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Con los nervios a flor de piel sin razón aparente, me planté a las siete en punto en la puerta de casa Pandora, vestido elegante pero no demasiado. Quería que la gente se fijara en mi, pero no durante demasiado tiempo porque aquella noche quería pasar tiempo con Pandora. 

La puerta se abrió para dejar paso a una Pandora con un vestido verde que abrazaba su figura de una manera arrebatadoramente hermosa. Era un vestido que gritaba, yo estoy aquí. Y ella iba a estar conmigo durante toda la noche, bailando, riendo y sorteando a la gente. Se había puesto uno de sus mejores vestidos, eso seguro. La gente se iba a desnucar al verla pasar y se le iban a salir los ojos de tanto abrirlos. 

Me sentí repentinamente orgulloso de mi mismo por haberla elegido a ella y no a su hermana. Sabía que no era real, pero para el resto del mundo si. Y en aquellos últimos días, Pandora parecía brillar con una luz propia que dejaba boquiabiertos a la gente que la observaba.

- ¿Nos vamos? - dijo ella. 

Yo asentí y la ofrecí mi brazo para bajar las pequeñas escaleritas hasta el carruaje. La ayudé a subir y a introducir aquel vestido dentro del coche, con cuidado de que no se pillara nada con la puerta. 

Yo me senté a su lado y esta vez, no la vi incómoda. Llevaba puesto el anillo que yo le había dado. No era algo muy extravagante. Al contrario, era apenas un hilo dorado que abrazaba tres piedrecitas rojas. Ni una mas, ni una menos. 

Llegamos enseguida al baile, que se celebraba en una mansión con un enorme salón de baile y con un montón de comida aquí y allá. 

Pandora pareció algo incómoda con las miradas de toda aquella gente. Todo el mundo se fijaba en ella y resultaba difícil apartar la mirada. Principalmente porque era arrebatarodamente hermosa y porque ver a Pandora y no a cualquiera de sus otras hermanas era algo extraño. 

Después de hablar con un par de amigos que me encontré por allí, me di cuenta de que Pandora no estaba para nada cómoda allí. Así que cuando nos retiramos, me aseguré de que aquello no volviera a ocurrir. 

- Tengo una idea - la susurré al oído, hundiéndome en su colonia con olor a lavandas. 

Ella frunció el ceño antes de que tomara su mano y tirara ligeramente, a la espera de su aprobación. Miró a su alrededor y tras unos segundos de duda, asintió. 

Sonreí y la llevé a fuera, al porche. 

- Hace frío, Laurence. - me dijo ella abrazándose a si misma. 

Le resté importancia con un gesto para después agarrar sus manos y hacerla dar una vuelta sobre si misma. 

- ¿Qué planeas? - me preguntó ella. 

- Bailar contigo. Solo nosotros, sin todas esas miradas incómodas alrededor. - respondí. Ella agachó la cabeza cuando se sonrojó. 

Sonreí y pegué su cuerpo al mío. 

- ¿Puedo? - pregunté con además de agarrar su cintura. 

Ella asintió débilmente, mientras rodeaba su cuerpo y lo sentía contra mi. Su cadera parecía encajar a la perfección con la mía. 

- Hueles bien. - me atreví a decir y en cuanto salió de mi boca, me arrepentí de haberlo dicho. Sonaba ridículo. 

Ella rió y pegó su frente a mi hombro. Sonreí inconscientemente también y observé como sus ojos se elevaban para encontrarse con los míos. Esos ojos negros en los que me veía reflejado. Esos ojos que reflejaban las estrellas. 

- Gracias, tu también hueles bien. Varonil. - bromeó. Reímos y me deleité con la vibración de su risa en mi pecho cuando se pegó tanto a mi que podría haber reposado su cabeza en mi pecho. Y yo podría haber hundido la nariz en su pelo y aspirar su aroma. El aroma de aquella mujer con tantos secretos a su espalda. La que sería mi futura esposa. 

- Procuro serlo. - respondí ante la última cuestión que había mencionado. 

- Muchos dicen que eres un mujeriego, seguro que es por la colonia. Te encantará atraer la atención de todas las chicas. - bromeó. Pero para mi fue como si me clavara un cuchillo en el pecho. Y creo que lo notó porque el rocé entre su mano y la mía se hizo mas tenso. 

- Solo pretendo atraer la atención de una mujer en particular. - dije clavando mis ojos en los suyos, intentando que entendiera lo que quería decir. La idea de casarme con ella ya no me parecía tan desagradable. 

Ella me devolvió la mirada, sin titubear. 

- Seguramente ella ya lo ha notado. - respondió. El corazón se aceleró en mi pecho, cuando me di cuenta de que me había acercado peligrosamente a sus labios y ella no se había apartado. 

- Espero que si. Ella no es como las demás. Quiero hacer las cosas bien con ella. - respondí, en apenas un susurro sobre sus labios. Imaginando como sería atraparlos entre los míos. 

- ¿Cómo se que esta vez será diferente? - respondió ella. Mi mano libre se acercó a su rostro y lo acuné como si fuera un tesoro, porque lo era. 

- Vamos a casarnos. - respondí. 

- Eso es falso. - respondió ella colocándome un rizo detrás de la oreja. Me moría de ganas por probar esos labios. Quería que sus manos se enredaran en mi pelo mientras mis labios la saboreaban. 

- No todo. - la aseguré antes de rozar sus labios con los míos y atraparlos en una caricia. Su mano se enrredó en mi pelo como a mi me hubiera gustado y me atrajo hacia ella, intentando alcanzar mi piel a través de mi traje. 

Mi mano se perdió en su nuca, reteniéndola contra mis labios mientras inclinaba la cabeza para profundizar el beso y hacer que mi lengua explorara su boca. Pandora dejó escapar un leve ruidito antes de enredar su mano libre sobre mi cuello y hundirla en mis rizos. 

Era mucho mejor de lo que hubiera imaginado. Era la tentación echa mujer. La suavidad de sus labios, su sedoso pelo enrredándose en mis dedos, sus débiles gemidos contra mis labios... 

Me separé por la falta de aire y me atreví a mirar en aquellos ojos, temiendo lo que pudiera encontrarme. 

- Laurie no se si debo... - comenzó ella. 

- Por favor - la interrumpí inclinándome hacia su oído y atrayendo sus brazos hacia mi cuello, envolviéndome. Mis manos regresaron a su cintura antes de susurrarla al oído: 

- Dame una oportunidad y te prometo que te haré la mujer mas feliz del mundo. - juré. Y por primera vez, recé de verdad porque me escuchara. 

No dijo nada pero tampoco se apartó, así que seguimos balanceándonos con el sonido de la orquesta amortiguado por las paredes de aquella casa. Y aquella noche fingí que ella me amaba y disfruté de tenerla así, entre mis brazos. Me permití pensar que nada de todo aquello había sido un matrimonio concertado por el beneficio propio. Me permití imaginar qué pasaría si Pandora pudiera ser una mujer que me amara de verdad. 


The LadyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora