1: Las despedidas son tristes.

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Alexander y John eran una feliz y joven pareja. Recién habían ido a vivir juntos en un pequeño piso, un dulce hogar.

Se conocieron de casualidad, cuando Alexander fue a hacer una protesta en el ayuntamiento y casi lo arrestan. Él siempre había sido un chico muy irascible cuando eran temas que le tocaban muy de cerca. Tenía una llama viva para la revolución y en aquel caso, era la política lo que le llevaba hasta allí.

Al contrario de lo que muchos podían pensar, él era un hombre en contra de las guerras, le parecían inútiles, por eso, cuando su gobierno se metió en una guerra en la otra punta del mundo que poco le incumbía, fue a protestar él solito. Esperaba darle el golpe de realidad que las autoridades necesitaban, pero no sucedió, fue escoltado por su ahora novio hasta la salida.

En cualquier ocasión, Alexander se hubiese ofendido y hubiese hecho una pataleta, pero se quedó anonadado ante la belleza del hombre, por lo que guardó silencio. El fusil que el hombre cargaba no le iba a hacer callar, pero su cara sí.

—Malditos funcionarios— farfulló mientras salía del lugar después de haber sido escoltado pro aquel hombre.

Unos años más tarde, el mismo Alexander consiguió un puesto como secretario en ese lugar y John no pudo evitar dejar escapar una risa tonta e incontrolable cuando vio al nuevo secretario, que, por cierto, cuando uno de los superiores descubrió quien era, lo despidieron. Digamos que el trabajo duró poco, pero de allí sacó un novio increíble que le perduró muchos años más.

—¿Dónde me has traído?— Preguntó Alexander a John. Aquel día fue muy especial, John siempre estaba trabajando y cuando regresaba a casa caía dormido en menos de media hora, por lo que el pelirrojo realmente admiraba que hubiese sacado tiempo para aquella cita. Aún llevaba su uniforme y es que, le pidió que le esperase a la salida del trabajo.

Primero, fueron a comer y después lo llevó hacia un lugar hermoso, rodeado de naturaleza y con bellas fuentes de agua. Ya era hora tras seis años de relación, por lo que, el rubio se agachó y sacó un pequeño anillo para pedirle matrimonio.

Aquel día Alexander no cabía en ningún lugar de su ilusión, estaba emocionado, besaba a su novio y lo abrazaba. John era un tipo duro, menos con él. De hecho, Alexander se sorprendía se lo romántico que era cuando estaba enamorado.

La familia de John amaba a Alexander y la familia de Alexander amaba a John. Ambos querían compartir la noticia com su familia, pero el padre de John se encontraba viviendo en Londres y querían decírselo en persona. En cuanto a Rachel, se emocionó mucho con la noticia y John sintió una pequeña llamita en su corazón al pensar en la similar reacción que seguro tenía su padre.

Allí estaban, seis años después mirando la televisión juntos. Estaban preocupados por la guerra que se estaba dando y tanto los había plagado. La comida era difícil de conseguir y cara, la ropa e incluso el ambiente era algo triste. Para fortuna de los hombres, sus ahorros eran consistentes y podían sobrellevarlo, pero Alexander vivía preocupado.

Preocupado porque no le gustaban las guerras, preocupado porque nadie le escuchaba y preocupado por su prometido. Para lo pacifista que él era y tuvo que enamorarse de un militar.

Se le hacía difícil pensar que en seis años las cosas no habían cambiado. Tal vez sus trabajos lo habían hecho, ahora John era bastante destacable y Alexander era un joven periodista que solía escribir artículos y de vez en cuando estaba en la sección de deportes.

Aquella misma noche, se acaban de acostar en la cama cuando insistentemente llamaron al timbre. John se levantó algo perezoso y se puso una camiseta y un pantalón para abrir la puerta. En un principio iba a ir solo, pero por ser tan tarde, finalmente Alexander le acompaño.

Al abrir la puerta se encontraron con dos hombres uniformados. Uno de ellos era el general Washington y pedían hablar con Laurens, acaban de ser reclutado y mañana partiría al norte, al campo de batalla.

Dijeron que así sería mejor, que no lo pensaría dos veces y nos ería doloroso separarse de su familia. John estaba nervioso, pero sabe que eso fue lo que decidió cuando tenía dieciocho años y que aquello era lo que él en verdad quería hacer.

Los hombres se despidieron y John cerró la puerta. Al darse la vuelta encontró a Alexander apoyado en la pared llorando y cuando esté intentó tomarlo de la mano para hablar se marchó corriendo a la habitación y dió un portazo. —Alex, escucha— dijo abriendo la puerta y yendo con el pelirrojo. —Sé que es una noticia triste, pero voy a regresar de los primeros, te lo prometo— dijo con una sonrisa intentando animar al chico. —Aún tenemos que decirle a mi padre sobre nuestro matrimonio.

—Jack— dijo abrazando al hombre y apoyó la cabeza en su pecho desesperado. —No puedo, no puedo dejarte— sollozó mientras el mayor le daba caricias. —No mañana... Es muy pronto. ¿Y si mueres? Tienes veintiséis años, eres joven, aún no tenemos hijos.

—No voy a morir. Te lo juro, es una promesa. Te lo prometo por Dios— afirmó tomando las manos del pelirrojo y colocándolas sobre sus hombros y empezó a dejar besos por su mandíbula y pasó las manos por dentro de la camiseta de Alexander. —Te quiero, solo te pido que te acuerdes de mí siempre que puedas y yo me acordaré de ti.

Punto Y Coma | LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora