que sueles tomar siempre ― dijo Antonella dejando el capuchino a lado de la laptop de Odette.
―Gracias ― respondió levantando la vista de su novela en inglés, cosa que llamo la atención de Antonella.
― ¿Trabajando?
―Mm, algo así, no realmente. Es más bien un pasatiempo por el momento, espero que pronto sea mi trabajo.
― ¿Y eres exactamente?
―Soy traductora, pero actualmente estoy dando clases en una universidad como profesora de idiomas ― y se encogió de hombros ―. Yo quisiese traducir novelas, pero aún no me ven capaz.
―Qué mal.
―Sí, pero así es la vida.
―Te dejo.
Odette no dejo de observar a Antonella hasta que se puso detrás del mostrador, como le gustaba ver ese trasero. Dejo escapar un suspiro y dándole un trago con la pajita, volvió a volcar su atención en la novela que estaba leyendo. Cuando terminaba de leer un capítulo, se quedaba meditándolo un poco, después lo volvía a leer, para finalmente ponerse a escribir el capítulo que había logrado comprender, según el autor, era lo que deseaba transmitir.
Desde donde estaba, Antonella no le quitaba los ojos de encima a Odette, le pareció muy interesante verla tan concentrada y absorta de todo lo que giraba a su alrededor, le pareció increíble cómo fue capaz de pasar hora tras hora con un libro en otro idioma y después sus ojos se posaban sobre la pantalla de su ordenador portátil.
A las tres de la tarde, Odette despego la nariz del libro y de su laptop, pues un aroma delicioso le había invadido el sentido del olfato. En el momento se dio cuenta de que tenía hambre y que no había comido nada. En el mostrador solo se hallaba Tea y en la vitrina, ya quedaban muy poco postres y demás delicias que vendía. Aliviada de que no estuviera Antonella, se acercó hasta allí para tratar de saber de dónde provenía ese aroma.
― ¿Están horneando algo? ― le pregunto a Tea.
―Sí, Antonella está horneando pay de quesos, galletas y no sé qué más.
― ¿Ella los hace?
―Sí, ella es la que hace todo lo que ve aquí, excepto el pan.
Odette y Tea se encontraban hablando de eso, cuando la voz de Antonella se dejó oír para pedirle a su empleada a que fuera por lo primeros postres horneados. Cuando Tea estuvo de vuelta con una charola repleta de galletas de mantequilla, con el hambre que Odette, fue imposible que no se le hiciera agua la boca y que el estómago le gruñera reclamando que ni le hubieran dado de comer.
―Dame una seis de esas y un café con leche.
―Enseguida.
Odette volvió a su mesa y espero ansiosa su segunda ronda de cafeína, pero esta vez deseaba con desesperación probar las galletas de mantequilla, por suerte Tea no tardo mucho y apenas tuvo delante de ella su pedido, se puso a degustar de aquel segundo desayuno del día.
El día siguió transcurriendo, Antonella y Tea atendiendo a los clientes y Odette metida en su mundo.
―Muchas gracias, Tea ― la despidió Antonella alrededor de las seis de la tarde a su única empleada.
―De nada, nos vemos mañana.
―Hasta mañana. Te vas con cuidado.
A esa hora la clientela disminuía, así que Antonella se quedaba sola y cerraba con paciencia la cafetería. Aunque esa noche, tuvo que sacar a su clienta de su concentración, lamentaba a hacerlo, pero a pesar de haber hecho todo lo posible para que Odette se diera cuenta de que iba a cerrar, simplemente ella no lo capto.
―Lamento molestarte, pero tengo que cerrar.
Odette levanto la vista algo confundida, después miro su entorno y se dio cuenta de que había oscurecido, la mañana ahora era noche y solo se hallaban ellas dos en la cafetería.
―Lo siento, no me di cuenta de que se había hecho tarde.
―Está bien, me da gusto saber que se haya sentido a gusto.
― ¿No le causó molestia el que ocupara esta mesa todo el día?
―No, para nada.
― ¿Le gusta leer? ― le pregunto de repente Odette mientras guardaba sus cosas.
―Un poco. La verdad es que a veces no tengo mucho tiempo.
―Comprendo, yo tampoco había podido dedicarle tiempo a esto. Hasta hoy ― y se puso de pie, quedando frente a Antonella.
A ambas se les aceleró el pulso, tanta belleza dañaba sus ojos. Odette trago saliva y Antonella contuvo el aliento, tenían la misma altura. Se quedaron un momento así, como reconociéndose. Al final, Antonella se hizo a un lado para dejar paso a Odette.
― ¿Crees que mañana podré utilizar esta misma mesa? ― le pregunto.
―Por supuesto.
―Gracias. Hasta mañana.
―Hasta mañana.
Mientras caminaba rumbo a su piso, Odette sintió que alguien la seguía, a pesar de que aún hubiera transeúntes, sentía la presencia de alguien siguiendo sus pasos y escondiéndose en las sombras cada que ella se giraba para ver quién iba detrás, pero no encontraba a nadie más. Casi estuvo de ponerse a correr para llegar lo más pronto posible a su piso, pero trato de mantener la calma y no parecer una paranoica. Cuando cruzo la puerta de su cuarto, se sintió aliviada de que no le hubiera pasado nada.
Una vez duchada y pasado el susto, se tumbó en la cama, pareciéndole muy extraño que todo el piso por primera vez estuviera silencioso. Se relajó y disfruto de la quietud, pero su mente rememoro a la mujer de la cafetería, de la cual aún no sabía su nombre y ahora se moría por saberlo.
Cerro los ojos y se la imagino de pie en la habitación, vestida solo con aquel delantal puesto y ella parada delante de Antonella, le quitaba lo único que llevaba puesto cubriendo un mínimo su desnudes, dejando al descubierto su cuerpo desnudo y Odette se deleitaba mirando semejante belleza, hermosa de los pies a la cabeza. Sin darse cuenta, comenzó a tocarse, mientras imaginaba como sería tocar el cuerpo de Antonella, Odette se había desatado la bata de baño y se acariciaba los pechos de la manera en que le gustaría acariciárselos a Antonella. Su deseo por aquella mujer no hizo más que aumentar y le fue imposible parar, siguió tocándose con los ojos cerrados para no perder de vista a Antonella, que jadeaba gracias a sus caricias. La mano de Odette descendió hasta su sexo y lo encontró mojado, deslizo sus dedos a lo largo varias veces, hasta que al final no pudo esperar más y se concentró solo en su clítoris, hasta que finalmente se corrió pensando o más bien imaginando a Antonella.
Mientras que Odette se corría en honor a Antonella, esta comenzaba a hacer lo mismo en su habitación, solo que Antonella se imaginaba a Odette en pantalones, sin playera y con sus gafas oscuras, esa visión dentro de su mente la hizo humedecer enseguida, se le antojaba muy sexi de esa forma y ruda a la vez. Aunque en la realidad no fuera más que apariencias. Pues cuando salió a la calle, Antonella se quedó de pie en la puerta de la cafetería mirándola y la observo sacar algunas monedas del bolsillo de su pantalón y dárselo a un vagabundo que pasaba por la calle pidiendo dinero. De las varias personas que pasaron por el mismo lugar, Odette se desvió de su camino, solo para darle dinero.
Antonella no comprendía a aquella mujer, pero quizás fuera la persona que necesitaba para hacerla su amante, si ella también era rara, no cuestionarías sus manías y acataría todas sus peticiones, con esto en mente comenzó a darse placer, mientras pensaba que era Odette quien le daba placer.
Al día siguiente Odette apareció a la misma hora de la mañana que el día anterior, volvía a vestir informal, llevaba gafas y la mochila en donde llevaba su laptop y el libro, se acercó al mostrador, dio los buenos días mientras sus ojos recorrían el rostro de Antonella y Tea miraba asombrada la interacción entre las dos mujeres. Odette pidió café con leche y galletas de mantequilla, probablemente estaba ingiriendo más grasas, pero tras probarlas ayer, le era imposible no volver a desear más.
El domingo transcurrió igual que el anterior para ambas mujeres, mientras que para Tea fue un poco distinto, ya que salió a las tres de la tarde para verse con su novio.
― ¿Nunca comes? ― le pregunto Antonella a Odette cuando le llevo una rebanada de pay.
―Por supuesto, solo que los fines de semana me gusta más comer cosas no saludables.
―Ya veo.
― ¿Cómo te llamas? He venido toda esta semana y aún no me sé tu nombre, solo el de tu empleada.
―Antonella ¿Y tú?
―Odette, mucho gusto ― dijo extendiendo su mano para estrechar la de Antonella.
―Igualmente.
Tras aquel saludo y la breve presentación, Antonella se hallaba más que segura para hacerle la propuesta a Odette ¿Qué tenía que perder? No perdía nada en hablarle de lo que deseaba y de lo que ambas podrían obtener si Odette aceptaba.
La noche cayó y Odette no se dio cuenta, pero que sí que se percató del momento en que Antonella con todo atrevimiento se sentó en su mesa. Odette levanto la vista y la miro con sorpresa, luego sonrió y Antonella le devolvió la sonrisa.
― ¿Te incomoda que me haya sentado? ― inquirió Antonella.
―No, para nada. Supongo que todo lo que hay aquí te pertenece.
―Sí, así es. Pero yo ofrezco un servicio, lo cual, si me pertenece o no la mesa, cuando un cliente está ocupándola, no es mía.
―Comprendo ― respondió mirándola a los ojos.
A Antonella se le fue todo el valor que había reunido para hablarle de aquello, pero Odette aguardo sentada con toda la paciencia del mundo en silencio, luego le tomo la mano y la insto a hablar.
―Di lo que sea que quieras decirme, no voy a molestarme ¿Cómo podría enojarme con las mujeres bonitas?
Allí estaba el empujón que Antonella necesitaba.
―Gracias, tú también eres muy bonita.
―Gracias, solo te diré una cosa. Si piensas invitarme a salir para ser novias de manita sudada y hacer una vida juntas, estás hablando con la persona equivocada. Acabo de salir de una relación y no quiero pasar por lo mismo otra vez.
―Bueno, no estoy buscando nada de eso. Solo quiero pasármela bien.
― ¡Oh! ¿Solo quieres sexo sin complicaciones?
―Exacto.
―Si eso es así, cuenta conmigo.
―Maravilloso. Solo que tengo una petición.
― ¿Cuál?
―Que nos realicemos unos análisis para saber que ninguna de las dos tiene ninguna enfermedad de transmisión sexual, sé que estoy limpia, pero tú no me conoces y sería justo que yo solo te exigiera.
―Cierto ― y sonrió ―. Tienes toda la razón.
―No te molesta la sugerencia ¿Verdad?
―No, para nada. Me parece bien.
―Pero eso también implica que solo debemos tener contacto entre nosotras durante el tiempo en que decidamos…
―Retozar.
― ¿Retozar? A caso somos caballos.
― ¿Divertirnos?
―Acostarnos.
―Yo no lo quería decir de esa forma.
―La tuya tampoco es muy ingeniosa.
―Pero no fue tan burda.
Se miraron a los ojos y comenzaron a reír, estaban comenzando a discutir por una tontería, pero sin duda estaba siendo una situación muy surrealista, algo que ninguna de las dos había previsto fuera a suceder algún día. Un momento en el que una mujer le propondría a otra ser amantes.
― ¿Quieres que vayamos juntas a hacernos esos exámenes? ― le pregunto Odette.
―Sería lo mejor, sí.
―Bien, ¿Cuándo quieres que nos veamos para eso?
― ¿Me darías tu número? Tengo que organizarme y dejar a Tea sola un rato.
―Entiendo.
―Pero sería por la mañana, después de tener los resultados iríamos por la tarde con un médico para que los vea.
―De acuerdo.
―Vienes aquí, iremos en mi auto.
―Me parece bien ― respondió Odette entregándole una tarjeta de presentación a Antonella con su número ―. Aquí tienes.
―Gracias.
―Creo que es hora de irme ― anuncio Odette poniéndose de pie y Antonella también lo hacía ―. Se hace tarde y tú debes de cerrar.
―Así es.
Odette no tuvo problemas en darle su número, pero pensaba que no tenía caso, pues ellas se verían de todas formas todos los días allí. Ahora, sabiendo que tenía un noventa y nueve puntos nueve por ciento de ser amantes, Odette se atrevió a dejarle un suave beso en la mejilla de Antonella, quien se sorprendió ante el gesto.
―Hasta mañana, Antonella.
―Hasta mañana, Odette.
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A la medida de mis manías
RomanceAntonella es dueña de una popular cafetería, ante los clientes es amable y da la apariencia de ser una uer sin complicaciones ni manías. Sin embargo, en la soledad de su casa es una maniática de la higiene, razón por la que nunca ha tenido una amant...