Devora, una joven dulce pero marcada por su pasado, debe cumplir su condena en la prisión de Stammheim. Lo que no imagina es que Ghost, el guardia más sádico y corrupto del penal, comenzará a obsesionarse con ella.
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D
evora
Mi respiración comenzó a calmarse justo cuando sentí un peso tibio y pesado sobre mi espalda. Solo entonces tomé plena conciencia de mi posición: boca abajo, con las manos aún esposadas. Intenté incorporarme, pero fue en vano; el agotamiento me atenazaba y el cuerpo que yacía sobre el mío me lo impedía.
—¿Podrías moverte? —murmuré, girando apenas la cabeza para intentar verlo.
El peso desapareció. Mi espalda se alivianó y, con esfuerzo, logré ponerme de pie. Fue entonces cuando noté mi desnudez casi completa, una exposición brutal que me hizo estremecer. Quise cubrirme, pero las esposas aún aprisionaban mis muñecas.
—¿Te importa? —pregunté, señalando mis manos con una mirada cargada de incomodidad.
Ghost no respondió de inmediato. En cambio, me dedicó una mirada impregnada de malicia.
—Creo que te ves mejor así —dijo, con voz grave.
El rubor se me subió al rostro, caliente e incontrolable. Me sentía desnuda en más de un sentido. Vulnerable.
—Hazlo de una vez, carajo —espeté, impaciente.
Ghost suspiró, se acercó con ese paso felino suyo y, sin prisa, liberó mis manos. Aproveché el gesto para vestirme, o al menos intentarlo. Estaba subiéndome el overol cuando sentí dos brazos que se enroscaron en mi espalda, envolviéndome con posesión.
—La pasé muy bien contigo —susurró junto a mi cuello, su aliento acariciando mi piel con calor indeseablemente familiar.
Mi cuerpo se tensó. Su cercanía era un asalto sensorial.
—Se supone que eres mi guardia…
No terminé la frase. Me giró con brusquedad, haciendo que mi espalda chocara contra la mesa. Me sostuvo el mentón con una dulzura que contrastaba con la violencia del movimiento anterior.
—Un guardia que está loco por ti, Devora —su voz era un murmullo oscuro—. Desde que te vi por primera vez, me volví prisionero de tus formas y de tu fuego. Tu actitud desafiante, tu cuerpo peligroso... me has obsesionado desde entonces.
Mi mente vaciló. Esto estaba mal. Profundamente mal.
—Esto no está bien —musité, con la mirada fija en su boca.
Su agarre se volvió más firme, más decidido.
—Lo prohibido siempre tiene un encanto irresistible, ¿no crees?
Jadeé. Su voz tenía la cadencia de un hechizo.
—¿Y si alguien se entera? ¿Qué crees que dirán?
Ghost me observó con una mezcla de sorpresa y deseo.
—Nadie lo sabrá. Me ocuparé de eso. Déjame poseerte —lamió mi cuello con una lentitud insoportable—. ¿No lo ves? Esto es una oportunidad para liberar todos esos deseos que la celda reprime. Déjame ser yo quien los desate. Ambos podemos ganar.
Sus ojos me buscaron con intensidad. No supe qué responder. O tal vez no quise. Mi cuerpo, impaciente, se adelantó a cualquier reflexión.
—Está bien. Acepto tu trato —dije, tirando de su camisa para fundirme en un beso urgente y hambriento.
Y así, sin más, comenzó una nueva ronda de deseo antes de regresar a mi oscura y conocida celda.