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"No me gusta la leche"

"No me gusta la piña"

"No me gustan las verduras"

"No me gustan las comidas sin sal"

Min Yoongi odiaba a las personas que viven quejándose de cualquier alimento. Odiaba el hecho de que ellos teniendo las facilidades para comprarse una porción de pizza no lo valoraran. Siempre había algún tipo de queja.

Mientras que él, deseaba tener una moneda para comprar un pedazo de pan y así poder obtener un bocado. La vida ahí afuera, sin una casa, sin dinero, y con un hermano pequeño, era muy difícil; sobretodo, cuando tenía que ir al basurero de la esquina y pelear con los demás vagabundos, para así poder lamer una bolsa de plástico untada con residuos de comida.

Jamás había probado el ramen, las sopas, el sushi, ni siquiera había tenido el honor de probar algún líquido que no fuera agua. Pero estaba acostumbrado, toda su vida había vivido en las calles siendo menospreciado por todo aquel que pasaba frente a él.

Muchas veces deseó poder subirse aunque sea a un autobús, pasear en bicicleta, probar el ramen o el jugo de uva. Yoongi deseaba tantas cosas para su hermano y para él mismo. Oportunidades, despreocupaciones, libertades...

Pero, lastimosamente, aquello sólo quedaba como lo que era: Un deseo.

—Yoongi hyung —llamó una dulce voz a su costado—. Mi panshita está gruñendo. Tengo hambre.

Yoongi suspiró cansinamente. Desde ayer que no lamían las bolsas de plástico que encontraban en la basura, puesto que las personas sólo la sacaban los Martes, Jueves y Domingos, y justamente ahora era Miércoles.

Su hermano pequeño apenas tenía cinco años recién cumplidos, por lo que tenía que comer por lo menos sus tres tiempos de comida para que pudiera crecer sano, pero había veces en las que pasaban hasta dos días sin probar nada.

Sentía un dolor en el pecho cada vez que el pequeño le pedía comida y él no tenía nada para darle. Por eso, había buscado fervientemente un trabajo, pero siempre que se acercaba a algún local lo echaban a patadas o terminaban tirándole agua. Buscó hasta el lugar más recóndito, suplicando y llorando hasta perder su inexistente dignidad. Ni siquiera lo quisieron contratar como recogedor de basura debido a su contextura demasiado delgada. Todo aquel que lo veía, pensaba que no era un niño de más de doce años, cuando en realidad tenía veintitrés.

—Yoongi hyung irá a buscar algo para ti, cachorro —intentó sonreírle al pequeño—. Sabes lo que tienes que hacer, ¿no?

El castañito asintió alegremente. De tan solo pensar en algo de comida su estómago gruñía gustoso. —Me quedo aquí, no me tengo que mover, y no debo hablar con extraños.

—Bien dicho —dijo levantándose del pedazo de cartón en el que se encontraban sentados—. Prometo regresar rápido —anunció, cubriendo con la delgada manta al pequeño.

Le sonrió comenzando a caminar lejos del lugar; sin embargo, su sonrisa se fue desvaneciendo gradualmente a cada paso que daba sobre la dura acera. No sabía a dónde buscar algo de comida para su hermano, puesto que los basureros estaban vacíos.

De sus ojos comenzaron a salir lágrimas silenciosas y llenas de dolor gracias a la impotencia que sentía por no poder hacer nada al respecto. Quería y necesitaba proteger a su pequeño, pero no sabía cómo.

Vagó por varios minutos en las calles desoladas de Daegu, deteniéndose en cada depósito de basura que se encontraba en el camino, hurgando desesperadamente en éstos, más solo encontraba plástico y más plásticos. Bufó cansado.

Vagabundo - Yoonmin Donde viven las historias. Descúbrelo ahora