Capitulo Siete - Ayuda

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Al instante se arrepintió.

Al minuto se arrepintió.

A la hora se arrepintió.

Pero aun así no salió del castillo. Como se lo había indicado el mayor, esperó a Nathaniel y en ese tiempo se anotó junto con el resto para trabajo diario.

Uno de los tantos programas de la ciudad era recibir a un grupo limitado todos los días y contratarlos por unas cuantas horas, la paga era lo suficiente y su trabajo podía ser ligero o pesado dependiendo de lo que te asignara la encargada.

Sin embargo, era temporal a final de cuentas así que para ciertas horas de la tarde todos serian despedidos del castillo. Sebastián le había quedado muy en claro que ese sería su santuario, por lo que salir era lo último que debía hacer.



El príncipe despertó a su hora habitual, el sol ya no golpeaba en su ventana y las sirvientas ya habían dejado el desayuno en su cama. Despertó un par de veces antes para dar un bocado a sus panecillos y luego volver a recostarse.

Solo cuando quiso comer el huevo fue que se despertó lo suficiente para degustarlo como se debía. Aparte, ese día libre quería ir tan rápido como pudiera con su amigo pelirrojo, la colección de libros de la que le hablaba estaba en su escritorio, la había checado un poco hasta encontrar que sería lo suficientemente interesante como para pasar toda la tarde leyendo juntos.

Nathaniel terminó su comida y con un trago de agua salió de su habitación hacía el estudio de su padre, ya le habían dicho temprano que no sería necesario reunirse para comer, pero claro que iría a saludarlo antes de desaparecer.

—Padre, buen día.— saludó apenas haciendo una reverencia y acercándose mucho a su escritorio donde había papeles muy importantes.

Alguna vez había intentado leerlos y había recibido la advertencia de que esas acciones podían ser malinterpretadas, así que solo se atrevía a asomarse cuando su padre pedía su opinión.

—¿Tarde de nuevo?—preguntó el rey tras aceptar el saludo de su hijo.

—El profesor me dio el día, tengo entendido que hoy habrá otra reunión.

—Sí, nada de lo que tengas que preocuparte—no lo decía con mala intención, si por él fuera Nat se metería en esos asuntos más seguido, pero el consejo era muy especial con el tema.—Y espero tampoco tener que preocuparme de que destruyas algo allá afuera.

—Para tu seguridad hoy solo voy a estudiar cómo se debe, puedes hacerme preguntas cuando vuelva.

El rey aceptó el beso de su hijo y mientras se retiraba le recordó no compartir asuntos del reino con sus "amistades", claro que no compartiría las reuniones del consejo con un pueblerino, solo lo comentaría al aire y aceptaría críticas.


Pero no, por esta ocasión solo quería compartir esos nuevos libros de texto, recién salidos, aprobados por el grupo de eruditos en Cercharel.

Ya podía ver esos ojos verdes centellando por todo el texto frente a sus ojos, la rapidez con la que su mano se movía para escribir o la habilidad con la que sus dedos se enredaban y volvían a la normalidad mientras releía.

Por un momento pensó que su emoción por verlo era tan fuerte que se lo había imaginado en el castillo. Frotó su cara y parpadeó varias veces pensando que el sol lo estaba afectando, pero esa sombra brillante seguía frente a él.

El último brujo del valle ArjustemDonde viven las historias. Descúbrelo ahora