129. No hay otra opción.

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El emperador levantó la vista, hablando en voz baja: "... ¿Si no?".

Estaba claro que era una habitación templada y cálida, pero de repente se llenó de un frío que helaba los huesos.

El emperador se apoyó en el profundo respaldo de su silla, mirando a Mo Xi con desdén. Se envolvió más en la piel de zorro y habló despacio: "El pasado ya es pasado. No hay razón para que este Solitario lo conserve".

"Xihe-jun, déjame preguntarte: estos pergaminos de jade por los que arriesgaste tu vida para repararlos, ¿Pueden construir ladrillos y añadir tejas a la nación o traer seguridad y felicidad al pueblo? ¿Pueden hacer que el reino de Liao se desmorone o debilite? ¿O estabilizar en paz a las nueve provincias?". El emperador hizo una pausa y dijo: "Ninguna de las anteriores".

"Conservar esos pergaminos de jade... Sólo causaría malentendidos y molestias innecesarias. Sólo causaría... mira, la escena de hoy de nosotros dos, un emperador y un súbdito, frente a frente."

"¿Todavía recuerdas la placa de piedra erigida en la puerta de la Censura Imperial? Dice: 'El pasado está muerto'. Esta advertencia de cuatro palabras es totalmente correcta. Algunos acontecimientos pasados y algunos secretos deben ser cubiertos por el tiempo. Si se descubrieran, perjudicarían al presente de cien maneras diferentes, sin el menor beneficio". Tras unos instantes de silencio, el emperador habló con ligereza: "Este Solitario no esperaba que te costara tanto superarlo".

Mo Xi tenía los ojos enrojecidos. Parecía haber lava turbia en su pecho, el flujo de sangre corriendo por su cabeza.

Sus dedos se curvaron en puños, su voz terriblemente ronca: "No soy yo quien no puede superar esto. Pero en cambio, Majestad... Puede que haya ido demasiado lejos".

"En una noche tormentosa de hace ocho años, prometiste más o menos darle a Gu Mang todo lo que quisiera en la Plataforma Dorada. Dijiste todas las frases bonitas, dijiste que nunca pensaste en ellos como criaturas malvadas y hormigas insignificantes, dijiste que le darías un mundo en el que todos serían tratados por igual, dijiste que llegaría el día en que le entregarías personalmente la cinta de mártir... Todas estas cosas que le dijiste, todas las promesas que le hiciste, ¿son todas, de hecho, sólo tus maquinaciones políticas y mentiras?"

"Xihe-jun."

La mirada del emperador se volvió fría de repente. El puente de su nariz se arrugó ligeramente, como la mirada de muerte de un depredador.

"¡Eres muy atrevido!".

"¡¿Cómo me atrevo?! Sólo quiero que lo correcto sea correcto, que lo incorrecto sea incorrecto, ¡Sólo quiero que reciba el respeto que se merece y que no siga siendo acusado falsamente! Han pasado ocho años... Este secreto infectó su corazón durante ocho años, ¡Incluso en el peor sufrimiento, nunca te traicionó, nunca le dijo a nadie ni la más mínima verdad! ¡¿Ahora que ha sido vaciado, incapaz de servirte más, es tan difícil para ti darle la inocencia que se merece?! Lo engañaste en el camino de la desesperación, y luego lo desechaste. Su Majestad, él fue su pieza de ajedrez en el pasado, ¡¿Entonces quién es su peón actual?! ¡¿Yo?!"

Con un estruendo explosivo, las frutas y los pasteles de la mesa se estrellaron contra el suelo. Los pasteles de judías se convirtieron en masa y las uvas destruidas se convirtieron en zumo que fluía por el suelo.

El emperador se levantó de repente, con la cara enrojecida.

"¡Mo Xi! Este Solitario está avisando, ¡No olvides el juramento que hiciste!".

Sólo lo soltó después de que le pillaran desprevenido y le obligaran a llegar a sus límites. Y, casi tan pronto como habló, se arrepintió.

Como era de esperar, una luz brilló en los ojos de Mo Xi. Se llevó una mano a la sien, echándose hacia atrás, riendo casi burlonamente mientras murmuraba: "......Voto Celestial..........".

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