VI - Las Minas de Diamantes

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Las minas de diamantes

Poco tiempo después, sucedió algo que sacudió no sólo a Sara, sino a todo el colegio, convirtiéndose en el tema principal de conversación durante varios días. En una de sus cartas, el capitán Crewe contaba una historia increíble. Un amigo de infancia fue a visitarlo inesperadamente a la India. Dueño de una gran extensión de tierras donde se habían descubierto diamantes, se había lanzado a la explotación de las minas y lo invitaba a asociarse en la empresa.

Eso fue lo que Sara entendió de la carta. Si hubiera sido una operación comercial cualquiera, ni la niña ni sus amigas hubieran prestado mayor atención al asunto. Pero las minas de diamantes les recordaban a Las mil y una noches y no quedaron indiferentes.

Sara dibujaba laberintos en las profundidades de la tierra para Ermengarda y Lottie, con paredes cubiertas con piedras preciosas y unos extraños hombrecitos oscuros que cavaban con picos muy pesados.

Lottie y Ermengarda estaban encantadas; pero, Lavinia sentía envidia y no pudo menos que mofarse, y le comentó a su amiga Jessie que no creía en la existencia de tales minas de diamantes.

-A mí me parece que tú la odias -dijo Jessie.

-No, claro que no -retrucó Lavinia- pero no creo en tales minas llenas de diamantes. Mi mamá tiene un anillo con un diamante que costó cuarenta libras. Y ni siquiera es grande. Si hubiera minas llenas de diamantes, la riqueza de los dueños llegaría a una cifra ridículamente grande.

-Tal vez Sara llegue a ser ridículamente rica -se rió Jessie.

-Ya es bastante ridícula sin ser muy rica -replicó Lavinia.

-Yo creo que tú la odias -reiteró Jessie.

-No, de veras -insistió Lavinia-; pero no creo en que haya minas llenas de diamantes.

-Bien, pues la gente tiene que sacarlos de alguna parte -reflexionó Jessie- ¿Tú qué crees?

-Yo no sé ni me interesa. Siempre están hablando de Sara y de sus minas... ya me aburren. Ahora juega a que es una princesa. Dice que así aprende mejor sus lecciones. Quiere que Ermengarda también lo sea, pero Ermengarda dice que ella es muy gorda para ser princesa.

-Sara dice que eso nada tiene que ver. Ni el aspecto ni el dinero. Uno puede ser lo que quiera ser.

-Supongo que cree que una mendiga puede ser princesa aunque esté muerta de hambre -dijo Lavinia- ¿por qué no empezamos a llamarla "Su Alteza Real"?

Las clases habían terminado y las alumnas gozaban de su tiempo libre frente al fuego, conversando e intercambiando secretos. La señorita Minchin y la señorita Amelia tomaban té en la salita. Justo cuando Lavinia se burlaba de Sara, ésta entró seguida por Lottie, como si fuera un perrito faldero.

-Ahí está Sara con esa pequeña insoportable. ¿Por qué no se la llevará a jugar en su pieza? Seguro que se va poner a llorar en cualquier momento -dijo Lavinia.

Sara se acomodó en un rincón a leer un libro sobre la Revolución Francesa, mientras Lottie jugaba con sus compañeras. De repente, la chica soltó un chillido. Había hecho bastante barullo y había molestado a las alumnas más grandes, como Jessie y Lavinia. En ese momento Lottie se hallaba tendida en el suelo con un rasguño en la rodilla.

-Basta ya, llorona -le reprendió Lavinia

-Cállate -dijo Jessie- Si te callas, te daré un penique.

-No quiero tu penique -sollozaba Lottie que al ver una gota de sangre en su rodilla, lloraba más fuerte.

Sara atravesó la sala de un salto, se arrodilló y tomó a la niña entre sus brazos.

La Princesita - Frances Hodgson BurnettDonde viven las historias. Descúbrelo ahora