Lunes, 1:00 am.
Dios sabe que hubiera dado mi vida para que nada de esto sucediera y que la obra que hoy el destino ha dibujado en este cuadro siniestro no se exponga nunca. Que Helena no existiera y se hubiese borrado para siempre de mi vida, de este mundo y de cualquier otro. Que el eco de su voz se perdiera entre la confusión del bullicio de la calle y que su recuerdo no sea más que la remembranza lejana de los síntomas de la varicela en la niñez. Sin embargo, me estremezco ante la humilde sensación que causa su cabello deslizarse con libertad entre mis manos.
Estamos escondidos entre la intimidad de una noche moribunda que exhala sus últimos bríos de vida. La corriente helada de la brisa se agita con rapidez y se pierde entre el eco delgado que causa al soplar. Da la impresión que también nos acompaña, pero hace daño, me entumece las pernas y me cuesta seguir acomodado en esta banca. Me duele la espalda, pero creo estar feliz.
No hay nadie más en el parque, solo Helena, la brisa helada y yo. Estoy despierto para vigilar su descanso. Ella agotada por los excesos se ha acurrucado en mi regazo. Está dormida y vulnerable, pero no al punto como cuando lo está despierta.
Acaricio cauteloso las facciones de su cara con mis dedos. No quiero despertara. Aparto el cabello desordenado que se ha pegado a su rostro; quizás por el sudor o tal vez por la humedad del agua que se resistía a abandonarla. Sin embargo, me dejo llevar por el momento y aunque su cara esta ceca, y el cabello se ha alineado con perfección por detrás de sus orejas, insisto en acariciarla.
Casi siento temblar mis manos y el sudor frío como la briza, recorre mis sienes al igual que en los años en que viví su ilusión. Me doy cuenta de que los recuerdos comienzan a embargarme y por seguridad opto de inmediato por detener mis manos. Echo mi cuerpo hacia atrás para aliviar la presión. Ya van casi dos horas desde que la traje. Libero un profundo suspiro que me da algo de tranquilidad y logro asegurar mis sentimientos con aplomo. Ella parece sentir mis movimientos en la lejanía de su sueño y menea su cabeza a ambos lados como si buscara una posición más cómoda. Creo escucharla decir algo, pero no es nada, son solo sus sueños que buscan la tranquilidad en la tibieza de mis brazos.
Un rictus jovial la adorna de repente y parece sonreír. Veo las huellas de la inocencia en un último hilo de nostalgia que se retrata en sus gestos y se avienta con fuerza hacia mí; me apretuja el alma despacio, recorre mis recuerdos y me pisotea el orgullo. ¡Carajo!, había olvidado lo bella que era. Con solo sonreír fulminó la patética actitud de hacerme el duro que tanto tiempo me ha costado estructurar. Tomé como emblema el dolor que me causó y las reminiscencias de las cosas vividas a su lado. «Sé que sólo los dos estamos aquí en esta especie de limbo inconcluso, y aun así, hago lo posible para que no te des cuenta y mucho menos que el mundo descubra, que aunque fingí olvidarte hace años, te he extrañado desde aquel mismo día. ¿Lo ves?, ¿Te das cuenta de lo patético que resulta todo? Me duele tu ausencia, sin embargo, lo que parece martirizarme es que tú lo sepas».
A pesar de la embriaguez sentimental que me agobia alcanzo a discernir con la suficiente claridad para mirar más allá de la apariencia tierna que la viste ahora que duerme. Advierto que ha cambiado. Sus ojos son los mismos de toda la vida, pero la magia que habitaba en ellos no la encontré. Tampoco la inocencia de sus labios, aquella que en noches como esta empecé a absorber creyendo que era eterna; solo Dios sabe en cuantas historias y con qué personajes se habrá desperdiciado.
La reconocí porque habita el mismo cuerpo, no obstante, no estoy seguro si aún conserva algo de aquellos días. ¿Cómo es posible esto?, si nada mas ayer me fui de su vida, ¿en qué momento se hizo otra persona? La última vez que la vi podía sonreír y sus ojos reflejaban las raíces de mil sueños por cumplir. Todavía quedaba brillo en su mirada y hasta podría jurar que miré enternecerse sus ojos el día que cabizbajo me marché de su vida en una despedida que no percibió; «Pequeña idiota, te ensañas tanto en aprender con el dolor, que las cosas no tienen sentido si no te lastiman. Nunca más fui a tu casa, jamás volví a leerte mis cuentos y a cantarte mis canciones. No volví al parque donde siempre me encontrabas; deje de cuidar tus sueños ¿Y qué pasó? ¡Nada! fue tan diminuta mi ausencia para ti y tan tardía tu reacción, que al preguntar por mí, nadie pudo darte alguna información».
Me asaltan tantas inquietudes ahora, pero estás tan distante de lo que solías ser, tan alejada del fuego que te caracterizó, que al remover el pasado, me temo, solamente gastaría mis palabras.
________________________________________________________________________________
Querido lector, espero que el presente capitulo haya sido de tu grado, que puedas disfrutar de su lectora como yo lo he hecho al escribir. Si es así, pasa al siguiente capítulo. Deja tus comentarios y tus inquietudes que con gusto responderé a todos. Si estás de acuerdo con que este capítulo merece tu voto, pincha la estrellita; con esto me ayudaras mucho.
¡Gracias!
ESTÁS LEYENDO
CARTAS PARA HELENA
RomanceDamián solo quería llegar a su casa para darse una ducha y descansar, sin embargo, jamás imaginó que el destino fraguaría la última oportunidad para que el amor se redimiera ante él. Una historia romántica y apasionada que revela las intimidades más...