Tregua con un desconocido.

Un día como otro cualquiera.

Esta mañana me levanté como cada día, a las seis y media de la mañana, donde mi padre se presentaba como un sargento en mi habitación, dándome los buenos días. La única razón por la que aparecía allí cada mañana lectiva, era porque soy una de esas personas a las que no se les sacas fácilmente de la cama, dada mis circunstancias yo era toda una experta en decirme a mi misma cinco minutos más. Hasta que llegaban las siete y veinte y me levantaba como una loca por llegar tarde. Pero por suerte, dado que es viernes, tenía una especie de presentimiento de que hoy iba a ser mi día. Como tantas veces me he repetido desde que entre en Collings College, supuesta mente una de las mejores escuelas de la cuidad, según mi padre. En fin, cuando acabe de desayunar, -cosa que no hago por vicio, si no es un domingo por la mañana después de la resaca del sábado- , prácticamente era mi padre el que casi me metía la comida por la boca prácticamente todas las mañanas.
Hoy llevaba puesto una blusa blanca, acompañada de unos tejanos negros, y unas converse moradas. Hasta día de hoy no me ha gustado llamar mucho la atención así porqué si, acaso que no fuera alguien por el cual me sentía atraída o algo por el estilo, -cosa poco frecuente en mi-. Pero últimamente, se podía decir que 'cuidaba un poco más mi imagen'.
Y aquí me tenéis, contándoos mi vida, como si fuera algo interesante de escuchar.
Estaba en mi mundo, cuando de repente el profesor Josh me saco de mis pensamientos. -Señorita Jonhson, me puedes usted repetir lo que acabo de explicar?
Mierda.
-Todos sabemos que no me he enterado, así que para que hacer el esfuerzo de intentar finjir que le estaba escuchando, en vez de estar pensando en mis cosas, que supuestamente son más interesantes para mi misma que lo que estabas usted explicando.
Todo el mundo comentaba entre risas.
-No me haga perder el tiempo, váyase a hacerle una visita a nuestro queridissimo director.
-Con mucho gusto. Añadí con sarcasmo.
Así que, guarde mis trastos en la mochila, me la cargue al hombro derecho, y salí de aquella tortura de clase, diciéndole adiós a el magnífico profesor de filosofía. Josh Matew.
Empezamos bien el día.