One no terminado por no saber cómo hacerlo
Su chaqueta de cuero lo cubría del frío que comenzaba a emerger, pateaba una roca jugando un poco antes de llegar a su destino. El ramo de margaritas de su mano bailaba mientras las flores se balanceaban delicadamente para que ningún pétalo cayera, como si ellas fueran cómplices de tan divertido juego esperando no delatar al joven. Se detuvo un momento en un puente para observar como el sol por fin se escondía, a él le agradaba el calor que éste emanaba y lo brillante que hacía lucir todo, pero últimamente no podía negar que ansiaba más ver la oscuridad que la luz. No podía llegar de día, estaba más que prohibido verle ahí cuando pudiera avisar de su presencia.
Cuando el azul por fin se convirtió en un manto negro con puntos brillantes sus piernas comenzaron a correr a toda velocidad a donde cierto albino lo esperaba pacientemente. Llegó afuera de esa mansión, trepó por la resbaladiza pared y se encontró cara a cara con el fiero perro de la familia.
—Si no dices nada prometo traerte un pedazo de carne.— El can bostezó con pereza mientras se acostaba a dormir, el chico con cabello en puntas sonrió al ver la confianza que había creado con el animal. Claro que no sospechaba que cierto chico de ojos azules hubiera avisado antes de su presencia a su peligrosa mascota.
Sus botas tocando aquel pasto prohibido, subir por una cuerda que había sido colocada recientemente y, al final, por fin comenzar a entrar a la habitación por la ventana. Una vez quien yacía dentro observó lo tensa de la cuerda se levantó de su cama para recibirlo. Posicionó sus manos en el borde, sacó su cabeza para ver dónde se encontraba ese visitante, no pudo hacer nada. Unos labios lo sorprendieron en uno de esos míticos y suaves besos robados. Su pálida piel de porcelana se tornó en rosa por tan delicado roce causando que retrocediera.
—¡Buenas noches, Killua!— Dijo el moreno que por fin ingresaba a la habitación del menor con una sonrisa.
—¡Idiota, no hagas...!— Ni siquiera pudo terminar de quejarse cuando las blancas y pequeñas flores toparon con su rostro. El rosa pasó a rojo, entendía porque se las había traído. —Gon...—
—Dijiste que las rosas rojas te daban demasiada vergüenza, por eso hoy te traje unas margaritas. Aunque no estoy de acuerdo del todo con...— Una gran mano blanca se puso sobre su boca para que se callara. Sus inmensos ojos brillaron aún más al ver como el menor tomaba las flores e intentaba cubrir su rostro con ellas.
—G—gracias.— No aguantó más. Sin ninguna advertencia saltó sobre el otro para volver a besar sus labios. Sabía que las margaritas tocarían el suelo y se maltratarían causando que sus pétalos caigan, pero no le importaba, luego sembraría más en el pequeño jardín que había creado. Al final volverían a crecer. Tal vez estaba siendo muy egoísta con ellas, pero no podía pensar en otra cosa teniendo a ese chico de suave piel frente a él.
Apenas intentó ir un poco más allá con ese inocente roce recibió un leve golpe en la cabeza. Gon sonrió para pasar sus manos por el cuerpo del más alto y abrazarlo.