Capítulo 2: El espíritu del mal

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Los ancianos de todas las tribus de la región prohibían a los jóvenes adentrarse en el Valle Hechizado, donde las rocas retorcidas formaban figuras monstruosas y los espíritus vagaban buscando cuerpos para apoderarse de ellos. Sin embargo, para Mirragen, el valle era su hogar. Algo atroz le había sucedido: después de pasar las pruebas de iniciación para convertirse en un joven adulto, el Tiempo había caído injustamente sobre él. Aunque su cuerpo seguía moviéndose con agilidad de sus catorce años, su pelo había encanecido y su cara estaba llena de arrugas. Rechazado por su tribu, había encontrado en el valle la bienhechora soledad, un arroyo claro, árboles y cuevas que daban fresco refugiado del terrible sol australiano. Había estanque llenos de peces y muchos animales de caza.

Así vivía Mirragen en el Valle Hechizado, solo con su lanza y su boomerang. Lo único que deseaba era una compañera. Por la noche , frente al fuego, recordaba con amor la muchachita que le había sido prometida como esposa después de atravesar las pruebas y los ritos que los convirtieron en un hombre verdadero.

Entre tanto , la niña había pasado sus propias pruebas y se había convertido en una hermosa mujer. Muchos guerreros en la tribu querían casarse con ella.

También ella recordaba con pena a su joven prometido, pero se sentía confundida. A veces seguía pensando en él como su legítimo esposo, el único , el amado, a pesar de su pelo blanco y su cara de viejo. Otras veces se lo imaginaba como un ser repulsivo, dispuesto a alimentarse de su esencia vital, absorbiendo su aliento para mantenerse vivo.

-Pasarás la última prueba, Palpinkalare-le dijieron sus padres-. Debes atravesar el Valle Hechizado.

Y el corazón de la muchacha latió con fuerzas al pensar en el hombre extraño que allí se ocultaba.

-Iremos contigo, a cierta distancia. Tendrás ocho protectores: cuatro hombre jóvenes y cuatro ancianos.

Al día siguiente fue la partida. Durante el día, los jóvenes le enseñaban a Palpinkalare a reconocer las plantas y raíces comestibles, a descubrir larvas y los insectos más sabrosos, a seguir el rastro de los animales. Por la noche, los ancianos la instruían en las tradiciones de su tribu. Se dormía tan agotada que casi no pensaba en ese hombre misterioso, el ermitaño del valle.

Una noche soñó que deseaba comer un gusano muy grande y gordo.En su sueño estaba junto a un árbol con una parte de la corteza suelta, debajo había un hueco grande como su mano. Levantó del suelo una horqueta y la metió en el agujero: atravesó algo grande, blando y la movedizo. Se lo estaba llevando a la boca cuando despertó.

Durante todo el día no habló más que de su sueño.Ahora , despierta, deseaba esa larva más que a nada en el mundo. Los ancianos se miraron preocupados.

-Alguien está tratando de apoderarse de su mente- dijo uno de ellos.

-Debe ser Marmu, el espíritu del mal-dijo otro, mirando por encima de su hombre, más asustado de lo que corresponde a un anciano.

Al atardecer, Palpinkalare encontró al árbol de su sueño. La corteza colgaba suelta. Levantó la horqueta del suelo y pinchó un gusano gigante que se retorcía tratando de liberarse. Cuando estaba a punto de metérselo en la boca,, sintió un roce contra su cuerpo semidesnudo. Se dio vuelta y trató de gritar, pero ningún sonido salió de su garganta. Allí, casi tocándola estaba Marmu, el espíritu del mal.

Mitad espíritu y mitad hombre, Marmu usaba un cuerpo humano pero no era ese cuerpo, como una persona no es el traje que lleva puesto. El cuerpo estaba sucio y descuidado: harapos de carne y grasa colgaban del vientre; los brazos y las piernas, retorcidos, tenían los huesos rotos y sólo los brillaban con luz maligna en la cara deformada por las llagas.

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⏰ Última actualización: Jun 05, 2015 ⏰

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