El lago

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De mi vida en la distante primavera, jubilosa primavera,

Dirigí mi paso errante a una mágica ribera.

La ribera solitaria, la ribera silenciosa

De un salvaje lago ignoto que circundan y oscurecen

Negra cinta rocallosa

Y copudos altos Dinos que las auras estremecen

Pero cuando allí la noche su fúnebre manto arroja

Y el místico y gemebundo viento de su melodía,

Entonces, ¡oh!, entonces quiere despertar de su congoja

Del terror del lago triste, despertar el alma mía.

Mas ese terror que dejaba en mi espíritu contento;

Hoy, ni las joyas ni el afán de la riqueza,

Como antes, a contemplarlo llevarán mi pensamiento,

Ni el amor por más que fuese el amor de tu belleza.

La muerte estaba en el fondo de la ola envenenada,

Y una tumba en lo más hondo, pérfidamente adornada

Para quien a su amargura breve tregua hubiera dado

Un solaz, a los dolores de su espíritu afligido,

Y en un Edén transformado

El salvaje lago ignoto, lago triste y escondido.

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