2. La editorial

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Leí la porción correspondiente de lectura, pero mi mente estaba lejos, en otro lugar. Leí sin comprender, leí por leer, mis pensamientos no se concentraban en el pasaje.

Rara vez me sucedía, estaba tan acostumbrada a leer libros tan complejos como La Ilíada, La Odisea, que me resultaba increíble no comprender la Biblia. No entendía nada.

Detestaba la idea que fuese a causa de un muchacho. Tenía un lema muy presente para mí: Un chico jamás será más importante que mis metas.

Quería ser una mujer independiente, empresaria. Mi sueño era fundar una editorial que fuese capaz de publicar más de mil libros al año, quizá así le hacía competencia a editoriales grandes y de prestigio. Me encargaría de la parte de producción de libros y la administración como editorial.

Quería ganar un lugar en el mercado, y sabía que no iba ser sencillo, necesitaba autores que confiaran sus manuscritos en mi capacidad como editora, debía contratar a un montón de personas para que fuesen profesionales en corrección, diseño y maquetación.

Tenía que dirigir un taller de impresión, ganarme un lugar en las librerías reconocidas, eran selectivas, no colocaban cualquier libro en sus estantes. Tenía que luchar por construir un espacio en ferias de libros para presentaciones y firmas. La siguiente meta era resultar galardonada en algún premio literario.

Tenía una idea de cómo rellenar las páginas en blanco de mi vida, y en esta proyección, no existían hojas para una historia de amor.

No quería borrar capítulos de mi vida, no quería gastar mi tinta en escenas románticas, en frases clichés. Vivía por mi sueño de ser una reconocida editora, propietaria de una editorial gigante, y ser la creadora de sueños en autores.

¿Y acaso abandonaría todos mis planes por ser la esposa de alguien? ¿Una mujer sumisa?

No estaba dispuesta a sacrificar todo por "amor". Por ello no solía pensar en chicos, no me permitía distracciones con la idea de tener novio, mucho menos me agradaba la idea de casarme. 

Y pensar en un chico, tres años menor que yo, con discapacidad visual, y cristiano, me resultaba... inquietante.

Mientras leían los demás integrantes de la mesa, aproveché cada pausa y punto para echarle un vistazo y rectificar si era el chico de mis sueños, quizás solo hasta ahora todo era mera coincidencia.

El tiempo se agotó, en un abrir y cerrar de ojos, la familia Duarte se había levantado de las sillas y estaban rumbo a la puerta para retirarse.

Durante la despedida en el umbral, aproveché para subir a mi habitación rápidamente por mis libros de estudio, caminé en dirección al viejo librero y noté que el libro de Gabriel García Márquez estaba empolvado, eso era buena señal de que no lo había tocado en años.

Mi sueño no fue real, mi sueño no fue real. Me repetía para tranquilizarme.

Bajé con intenciones de despejar mi vista, pero ellos seguían ahí, obstruyendo el paso de salida.

Con permiso—busqué un corto espacio para cruzar la puerta.

—Cariño, ¿a dónde vas?—preguntó el señor Duarte—, si vamos en la misma dirección, podríamos pasar a dejarte.

—Voy a la biblioteca—respondí mirando hacia afuera—, pero tengo prisa, no se preocupe.

—Perfecto, sube a la camioneta, te damos un raite.*

Miré a mis padres, ellos asintieron en sinónimo de aprobación. No podía creerlo.

La familia Duarte tenía una camioneta de tres filas, la última estaba ocupada por instrumentos musicales, que si mal no escuché, pertenecían a sus dos hijos que tocaban en la alabanza de la iglesia.

Comencé a sentirme incómoda desde que accedí, pero cuando apartaron la guitarra y el teclado a la cajuela para que yo estuviera acomodada en la parte de atrás, me sentí abrumada.

Subí y me senté del lado de la ventanilla con la intención de desviar mi mirada siempre a las calles. A mi lado se sentó un chico, no quise girar para averiguar quién era, pero cuando reprodujeron música cristiana en el auto me pareció inevitable no voltear.

Era él cantando bajito.

Estaba junto a mí, pero su cuerpo estaba lejos, sus piernas estaban en la dirección opuesta ocasionando un espacio entre nosotros.

Supuse que también le incomodaba mi presencia, entonces volví la vista a la ventanilla. Pero presté atención a su voz, identificando si al cantar sonaba igual a cuando intentaba leer en mi sueño.

Inconscientemente, acerqué mi oído a su rostro para apreciarlo mejor y no logré concentrarme. Me perdí de muchas maneras; al aspirar accidentalmente su aroma cerca del cuello y notar una fragancia sofisticada y envolvente, al intentar descifrar el largo de sus pestañas y el color de sus ojos por debajo de aquellas gafas, y al observar los movimientos ligeros y suaves de sus labios.

Permanecí unos segundos guardando el momento en mi memoria, era increíble que me resultara tan placentera su presencia cerca de mí.

—Puedo sentir tu mirada—articuló inesperadamente.

En mi defensa, volví nuevamente la vista a la ventanilla y me hice la desentendida.

—¿Perdón? —disimulé girar por primera vez—. ¿Me hablabas a mí?

El chico me dedicó una sonrisa atenuada, un tanto cómplice.

—¿Humh?—pronunció y sonaba amable, genuino—, cantaba una alabanza, disculpa.

Me daba la impresión de que él sí se había dado cuenta y solo estaba fingiendo para seguirme el juego.

Mis mejillas se encendieron como si dentro del auto hubiese una fogata, ni el aire acondicionado podía apagarlas.

Ya quería llegar a mi destino.

—Listo, cariño—anunció el señor Duarte, la biblioteca estaba a mi derecha.

No dudé ni un segundo más en desabrocharme el cinturón de seguridad y huir de la escena.

—No olvides leer tu libro Del amor y otros demonios—agregó el chico de gafas por la ventanilla, antes de subir el vidrio y marcharse.

Parpadeé dos veces consecutivas, ¿cómo sabía el nombre del libro que leía en mis sueños?




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Glosario:

*Raite: Expresión mexicana muy común que significa: "ser llevado o transportado gratuitamente en auto, bicicleta, motocicleta o cualquier otro medio"

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⏰ Última actualización: Jun 28, 2023 ⏰

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