5

255 47 10
                                    

Tras los bomberos apagar el fuego, Mew entra a la casa viendo todas sus cosas quemadas y algunos trofeos derretidos. Lo que más le duelen son los trofeos. Levanta uno a la vista, viendo mitad de este derretido como queso entonces forma un rostro triste. Trabajó mucho para ganárselo. Fueron horas de dedicación, dolor de espalda, bloqueo de escritor, cosas que la gente no valora solo por verlo sentado.

Cuando la palabra “trabajo” es mencionada, lo menos que las personas imaginan es que la persona esté sentada en serenidad. Si lo imaginan debe estar atendiendo llamadas como un lunático, llenando documentos, firmando permisos, pero jamás imaginan a alguien tan sereno cómo Mew cuyo único obstáculo es idear una historia.

Jamás imaginan eso.

El verdadero trabajo reside en la mente, no en lo físico.

—Lo siento mucho, hermano. — Baifern entra detrás de él. Realmente frustrada de la injusticia que le han hecho a su hermano. ¿Qué tipo de persona pudo hacerle esto? Mew es arrogante y algo terco, pero jamás cruel. Mucho menos tan cruel como esto.

—Tranquila, Bai, estaré bien. Todo esto es material. — Mew finge indiferencia y voltea hacia ella, pero ella lo mira como «Si me dices que esto no te duele, no te creeré nada», a lo que él sonríe penoso. —Es decir, sí me duele, pero no se puede hacer nada.

—¿No sientes curiosidad por saber quién te hizo esto? — Ella se abre de brazos toda interrogante. Más frustrada que él, cuya casa ha sido quemada y actúa como si nada.

—Sí, claro que tengo curiosidad en saber quién quemó mi casa, pero mira el lado bueno: todo lo que quemó es material y por suerte no quemó mi dinero o mis identificaciones. Como sea, Bai, lo más que me importa ahora es... — Se acerca a ella para tomarla de ambos brazos, los cuales ella ojea curiosa y alza el rostro interrogante. —¡reescribir el guión y hacer de ese coliseo nuestro!

—Bien, pero no gastes dinero en un hotel. Te quedas conmigo en mi casa, a lo que arreglas este lugar.

—¿Tu casa? — Mew fuerza una sonrisa. —¿Keila sigue viviendo contigo?

—Por supuesto, es mi hámster.

•••

Para la noche, Mew está acostado en la cama de su habitación de la infancia, reescribiendo el guión pues no pudo salvarlo del incendio. Anda en pijamas con unos espejuelos recomendados por su doctor.

La puerta de su cuarto se abre despacio y Mew mira traumado. —Ay no. — Susurra.

Keila, la pequeña hámster gordita y cremita, posa al borde de la puerta sosteniendo un cuchillo entre patitas. Siempre que viene Mew hace eso. Y no hace nada más que quedarse ahí. Mirándolo “mortal” y brincando la naricita como los conejos.

Mew jamás ha sabido por qué está hámster se comporta como psicópata cuando él duerme en casa de su hermana, pero es un animal muy curioso.

Sin embargo, esta vez el dramaturgo coloca a un lado la computadora y camina hacia la hámster. —Oye, Keila, si hay algún problema o yo te hice algo... ¿Crees que podamos resolverlo? — Él pregunta, poniéndose de cuclillas.

Keila chilla más que una vez, pero es un chillido autoritario y parte de la habitación. Mew la sigue, confundido.

—Oye, ¿a dónde vas? — Pregunta, dándole una oportunidad al hámster de explicarse.

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
𝑨, 𝑩, 𝑪 𝑻𝒆 𝑨𝒎𝒐 • MewGulfDonde viven las historias. Descúbrelo ahora