Sábado 22 de Enero de 1814Wildflower descansaba tranquila y silenciosa esa tarde de invierno. La casa parecía que se quejaba en chasquidos de madera que sonaban cuando el calor de las chimeneas se filtraba en suelos y paredes.
Harriet estaba sentada junto a la ventana de su dormitorio que daba al jardín trasero de la casa. Con las piernas recogidas contra su pecho y la cabeza echada hacía atrás apoyada en la pared, dejaba que su mente vagara por el espacio iluminado por los rayos naranjas que el sol enviaba a través de las ventanas.
Llevaba días con la mente nublada y cansada. El primer baile de la temporada la había dejado agotada tanto físicamente como anímicamente. Haber perdido su libreta en medio del baile había desatado un estrés en su cuerpo del que aún no había podido descansar.
No había podido apuntar demasiado esa noche. La señora Baxter le había comentado algunos cotilleos al acabar el baile, pero ella no había apuntado ni la mitad, su mente estaba en otras cosas.
No podía sacarse de la cabeza aquella muchacha. ¿Y si había leído algo?
Su corazón descargó un rayo de electricidad que se hizo bola en su garganta. De un salto se puso de pie, se secó el sudor de las manos y se sentó a los pies de su cama.
Alargó la mano y cogió el cuaderno que había dejado antes sobre las azules sabanas. Se quedó mirando esa tapa verde hasta que un temblor en sus labios le dijo de abrirlo. Su mente sabía muy bien a que pagina ir.
3 de Abril de 1813
Sé que me has dejado acariciar tu muñeca. He sido la mujer mas feliz del mun....
Dejó caer la libreta al suelo. Notó una lagrima caer sobre sus faldas.
«¿Lo leíste?» No dejaba de hacerse esa pegunta una y otra vez.
Estirada sobre su cama azul dejó clavada su mirada y pensamientos en los dibujos florales del techo. Un pavo real, una fuente, unos lirios, y unas rosas...
Rosas.
«Hueles a rosas...» pensó, y cayó en un ligero sueño frío.
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Lunes 24 de Enero de 1814
— ¿Quieres un poco de azúcar? — Elisabeth se sentó al lado de su amiga con un pequeño bote de terrones de azúcar. Harriet negó con la cabeza.
— Sigo pensando en que tuvo que leer algo — Harriet dio un sorbo al té humeante — Nadie se encuentra una libreta y no mira lo que contiene...
— Harriet, le estas dando demasiadas vueltas. Tienes el cuaderno de vuelta y eso es lo importante.
Elisabeth apoyó su mano sobre la de su amiga y le sonrió tiernamente. Harriet apoyó su espalda al respaldo del sofá y cerró los ojos mientras suspiraba.
Le gustaba esa sala. La tranquilidad que se respiraba en casa de los Notley era algo de otro mundo. El salón estaba perfectamente climatizado, la luz que entraba por las ventanas era la justa y el aroma de las flores era el idea. Todo desprendía una harmonía detallada.
La casa donde vivía Elisabeth Notley con sus padres era una de las casas mas alejadas del concurrido centro social de Londres. Como la señora Notley era una apasionada del perfume, toda la casa estaba llena de flores y plantas aromáticas, muchas veces de importación. Elisabeth y su madre, años atrás y para no atormentar los olfatos de los invitados, habían organizado y decorado cada sala por olores. El salón principal era el Salón de las Rosas y contaba con veinte jarrones llenos de rosas dispuestos por toda una habitación color rojo. El comedor era el Salón de la Miel, su madre decoraba esa sala con flores de aroma dulce y los objectos decorativos, como alfombras y tapetes, eran amarillos.
La sala donde se encontraban y donde Elisabeth recibía sus visitas y amistades era el Salón Cítrico. Las paredes estaban forradas con un papel de color crema con dibujos a color de naranjas, mandarinas, limas y limones. Las cortinas, alfombras y tapizados eran de suaves tonalidades naranjas, verdes o amarillas, y en cada mesita y repisa había un jarrón con flores de aroma cítrico o un frutero con naranjas y limones.
En invierno, cuándo estos aromas se mezclaban con el té y la canela, creaban un ambiente cálido y hogareño, pero a la vez fresco y libre.
— A más — Liz arrancó a Harriet de su momento de paz mientras cogía una pastita en forma de corazón — en esa libreta solo tienes cotilleos, todo Londres está al día de ellos.
Se hizo un silencio masticable.
Elisabeth ladeó la cabeza y pestañeó varias veces antes de volver a hablar.
— No ...no me digas que tienes apuntado ahí lo de...
Harriet suspiró y se rascó la nuca
— ¡Por el amor de Dios! — Elisabeth se levantó de un salto aún con media galletita en la mano — Si que deberías estar preocupada, si. ¿A quién se le ocurre?
— ¿Ahora entiendes de donde viene mi preocupación? —Harriet dio un nuevo sorbo a la bebida.
Elisabeth se puso a dar vueltas por la sala, Harriet vio como se colocaba la mano derecha detrás de la espalda, al igual que hacia su padre. Sonrió ante ese gesto.
Harriet se fijó en lo mucho que había madurado Elisabeth. Su melena rubia se había aclarado con el paso de los años, al igual que sus ojos. Era una mujer esbelta, con un buen porte. Muy testaruda y cabezona, pero a la vez, muy dulce e inocente. Siempre habían estado juntas, des del inicio, y Elisabeth siempre la había apoyado, aconsejado y defendido en los momentos mas duros de su vida.
En ese momento, viendo a su amiga vestida de terciopelo blanco y azul , moviéndose con la gracia que la caracterizaba, solo podía ver un ser celestial. Un ángel protector.
— Al menos sabemos que esa dama no ha hablado —Liz se paró delante el frutero que había sobre la mesita de la ventana y giró una naranja— No tenemos noticias de ningún rumor, han pasado los días y no hemos oído nada. Así que no ha hablado.
Harriet volvió a apoyarse sobre el respaldo del sofá. Era cierto que no había oído hablar de ningún cotilleo que la involucrara, eso podía indicar que esa señorita no había leído nada o no había dicho nada.
Queriendo descansar la mente Harriet encaminó la conversación hacia otro paradero.
— ¿Cuándo vuelve Arthur? —abrió los ojos y por la esquina de su visión vio a su amiga enrojecer mientras giraba con mas energía unos limones.
— En unas semanas debería estar de vuelta — Elisabeth sonrió mientras jugaba, ahora, con un mechón rubio.
— Si le escribes, dile que conteste mis cartas, no sé de el des de Fin de año —Harriet exhalo el aroma cálido de las naranjas y sonrió de manera picara— parece que te aprecia más a ti que a mi.
—Oh vamos, no digas esas cosas Harriet —Elisabeth se sentó a su lado con la mirada preocupada— nos aprecia a ambas de la misma forma...
—Liz, no me falla la vista, sé que sientes algo por el —miró de reojo a su amiga— y el parece que también...
—¡Cállese de una vez señorita Egerton o tendré que pedirle que se marche de esta casa! —ambas amigas explotaron en una carcajada.
La luz de la tarde empezaba a perderse, pero el aroma a naranjas parecía más intenso.
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En el jardín de las amapolas
Historical FictionLondres, 1814, primer baile de la temporada social. Harriet Egerton pierde su cuaderno lleno de cotilleos sociales y secretos amorosos del pasado. No es hasta unas horas más tarde que una hermosa joven se le acerca para devolverle la libreta. ¿Habrá...