CAPÍTULO IX

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Lunes, 4:15 am.

Siento su desnudez rosar con cautela mi cuerpo. La cálida enajenación que transpira en silencio brota libre sin ataduras a través de un olor etéreo. Entre tanto, guardo en mi corazón la vaga esperanza de que tal vez todo esto sea real. Que sea en verdad ella la que he visto, la que he tocado y he amado descomunalmente. Que en realidad descanse a mi lado y me recuerde al despertar.

Entiendo que no está bien bajar la guardia de esta forma y menos si te trata de Helena, pero hay tanta calidez y belleza en estos instantes que es imposible que las cosas salgan mal.

Sonrío, abrazo a helena y la llevo a mi regazo. La imagino levantándose cada mañana a mi costado, en mi casa, en el cuarto de los dos a la espera de que los niños entren para sorprendernos. La casa será amplia y de muchos cuartos. Tendrá un jardín grande con robustos laureles y una casa en uno de ellos para los niños, también habrá algunos columpios para mecerlos cada vez que vuelvan del colegio. ¡Por Dios!, sonrío con solo visualizarlo; la emoción me embarga y desde ahora siento que es verdad.

Busco la mano de Helena en la intimidad del silencio, despacio y sin apresurarme, para recordar cada detalle con que se desenvuelve el momento, pero es el frío lo que siento. La oprimo para asegurarme de que es su mano y no el vacío espeso del viento que se cuela por debajo de la puerta. No hay duda, es toda ella la que se revuelve en el sofá intentando encontrar mayor espacio para acomodarse y solo dos frases derrumban la vida que como un estúpido imaginé para los dos.

─¿Todavía no te has ido?... vete ya, que mi marido volverá pronto.

Entonces a lo lejos, en el vago atardecer de los recuerdos que se duermen en la inocencia de lo pasado, veo como caen desde el umbral que lo sostiene, una rosa envuelta en una servilleta, y en ella, escrita con garabatos de adolescentes, la última canción de amor que escribí para para Helena. «Comprendí con tristeza la brecha enorme que nos distanciaba. Jamás sentiste algo vivo dentro de ti. Eres incapaz de conmoverte y sentir amor. Solo respondes a tus deseos. Tal vez no sea tu culpa, quizás es tu alma la que se rompió un día y hoy te hace incapaz de soñar. De pronto naciste sin corazón y la cualidad de amar no se te fue otorgada...o simplemente es el mundo quien esta errado y contigo se equivoca».

Me levanto sin hacer ruido para no despertarla y la miro una última vez buscando apreciar su desnudez. Hoy no seré yo quien lo lamentará y las cosas sucederán entonces como ella quiere; no deseé que apareciera de nuevo en mi vida, pero el destino se ensañó en abofetearme el alma.

Me visto deprisa. Tomo una libreta y empiezo a escribir un poema de Asunción Silva que sé de memoria, al que anexo unas líneas más de mi inspiración. Coloco el papel sobre el sofá y me dirijo a la puerta, pero una extraña sensación de derrota estremece mis piernas y me hace volver por la carta. Miro el papel y pienso en el sentido que ella le dará «No tienes madurez para entender. Ni siquiera creo que sepas lo que sucede en las noches aquí en tu habitación. ¡Por Dios, helena, hay tantas huellas en tu alcoba! Crees que tienes el control y te sientes orgullosa porque muchos te desean, pero al final de cuentas, todos se visten rápido al terminar. Levantas la frente con altivez si te dicen que aún pienso en ti y sonríes convencida porque crees que de alguna forma has ganado ¿y para qué? para recordarme con nostalgia mientras miras a través de la rendija de la ventana y entiendes que jamás volveré a estar ahí»

Arrugo la hoja y la lanzo fuera de la habitación y salgo para siempre del lugar dejando mi corazón enlutado, ante la despedida final que hago al más grande de mis anhelos.

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Querido lector, espero que el presente capitulo haya sido de tu grado, que puedas disfrutar de su lectora como yo lo he hecho al escribir. Si es así, pasa al siguiente capítulo. Deja tus comentarios y tus inquietudes que con gusto responderé a todos. Si estás de acuerdo con que este capítulo merece tu voto, pincha la estrellita; con esto me ayudaras mucho.

¡Gracias! 

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