Capítulo 2

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El baile empezó como un frenesí de susurros y miradas furtivas. Su mano izquierda se mantuvo sobre su hombro y la derecha era sostenida por el contrario, soltándose solamente cuando le hacía girar sobre su eje. La música danzaba en conjunto con sus pasos, juntándolos como si sus cuerpos compartieran un indescriptible magnetismo. Shirin evitaba mirarlo. Quizás su imponente aura que tentaba su cercanía era lo que le causaba tanta dificultad al respirar, no había otra posible razón para ello, ¿verdad?

Ni su mirada férrea, ni sus ojos negros como tizones, ni su toque que proporcionaba un calor estival en la zona de su espalda baja. Nada de eso podía influir en ella, pues no lo conocía, ¿de qué temía?

Conocía lo suficiente como para defender el flaqueo de sus rodillas.

"Así es el emperador... el único hombre que ha causado tanto daño a inocentes por arrogancia y egoísmo. Si te lo encuentras esta noche, evítalo. Intentará enjaularte en su juego de palabras."

Lo dicho por Ioannis aún le erizaba los vellos en la nuca. No lo había olvidado, incluso le aseguró al rey que no tenía nada que temer. ¿Por qué un ser tan grandioso se molestaría en reparar en ella con tanta gente abarrotada en la celebración?

Qué ingenua.

—¿Por cuánto más vas a seguir así?

Su pregunta la toma desprevenida, pero aún así, su mirada sigue clavada en los invitados. En donde sea, en lo que sea menos en él.

—¿Perdón?

—Es de mala educación no prestar ni un poco de atención a tu pareja de baile.

Aunque parecía decirlo con total seriedad, cuando la joven se volteó en un momento de debilidad y sus miradas chocaron, el emperador sonreía despreocupado.

—Es mi primera vez bailando... —declaró—. Si no veo por donde voy, temo que nos haré tropezar, no me gustaría avergonzaros.

—Así que es tu primera vez... aunque pareces seguir mis pasos con facilidad. ¿Si he de soltarte temerás?

Cuando sintió el agarre del emperador suavizándose, sin quererlo y sin darse cuenta, Shirin se aferró con más fuerza. Su mano incluso tomó las telas de su cuidado traje, arrugándoselo. Fue entonces que sintió la vibración de su risa trasladándose a su mano.

Antes de que pudiera avergonzarse al respecto, Kaveh la hizo girar en un impulso vertiginoso.

—No permitiré que eso ocurra, te lo prometo. —Usó la mano que mantenía en su espalda baja para acercarla a su torso—. Aún no me dices tu nombre.

La música se ralentizó, parecía que acabaría y por fin podría dar final al extraño encuentro. Sin embargo, la luz de la suerte jamás había radiado a su lado. Kaveh volvió la cabeza hacia la orquesta. Ondeó una mano hacia ellos para llamar la atención y los hombres vestidos en trajes elegantes de inmediato cambiaron el curso de la melodía, volviendo a repetir la sinfonía.

Si el emperador no deseaba que la música se acabara, sólo tenía que ejercer un simple gesto para ser obedecido.

¿Era así de fácil llevarse consigo la vida de otras personas también?

—Mi nombre es... —Tragó saliva—. Galena.

¿Por qué le había dicho eso? Mintió sin aparente razón, pues incluso si revelaba su nombre real, estaba segura de que no tendría repercusión alguna. Aún así, la idea de que el emperador estuviera al tanto de su nombre la hacía estremecer. Prefería la incertidumbre y esperaba que con la máscara no fuera capaz de reconocerla cuando se la quitara en otra oportunidad.

La verdad congeladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora