La Ciudad Escondida (Yoongi x OC)

Capítulo VI

Aunque estaba segura de cada ingrediente y cantidad que estaba poniendo en el mortero, seguía comprobándolo tres veces en el pesado libro con cubiertas de cuero. Un ungüento para cerrar las heridas, primero, y hojas del corazón de la flor del tigre para quitar el dolor.

La habitación olía a una fresca fragancia que provenía del cabello del príncipe, con el bello rostro recostado en la almohada y su respiración lenta, levantó los ojos hacia ella que le había rogado que no se durmiera hasta que hubiera curado sus heridas y aquella dislocación de hombro que lo había hecho soltar un pequeño jadeo mientras se recostaba haciéndola abrir mucho los ojos e ir directamente a su brazo para empezar a moverlo, diagnosticando de qué provenía ese dolor.

Con aquella mirada que se oscurecía, siguió sus pasos hasta que estuvo al lado de la cama. Angelie llevaba un frasco en cada mano.

—Van a ayudarte, lo prometo.

—Angelie —dijo en un suspiro —Está bien, confío en ti —la chica asintió, lo ayudó a sentarse y se acomodó frente a él que estaba a nada de no poder soportar su peso. Lentamente abrió los botones de la camisa, la retiró y mirando fijamente las heridas, comenzó a poner un poco de ungüento en cada una de ellas. Estaba segura de que ardía, pero el príncipe no hacía ningún movimiento que indicara su dolor.

Primero fue con las de su pecho, dos dedos con el ungüento verdoso y su concentración era tanta que sus cejas pobladas casi se juntaban de lo mucho que fruncía el seño. Yoongi quería recostarse de una vez, pero la otra mano de la chica se había posado sobre su espalda desnuda intentando ser un apoyo. Estaba tibia, contrario a todas las demás ocasiones en las que la había tocado. Angelie mantenía el frasco entre sus piernas y su respiración chocaba contra su cuello, haciendo que se le erizaran todos los vellos del cuerpo.

De ella emanaba un olor extraño, que Yoongi sólo podía describir como agua. El agua del mar cerca de las cascadas. Quiso poder inclinarse más hacia ella y descubrir si era real aquel aroma o él se lo estaba inventando. Pero se quedó quieto, con los ojos pesados y pesados a cada segundo, sintiendo cómo el dolor de su piel menguaba ante cada toque. Los dedos de Angelie recorrían su piel casi a caricias, para cuando fue a su espalda él príncipe estaba más en el mundo de sueños que en la realidad. Sintió todo su cuerpo irse relajando y unas manos lo atrajeron para atrás para recostarlo, a punto de quedarse dormido, sintió que algo le entibiaba hasta el corazón y un pulgar hacía círculos sobre su mano.

—Abre la boca —pidió ella, le hizo caso y sintió como una sustancia caía por su garganta, la trago —Si necesitas algo, sólo di mi nombre — y por fin se dejó llevar en un sueño de mil rostros.

Bajó a la cocina, el estomago suplicándole algo de comida y se sirvió los restos de la sopa que había hecho para el príncipe sintiéndose sin ánimos para calentarla y, recargada en la barra de piedra, comió dejándose absorber por el silencio. Un reino durmiente, le repetía su mente y el cansancio estaba por fin llegando a ella, ahora que la adrenalina iba bajando, que se sentía perdida en un mundo de inconsciencia donde la voz del príncipe le repetía una y otra vez que se fuera, que lo llamara por su nombre y veía su rostro doliente, veía su rostro cansado y veía su sonrisa. Muchas veces veía su sonrisa.

Subió dos botes de agua fría porque necesitaba sentir que la suciedad, de los recuerdos de tanto miedo se fueran, necesitaba sentirse limpia. Los vació en su tina y espero que el príncipe no la necesitara mientras se sumergía de lleno para no padecer ante el encuentro con el frío y cerró los ojos mientras el agua vagaba por su cuerpo desnudo abrazándola en un reconfortante consuelo.

Con el cabello húmedo se metió a la cama, oliendo a ese jabón de flores que su padre obtenía de un lugar lejano. En cuanto cerró los ojos se hundió en un sueño de remolinos.