𝐈𝐈𝐈

345 40 2
                                    

Narrador:

El cuartel estaba bastante... como siempre. Miles de Spider-man recorriendo todo el edificio era lo más común desde que se fundó la organización. Verlos caminar por el suelo, paredes, techo y aquellas rampas especialmente diseñadas para ellos era quizás la rutina diaria de la mayoría de personas que allí solían estar.

La misión del día había sido exitosamente llevada a cabo por la cabeza de la sociedad. Miguel no acostumbraba a lidiar con compañeros que no sean Jess o Peter. De vez en cuando Ben. A lo que decidía salir por su cuenta a arreglar todos los líos y desastres que se pudiesen llegar a desatar a través de todo el multiverso. La Doctora Octopues fue encerrada en una celda de energía en lo que se iba organizando la forma en la que devolverían a todos los villanos de la semana a sus dimensiones de nuevo, aunque de eso casi ni se encargaba el mismo jefe. Solía pasar horas y horas en la oscuridad de su extraña oficina, parado en una plataforma en altura, reproduciendo un sinfín de veces secuencias de sucesos de otras universos en alguno de su docena de monitores hiper-tecnologicos, dignos de la realidad futura y moderna en la que él vivía y consideraba su mismo presente.

Jessica había intentado entablar conversación con él desde que pisó el edificio, pero parecía demasiado ocupado en alguna parte de sus alborotados pensamientos. Decenas de gruñidos y quejidos de fastidios no fueron suficientes para que la mujer se despegara de su lado hasta el trayecto a aquella sala oscura, y antes de que Miguel siguiese con su aburrida y densa rutina diaria, las palabras de Jess lograron captar su atención casi al completo.

—La chica, la que estaba tirada en el suelo... bueno, la que tú dejaste tirada en el suelo y lastimada ya fue atendida por el personal de salud de aquí.

—Genial.

Contestó Miguel, sin mucha emoción, aunque debía aceptar que escuchar la mención de la muchacha que encontró hoy había logrado que agudizara su oído. Como si quisiese saber un poco más.

—Ayudaron a encubrir la escena y le dieron una mano rápida a su pobre departamento. Supongo que fue demasiado para ella —habló Jess, su mano se deslizó por el hombro de Miguel, quién la observó de re ojo—. ¿Hay algo que quieras destacar? Volviste más tenso de lo normal.

El hombre echó un suspiro que podría mandar a volar un pilón de hojas entero con facilidad y luego se volteó hacia su amiga, acariciando el puente de su nariz con sus dedos y sacudiendo su cabeza de lado a lado.

—No puedo darte una conclusión de todo esto sin antes permitirme encontrarle el propio sentido para mí —respondió, Jess iba a hablar pero fue interrumpida—. Debo estudiarlo. En cuanto tenga una respuesta coherente, supongo que podría contártelo.

—Eres aburridisimo cuando te pones así.

Miguel frunció la nariz ante lo que Jess dijo, como si estuviera indignado.

—Pero está bien. Intenta informarme de eso antes de que lo descubra por mi cuenta.

Los pasos de Jess fueron demasiado ruidosos para la paciencia de Miguel el día de hoy, y apenas la mujer se alejó lo suficiente de su oficina, él lanzó un puñetazo directo a su escritorio. Su mano pesada se mantuvo sobre la madera rasguñada y maltratada, consecuencia de las muchas frustraciones que Miguel solía tener desde que decidió formar la Sociedad.
Sus garras se extendieron de sus dedos y  estas no tardaron en aferrarse a la mesa, dejando un camino de marcas desde el borde izquierdo hasta casi el centro, donde Miguel estaba parado.

𝐇𝐄𝐀𝐑𝐓𝐋𝐄𝐒𝐒  | Miguel O'HaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora