Lunes 12:22 am.
Como lo creí, estaba borracha. Su mirada lucía extraviada. Lloraba y no tenía la menor idea de dónde se encontraba, qué hacía ahí, o por lo menos quién era. Me agaché entonces y le limpié el rostro con un pañuelo, acto del que no se dio cuenta. Suspiró con profundidad y se mordió el labio, luego se enjugó con el antebrazo una lágrima solitaria que bajó por una de sus mejillas. Me miró después. Entre la tormenta que vislumbré en sus ojos me pareció atisbar un intento por reconocer el rostro que sin duda le era familiar, no obstante, no me reconoció y con los segundos se cansó de querer recordar. Viró su mirada a otras direcciones y ensayó levantarse. Me di cuenta de su propósito y la ayudé a que se pusiera de pie. Sin embargo, al estarlo, se soltó de mis manos y comenzó a caminar con torpeza zigzagueando por la avenida. La seguí unos cuantos pasos y al advertir el peligro que la amenazaba, la tomé del brazo para llevarla hasta al andén y evitar que algún loco la arrollara, pero de nuevo se desfundó de mis manos con movimientos violentos y una evidente mueca de desagrado. La dejé avanzar sola para que no se sintiera hostigada y la seguí de cerca para vigilar sus pasos con cautela, pero al andar varios metros perdió el equilibrio y cayó al suelo. De inmediato me apresuré a ayudarla. Agachado le sostuve la espalda y le aseguré la cabeza, no quería que se volviera a lastimar. Abrigada por el desdén que la caracterizaría la mayor parte de la noche, levantó la frente y se apartó el cabello de la cara.
—El de la guitarra y los cuentos —dijo tras una leve sonrisa—. Damián —musitó después, mostrando un dejo triste en la mirada.
Su voz congeló mis movimientos y perturbó de nuevo mi alma.
Sacudí la cabeza para apartar las cavilaciones, luego busqué su rostro; lo tomé entre mis manos y escudriñé sus ojos. Saqué el pañuelo y lo froté alrededor de sus mejillas y luego le limpié la frente.
—¿Te acuerdas de mí? —le pregunté esperanzado.
—Cántame una canción, Damián ¡Esa! En donde dices que soy tu devoción. —Al terminar la frase sonrió con malicia y se acercó para besarme. Le aparté la cara y ella rio a carcajadas—. ¿Qué te pasa, baby, no es eso lo que quieren todos?
No le respondí nada, sin embargo, su actitud me llenó de enojo. ¿Cantarle una canción?...después de tantas cosas... ¿Cantarle una maldita canción? con su indiferencia cercenó las ganas de escribir poesía y crear canciones. Borré de mi memoria las notas de la guitarra y jamás volví a interpretar una canción en mi vida. Me desprendí para siempre de cualquier conducta que me mostrara como un ser débil; de todas aquellas cosas que de algún modo me hicieran recordarla, y ahora como si nada, me pedía que le cantará una canción.
A pesar de las emociones que comprimían mi corazón logré controlarme. No me dejé distraer por sus palabras y mis turbaciones, y de nuevo la apoyé para que se levantara. En esta ocasión no se resistió, y aceptó la ayuda que le brindé. Al estar de pie me miró con aquella expresión del pasado, de cuando era mía y cada uno de sus besos me pertenecía. Por primera vez en toda la noche la sentí serena y calmada. Reflejaba en su mirada, la estela tibia de una ternura resucitada; la gracia juvenil de aquella que una vez se me robó el alma.
—¿Te llevo a tu casa? —le pregunté con la más honda honestidad que podía profesar mi conciencia en esos instantes; por desgracia al parecer, todavía no he perdido esa vieja costumbre de querer hacer lo debido en momentos donde lo mejor es hacer lo necesario. Con mi patética actitud y ─mis malditas nobles intenciones─ mutilé la poesía que se irrigaba por el lugar, y rompí de golpe con el drama romántico que se había empezado a forjar. Sin querer todo lo eché al piso y la magia desapareció esfumándose entre el asfalto con afán.
Helena se apartó de mí con un enfado inusitado y al querer asirla de nuevo, empezó a manotear y a gritarme improperios; entonces la tomé por los hombros y la estremecí con rudeza, al tiempo que le grité que se calmara. Mis palabras parecieron surtir efecto o tal vez fue que Helena sintió miedo. Quizás creyó que la golpearía. En realidad no sé a ciencia cierta que la hizo detenerse.
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CARTAS PARA HELENA
RomanceDamián solo quería llegar a su casa para darse una ducha y descansar, sin embargo, jamás imaginó que el destino fraguaría la última oportunidad para que el amor se redimiera ante él. Una historia romántica y apasionada que revela las intimidades más...