1|LA BOSVER

592 37 7
                                    

Aradia Greco D.

Tomo en mis manos el arma que reposaba en mi muslo derecho apuntando con determinación al hombre que yace frente a mí con su porte intocable, sus sorpresivos ojos marrones me detallan dudando de mi capacidad para jalar del gatillo, y esbozo una sonrisa disfrutando de su actitud.

— No lo volveré a repetir, Lincon, acepta mi trato o puedes irte al carajo — no retiro mi postura, debe tener en claro quién tiene el mando sobre la pirámide.

— En el trato no estaba pactado enriquecerte y dejarme a mí sin nada — brama, dolido, y para su suerte eso es algo que no me interesa.

— No es mi problema que no sepas leer un puto contrato, así que firma y seguirás con vida, o, por el contrario...

— Por el contrario, ¿qué?, tu papito se encargará de acabar con mi clan — ruedo los ojos disfrutando de sus palabras ardidas.

— O, por el contrario, me encargaré de asesinarte y extinguir todo tu séquito con mis propias manos, hasta que no quede rastro de tu rango — amenazo — todos saben que no temo a unas simples manchas de sangre.

— Deberías temer pequeña niña, no sabes en qué mundo te metes — encajo el arma en su pecho, odio que repitan la misma frase todo el tiempo, como si no me percatara de lo que ser Líder de un clan conlleva.

— Sé perfectamente en que mundo me encuentro — niega intentando controlar sus arduas ganas de atacarme — te ofrecí una salida y no escucho una respuesta.

— ¡Púdrete, hija de perra...! — escupe, indiferente, hacia lo que ese simple insulto pueda provocar en mí.

— El día de hoy me encuentro muy caritativa — me inclino encarando su asqueroso rostro — te lo volveré a repetir — ejerzo más presión en el arma y sus ojos se tornan asustados — firmas o mueres, así de simple.

— No haré tratos con una niña caprichosa, hasta que el verdadero BosVer se plante ante mí, es cuando decidiré una respuesta — sonrío bajo por su estupidez.

— No debiste desobedecerme — jalo del gatillo acabando con su patética vida, la sangre me salpica y limpio mis manos sobre el vestido rojo que adorna mi cuerpo.

Los hombres que lo acompañan no hacen algún movimiento, simplemente se mantienen con la boca cerrada y la vista apagada, por lo menos ellos tienen en claro a quién no deben enfrentarse. Admiro cuando alguien tiene los cogones de desafiarme, pero admiro muchos más cuando esa persona puede sostener ese desafío, y en este caso, su falta de sentido común y un poco de instinto amenazante, le costó su existencia.

— Encárguense de su cuerpo, y espero que nadie vuelva a desafiarme, o acabara igual que él — declaro segura ante los demás miembros de la pirámide que permanecían sentados.

No espero alguna respuesta, solamente salgo de ese lugar y subo a mi auto, enciendo el motor y acelero hasta mi casa.

La angelical noche de Santorini Grecia me recibe al andar por sus cálidas calles, admirando por incontable vez el sito que ha sido mi hogar desde mi nacimiento.

La pantalla de mi McLaren se enciende mostrando el nombre de mi lacayo favorito, presiono el recuadro verde que corresponde a la llamada.

— ¿Qué sucede, Nelson? — no despego la vista del camino.

— Los rusos requieren una cita con usted — ese maldito clan no deja de estarme jodiendo.

— Ya dije que no quiero verlos — aferro las manos al volante, al recordar su estúpida propuesta.

— Eso fue lo que les comenté, pero están sentados en el despacho de tu casa — me hierbe la sangre por la terquedad de la puta gente, lo que más odio es que me desobedezcan y es lo que esos hijos de puta están haciendo.

INEXORABLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora