Cowain, Swain y Ross

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El sol del mediodía se derramaba copiosamente en el estudio jurídico de
《Cowan, Swan y Ross》, en San Francisco, dándole a la oficina una
alegría que Donald Gennaro no sentía. Escuchaba el teléfono y miraba a su patrón, Daniel Ross, frío como un enterrador, con su traje oscuro de rayas finas.

—Entiendo, John —decía Gennaro—. ¿Y Grant accedió? Bien, bien… Sí, eso me parece algo excelente. Mis felicitaciones, John. —Colgó el teléfono y se volvió hacia Ross—. Ya no podemos confiar en Hammond. Está sometido a demasiada presión. El EPA le está investigando, está atrasado en la construcción de su finca de recreo de Costa Rica y los inversores se están poniendo nerviosos. Ha habido demasiados rumores de que se suscitaron problemas allá. Demasiados obreros murieron. Y ahora este asunto de un pro-compsit-como-sea en tierra firme…

—¿Qué quiere decir eso? —preguntó Ross.

—Quizá nada. Pero 《Hamachi》 es uno de nuestros principales inversores. La semana pasada recibí un informe del representante de 《Hamachi》 en San José, la capital de Costa Rica. Según el informe, una nueva especie de lagartija está mordiendo a los niños en la costa.

Ross parpadeó:

—¿Una nueva lagartija?

—Sí. No podemos hacer bromas con esto. Tenemos que inspeccionar esa
isla de inmediato. Le he pedido a Hammond que ordene inspecciones
semanales del lugar durante las próximas tres semanas.

—¿Y qué dice Hammond?

—Insiste en que nada está mal en la isla. Afirma que funcionan todas las
medidas de seguridad.

—Pero usted no le cree —dijo Ross.

—No —contestó Gennaro—. No le creo.

Donald Gennaro había llegado a 《Cowan, Swain》, con antecedentes en
el Banco de inversiones. Los clientes de Cowan, Swain, pertenecientes al ramo de la alta tecnología, con frecuencia necesitaban capital y Gennaro les ayudaba a conseguir el dinero. Una de sus primeras misiones, allá por 1982, había sido acompañar a John Hammond mientras el viejo, a la razón de setenta años, reunía los fondos para

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niciar la sociedad anónima 《InGen》. Finalmente, reunieron alrededor de mil millones de dólares, y Gennaro recordaba ese trabajo como una carrera enloquecedora.

—Hammond es un soñador —comentó.

—Un soñador potencialmente peligroso —acotó Ross—. Nunca debimos dejarnos arrastrar. ¿Cuál es nuestra posición financiera?

—La firma posee el cinco por ciento.

—¿General o limitada?

—General.

Ross sacudió la cabeza, en gesto de negación:

—Nunca debimos hacerlo.

—Parecía lo más prudente en aquel momento. Demonios, eso fue hace
ocho años. Lo aceptamos en lugar de algunos honorarios y, si usted recuerda, el plan de Hammond era especulativo en extremo. Realmente estaba luchando a brazo partido. A decir verdad, nadie creía que lo fuera a lograr.

—Pero, en apariencia, sí lo logró. Sea como fuere, estoy de acuerdo en que venció el plazo para una inspección. ¿Qué hay en cuanto a sus expertos sobre el emplazamiento?


—Estoy empezando con los expertos que Hammond ya contrató como
consultores en las primeras etapas del proyecto. —Gennaro lanzó una lista sobre el escritorio de Ross—. El primer grupo está constituido por un paleontólogo, una paleobotánica y un matemático. Van allí este fin de semana. Yo iré con ellos.

—¿Ellos le dirán la verdad? —preguntó Ross.

—Así lo creo. Ninguno de ellos tuvo mucho que ver con la isla, y uno de ellos, el matemático, Ian Malcolm, fue abiertamente hostil al proyecto desde el principio, insistía en que nunca funcionaría, en que nunca podría funcionar.

—¿Y quién más?

—Nada más que una persona con preparación técnica, el analista del
sistema de procesamiento de datos. Para la revisión de los ordenadores del parque y para arreglar algunos defectos de los programas. Debe de llegar allí el viernes por la mañana.

—Muy bien. ¿Está usted haciendo lo necesario?

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Hammond pidió hacer él mismo las llamadas. Creo que quiere fingir que no tiene problemas graves, que no es más que una invitación de índole social. Que está fanfarroneando con su isla.

—Está bien —dijo Ross—. Pero asegúrese usted de que se corrija lo que
hay que corregir. Quiero que esta situación de Costa Rica esté resuelta
dentro de una semana. —Ross se puso en pie y salió de la habitación.

Gennaro marcó un número en el teléfono; oyó el gimiente siseo de un
radioteléfono. Después oyó una voz que decía: 《Al habla Grant》.

—Hola, doctor Grant, aquí Donald Gennaro. Soy el asesor general de

《InGen》. Hablamos hace unos años; no sé si recuerda…

—Recuerdo —dijo Grant.

—Bien —dijo Gennaro—, acabo de hablar con el señor John Hammond,
que me dio la buena noticia de que usted va a nuestra isla de Costa Rica…

—Sí. Creo que vamos para allá mañana.

—Bien. Sólo quería hacerle extensivo mi agradecimiento por hacerlo, a pesar de que no se le dio tiempo para arreglar sus asuntos. Todos los de 《InGen》 apreciamos eso. También le pedimos a Ian Malcolm que, al igual que usted, fue uno de los primeros consultores, que venga. Es el matemático de la Universidad de Texas en Austin, ¿le recuerda?

—John Hammond lo mencionó.

—Bueno, está bien. Y yo también voy a ir, a decir verdad. A propósito, este espécimen que encontró de pro… procom… ¿cómo es?

—Procompsognathus .

—Sí. ¿Tiene el espécimen con usted, doctor Grant? ¿El espécimen real?

—No. Sólo he visto una radiografía. El espécimen está en Nueva York. Una mujer de la Universidad de Columbia me llamó.

—Bueno, me pregunto si usted me podría brindar detalles sobre eso.
Entonces, yo podría enviarle un informe detallado del espécimen al
señor Hammond, que está muy excitado con todo esto. Estoy seguro de
que usted también quiere ver el espécimen real. A lo mejor, yo podría
hacer que lo enviasen a la isla, mientras todos ustedes están allá.

Grant le dio la información.

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—Bueno, eso es suficiente, doctor Grant —dijo Gennaro—. Mis saludos a la doctora Sattler. Tengo verdaderos deseos de reunirme con usted y con ella mañana. —Y Gennaro colgó.

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