Capítulo 2 - La casa

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Alejandro recobró el conocimiento y se levantó del suelo. Se tocó la cara y sintió el dolor y la sangre. Se miró en un charco y vio su reflejo. Estaba hecho un desastre. Tenía el ojo morado, la nariz rota, la boca hinchada y el labio partido. Parecía un monstruo.

Miró a su alrededor y vio que el patio estaba vacío. Todos se habían ido. Nadie se había quedado a ayudarlo ni a consolarlo. Nadie se había preocupado por él ni se había interesado por su estado. Nadie lo había acompañado ni lo había llevado al hospital.

Estaba solo.

Como siempre.

Se puso la mochila al hombro y salió del colegio con dificultad. Caminó por las calles con la cabeza gacha, evitando las miradas y los comentarios de la gente. Llegó a la parada del autobús y esperó a que llegara el suyo. Subió al autobús y se sentó en el último asiento, tratando de pasar desapercibido. Pero no lo logró. Los demás pasajeros lo miraban con curiosidad, con asco, con lástima. Algunos le preguntaban qué le había pasado, otros le hacían bromas, otros le daban consejos.

Alejandro no respondía. Estaba cansado de todo eso. Estaba cansado de ser el centro de atención por las razones equivocadas. Estaba cansado de ser el objeto de burla y compasión de los demás. Estaba cansado de ser el flacucho, el feo, el inútil.

Estaba cansado de ser él.

Bajó del autobús y caminó hasta su casa. Era una casita humilde y vieja en un barrio pobre y sucio. Tenía una puerta de metal, unas ventanas de madera y un techo de zinc. No tenía jardín ni garaje ni nada que la adornara o la distinguiera de las demás.

Era una casa triste.

Como él.

Entró a la casa y se encontró con su madre en la sala. Su madre era una mujer joven y bonita, pero que parecía mayor y cansada por el trabajo y las preocupaciones. Tenía el cabello castaño y rizado, los ojos verdes y dulces, y una sonrisa amable. Era cariñosa, trabajadora y optimista. Era lo único bueno que tenía Alejandro en su vida.

Su madre lo vio y se asustó.

- ¡Hijo! ¡Qué te ha pasado! -exclamó.

- Nada -mintió Alejandro.

- ¿Cómo que nada? ¡Estás hecho un desastre! ¡Tienes la cara llena de golpes! ¿Quién te ha hecho esto? ¿Ha sido Enzo? ¿Ha sido ese maldito?

- No importa -dijo Alejandro.

- Claro que importa -insistió su madre-. No puedes dejar que te traten así. Tienes que defenderte. Tienes que denunciarlo. Tienes que hacer algo.

- No puedo hacer nada -dijo Alejandro.

- Sí puedes -dijo su madre-. Puedes ser fuerte. Puedes ser valiente. Puedes ser feliz.

- No puedo -repitió Alejandro.

- Sí puedes -repitió su madre-. Yo te voy a ayudar. Yo te voy a apoyar. Yo te voy a querer.

- No puedes -dijo Alejandro.

- Sí puedo -dijo su madre-. Yo soy tu madre y te quiero más que a nada en este mundo. Y voy a hacer lo que sea por ti.

- No hace falta -dijo Alejandro.

- Sí hace falta -dijo su madre-. Ven, vamos a curarte esas heridas. Vamos a limpiarte esa sangre. Vamos a hacerte sentir mejor.

Y dicho esto, se acercó a él y lo abrazó con ternura.

Alejandro sintió el abrazo y las lágrimas le brotaron de los ojos.

Lloró.

Lloró por el dolor y la sangre.

Lloró por la humillación y la vergüenza.

Lloró por la soledad y el vacío.

Lloró por la tristeza y la desesperanza.

Lloró por él y por su vida.

Su madre lo consoló y lo llevó a su habitación. Era una habitación pequeña y sencilla, con una cama, un armario, un escritorio y una estantería. En la estantería había muchos libros de diferentes géneros y autores. Eran los libros que Alejandro leía para escapar de su realidad. Eran sus amigos y sus compañeros.

Su madre lo acostó en la cama y le limpió las heridas con agua y algodón. Le puso unas vendas y unos ungüentos. Le dio un beso en la frente y le dijo que descansara. Le dijo que todo iba a estar bien. Le dijo que lo quería mucho.

Alejandro le agradeció y le devolvió el beso. Le dijo que también la quería mucho.

Su madre salió de la habitación y cerró la puerta con cuidado.

Alejandro se quedó solo en la cama, mirando el techo.

No se sentía mejor.

Se sentía peor.

Se sentía culpable por hacer sufrir a su madre.

Se sentía impotente por no poder cambiar su situación.

Se sentía inútil por no poder ser feliz.

Se sentía solo.

Como siempre.

Se durmió llorando y no volvió a salir ni a la cena.

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⏰ Última actualización: Jun 20, 2023 ⏰

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