Cuando entró a la habitación se horrorizó. Estaba irreconocible, acostado y vendado. Conectado a varias máquinas y con el suero enganchado ayudándole a subsistir.
En un principio nadie quiso explicarle la causa de que su prometido estuviese así. Estaba escoltado por dos militares que debían controlar la información que iban a hablar. —Jack— murmuró acercándose a la camilla con cuidado y el hombre tenía los ojos cerrados. En verdad creía que estaba dormido y por ello se sorprendió al escuchar su voz.
—Te dije que no iba a morir— murmuró John con los ojos cerrados y Alexander se volvió a poner a llorar al escuchar su voz que tan dulce le sonaba. Hacía casi un año que no lo había visto y muchos meses que no sabía nada de él.
—Jackie— dijo acercándose a acariciar su rostro pleno de vendas y a penas podía sostenerse por el llanto.
—Estaré bien hace tiempo de esto ya. Sucedió en mi cumpleaños— afirmó John escuchando el llanto del pelirrojo. —Si he sobrevivido hasta entonces, no me voy a morir ahora.
—¿Qué te tiene así, cariño? ¿Qué ha pasado?— Preguntó sin saber si estaba listo para ver lo que escondían las vendas.
—Es información confidencial— dijo uno de los hombres. —No puede preguntarle esas cosas.
—Te vi en las noticias hace meses— aseguró Alexander. —Dicen que has sido valiente, te han subido de rango, estoy orgulloso de ti.
John intentó levantar su brazo izquierdo hasta la mejilla de Alexander, era el único que podía mover, era el que menos sufrió. No encontraba el rostro de su amado, hasta que Alexander le ayudó a encontrarlo. —Querido... Aquí estás— volteó la cabeza hacia donde sus manos posaban como si fuese a mirarlo.
—¿Puedes abrir tus bonitos ojos?— Preguntó Alexander algo extrañado de no haberlos visto aún. Ese intenso azul es la mirada de su alma.
—Me he cegado. Dicen que voy a quedarme así— afirmó sin querer abrirlos. Era una sensación muy abrumante para él que le causaba ansiedad y no estaba listo para afrontar. Simplemente no veía nada, no algo negro, no puntos... Nada. Cómo si hubiesen dejado de existir, como si intentases ver algo desde el codo, simplemente, no se puede.
—Jack— dijo impactado. —Lo lamento— intentó no verse angustiado, sabía que John ya debía estarlo. —No te preocupes, lo afrontaremos. Estas vivo, me lo prometiste y lo has cumplido. Eres un buen hombre.
—Quiero regresar a casa contigo — se entristeció su tono de voz y no separaba la mano de Alexander. Era su lugar seguro.
—Haré todo lo posible, en casa te voy a cuidar, amor— dijo acariciando su otra mano. —Y tenemos una boda por delante, tenemos mucho aún.
John había llorado por no poder ver al joven. Tampoco veía su aspecto físico, solo podía sentir el dolor de inmensas quemaduras que le abrazaban y se endurecían como la piedra misma sobre su piel. Una dulce enfermera, de la cual John nunca pudo conocer el rostro, le estuvo cambiando vendas todos los días y cuidando aquellas heridas. Incluso su cabello, le raparon para poder curar mejor sus heridas del rostro y la nuca, así era más fácil vendarlo y era más fácil mantener una higiene mínima.
Al pasar varias horas, los hombres que acompañaron a Hamilton se fueron y quedaron ellos dos en la sala y la enfermera que entró a atender a John. Ella le advirtió a Alexander que sería mejor que marchase pues ver lo que había allí abajo no era agradable.
Su blanca tez estaba cubierta de quemaduras y trozos de piel que se desprendían con las vendas. Era un proceso doloroso cada noche, y cada noche le intentaban sedar parcialmente el cuerpo para que pudiese descansar y dormir algunas horas.
Lo que más impacto a Alexander era el rostro de John. Una enorme quemadura que recorría parte de su mejilla, se deslizaba hacia la oreja y se marchaba por el cuello y la nuca. También le alarmó no ver la cabellera dorada, sus ojos azules o algo significativo del rostro de John. Sin embargo, aquel lunar de su otro mejilla permanecía con gracia y Alexander estaba a punto de estallar a llorar cuando John le hizo una pregunta.
—Alex, ¿qué tan mal me veo?— Preguntó pues llevaba días escuchando comentarios horribles de las enfermeras que pasaban por allí.
—Tu rostro está bien— afirmó Alexander limpiándose una lágrima. —Tu cabello crecerá de nuevo y tu pecho ha sufrido bastante. Necesitas recuperarte.
—Respirar duele. Estoy cansado— murmuró John. —Que alguien llame al anestesista. No puedo más, quiero dormirme.
Fue lo último que pidió aquella noche. Pensar le hacía sufrir, estaba mejor dormido y Alexander lo sabía.
El pelirrojo tuvo que viajar a la ciudad para avisa sobre su ausencia al trabajo y regresó a los días con John. Aquel tiempo sin él se le hizo eterno al rubio. Eterno y muy doloroso, por lo que pedía estar dormido la mayor parte del día. Así que cuando Alexander regresó tuvo que esperar un largo rato a que se despertase.
—Quiero or a casa, Alex— murmuró de nuevo.
—Lo sé— respondió el pelirrojo acercándose a darle un pequeño beso. —Me han dicho que puedes hacerlo, pero tienes que estar un poco mejor para hacer ese viaje. Estamos muy lejos de casa— Alexander intentó explicarle y de verdad estaba contento de saber que John iba a regresar y que podría recuperarse en la tranquilidad del hogar.
Alexander insistió bastante en saber que había sucedido, pero nadie le podía contar y John no quería hacerlo, al menos no allí. Supuestamente debía guardar el secreto profesional y si alguien descubría que había contado algo, sabe que no le pasaría nada bueno.
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Punto Y Coma | Lams
Hayran KurguJohn y Alexander se ven separados por la guerra pero la esperanza de volver a verse siempre permanece.