Acto 1

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Las personas ancianas solían decir siempre que los hombres y mujeres virtuosos eran pocos en el mundo. Y basado en esa declaración, Barnaby Brooks Jr. se consideraba uno de esos pocos.


Era guapo, inteligente y se acababa de mudar a un hermoso apartamento cerca de la escuela donde tenía su nuevo y magnífico trabajo como profesor de inglés.


De pie en medio de su sala de estar por la tarde, Barnaby inhaló, con los ojos cerrados, disfrutando la sensación de estar en su nuevo hogar. Decidió darse una ducha. Lo había preparado todo para empezar a trabajar al día siguiente, así que era hora de relajarse y disfrutar de la vista desde su amplio ventanal.


Después de su ducha, Barnaby envolvió la toalla alrededor de su cintura y salió del baño. Miró hacia la ventana cuando una veloz bola de pelo blanco pareció cruzar su balcón. 

Corrió hacia él, instintivamente, sin darse cuenta de que solo llevaba una toalla. Abrió la ventana y salió al balcón. Su cabello dorado húmedo se movió en sincronía mientras giraba la cabeza de izquierda a derecha, buscando a esa criatura. Sin embargo, el intruso peludo no se encontraba por ninguna parte. Haciendo puchero, Barnaby se dio la vuelta para volver a entrar, pero la puerta estaba cerrada.

 
—No recuerdo haber... —murmuró con los ojos entrecerrados. 


 
Puso ambas manos en el ventanal para abrirlo, pero fue en vano. Era como tratar de empujar un camión con un solo dedo.



Jadeando, sintió un fuerte viento arrancando la toalla de sus caderas, dejándolo desnudo y atrapado en su propio balcón. Se congeló por un breve momento mientras cerraba los ojos con ira. Estaba a punto de soltar un grito de frustración cuando una voz áspera lo llamó desde el balcón de al lado.

—Oye, ¿necesitas...?


Barnaby permaneció inmóvil, con las manos en la puerta y los ojos bien abiertos. El hombre que le hablaba era de mediana edad, ojos ámbar, piel bronceada con un cuerpo perfecto. Tenía el pelo castaño, recogido en una cola de caballo. 


Es asombrosamente hermoso.


Barnaby tardó solo un segundo en darse cuenta de que el hombre estaba mirando su pene con ojos redondos y acababa de dejar de hablar. Asombrado, Barnaby tomó la toalla del suelo y se cubrió la pelvis con ella. 
—¡Lo-lo siento! —tartamudeó, sonrojándose furiosamente y apartando la mirada.

 
Um , está bien. —El hombre se rascó la nariz y sonrió radiante. Aunque parecía avergonzado—. ¿Necesitas ayuda?



—¡Sí, por favor! La puerta se cerró y no puedo abrirla —dijo Barnaby, evitando que los ojos inquisitivos de su vecino lo miraran.


Riendo, el hombre saltó de su lugar al balcón de Barnaby en un instante. Barnaby se estremeció.
—Estas puertas tienen truco. —Le guiñó un ojo el vecino. Estaba tan cerca que Barnaby tuvo que recuperar el aliento.

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