Capítulo 1

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El trabajo en la oficina era arduo, como de costumbre, pero siempre se podía tomar un descanso entre cada hora. Pete adelantaba su labor en ese período de tiempo cuando Leonardo Qin, el jefe, entró a la oficina. Lo acompañaba una mujer de cabello castaño, que le llegaba casi a la mitad de la espalda. Leonardo dijo que se llamaba Lisa y que iba a trabajar junto a ellos en esa oficina, luego se dirigieron al local del hombre. Los ojos de Pete siguieron a Lisa mientras se alejaba, cuando un cuerpo femenino se interpuso entre él y la mujer.
—Hola, Pete —saludó la intrusa arrimándose a la mesa para que el muchacho viera la abertura que había en la parte superior de su chaqueta.
—Hola, Gloria —desvió la vista después de haber contemplado el escote por varios segundos.
—¿Qué harás hoy en la noche? —trató de seducirlo.
—Ya tengo planes. Cresilda y yo vamos a salir —respondió para sacársela de encima.
—Ah, es una lástima, porque me gustaría repetir aquella noche que tuvimos... en el ascensor.
Pete se quedó unos instantes en silencio, observó la sonrisa de Gloria.
—Yo no la disfruté —respondió el joven.
—Pues tu cara decía otra cosa. Además, lo que me hiciste... Creí que eras un chico correcto, pero eres todo un pervertido.
—Deja de decir tonterías, solo fue una noche y ya. De seguro me obligaste.
—Parecía que no.
—¿No tienes trabajo que hacer? —preguntó irritado.
—Sí —frunció el ceño, le molestó que se lo recordaran—. Espero que te vaya bien con Cresilda y que aguante como yo —y se marchó lanzando una carcajada.
Pete la veía alejarse. Ella usaba el mismo uniforme que todas las mujeres de allí pero le gustaba llamar la atención, así que acortaba el largo de la falda y no se abrochaba todos los botones de la chaqueta ni de la blusa para atraer a los hombres. Él fue uno de los que cayó en sus garras.
—¿Aún te gusta? —una voz lo regresó a la realidad.
Pete se volteó. Había una señora de ojos bondadosos a su lado. Su cabello era blanco y llevaba unos lentes que se sujetaban al cuello con una cadena.
—Para nada.
—Entonces, solo dícelo.
—Ya lo hice varias veces pero no me hace caso.
—¿Y esa noche que pasaron juntos?
—Solo lo sé porque desperté en su cama.
—Y ahora buscas a mujeres mayores con las que acostarte. ¡Ah, pobre de mí! —se puso una mano en la frente.
—No es para tanto, Cresilda.
—En mis tiempos solo nos acostábamos con la persona con quien nos comprometíamos, después del día de nuestra boda. Pero ahora todo está revuelto y todo el mundo se acuesta con todo el mundo. Sólo hay que mirarte, todavía eres un niño.
—Cresilda, no exageres, tengo casi treinta, o prefieres que me deje la barba para parecer más maduro —se tocó el mentón.
—Mejor olvídalo, tú a tu trabajo y yo al mío.
Pete sonrió, vio cómo Cresilda se sentaba en el puesto, y reanudó su labor con los papeles que tenía delante. Revisaba las facturas generadas por los trabajadores de la empresa. El combustible y demás gastos debían estar en orden para poder recibir una buena paga.
—¿Podrías ayudarme? Es que soy nueva aquí y no sé muy bien cómo usar estos aparatos —interrumpió una voz.
Pete alzó la vista de los papeles. Frente a él tenía a alguien que consideraba una diosa, la misma Venus en un cuerpo mortal.
—¿Puedes ayudarme? —repitió Lisa.
—Sí, ¿qué necesitas? —Pete volvió en sí después de unos segundos.
—Debo hacer varias copias de estos documentos —enseñó los papeles—, pero nunca he usado una de esas máquinas, así que necesito ayuda.
—Sígueme.
El muchacho se levantó del asiento y la condujo hasta el equipo constituido por una plancha transparente y unos botones.
—Primero debes revisar que esté conectada a la corriente —explicó—, luego enciendes la máquina y pones las hojas en esa plancha. Cuando lo hayas hecho presiona el botón que dice "Fotocopiar" y pon el número de copias que deseas. Recuerda verificar antes que haya la cantidad de papel que necesitas.
—Gracias —dijo mientras hacía lo que le indicaron.
—Así que eres nueva, ¿verdad? —interrogó.
La mujer movió la cabeza afirmativamente.
—El jefe dijo que te llamas Lisa.
—Así es —respondió sin apartar la vista de su tarea.
Pete la miraba embelesado. Veía cómo Lisa se echaba el cabello detrás de la oreja derecha, dejando al descubierto su cuello. Ah, ese cuello. Quería besarlo hasta el cansancio.
—Si necesitas algo más no dudes en pedirme ayuda —se ofreció al advertir que ella se alejaba con los documentos.
La muchacha asintió.
—Despierta, galán, que tienes que trabajar —una voz le hizo dar un salto, lo sacó de sus pensamientos.
Pete se volteó. La anciana Cresilda lo miraba con sus ojos aumentados de tamaño por los lentes que usaba.
—Por Dios —dejó escapar un suspiro—, no me asustes de esa forma.
—Pon los pies sobre la tierra, muchacho —lo regañó—. Estas mujeres solo te van a traer problemas.
—Ah, Cresilda, no te preocupes por mí.
—Pero si estás dejando el trabajo a un lado. Dime, ¿cómo vas a sobrevivir?
—Cresilda...
—No me digas nada —lo interrumpió—, es tu naturaleza, qué vamos a hacer.
Cresilda y Pete regresaron al trabajo, pero el joven no podía concentrarse. Todos sus pensamientos giraban en una sola dirección: Lisa. Solo la mención de su nombre hacía que sus labios se humedecieran como si fuera a probar un dulce.

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⏰ Última actualización: 4 days ago ⏰

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