Usualmente Sebastián no sacaba sus libros a la calle.
Tenía sus horas de estudio y siempre temía que por algún "accidente" estos se estropearan, pero esa noche habría una gran fiesta y siempre tomaba estas precauciones para no atrasarse.
Había ido a recoger la lavandería que habían encargado y el muy amable señor le había advertido presentarse lo más temprano posible ya que estaba muy ocupado.
Entre párrafo y párrafo revisaba el cielo para saber si ya era el momento adecuado de ir al lavadero y no interrumpir al tan ocupado señor.
—Oye muchacho, ven aquí—Sebastián levantó la vista de su libro y vio a un vendedor de fruta haciendo señas para que se acercara.— Necesito esto para más tardar tres días.
Y sin darle tiempo arrojó un pedazo de papel al joven con todo lo que necesitaba.
—Bueno señor, eso quizás cueste más. —dijo Sebastián con una sonrisa esperando comprensión de su parte.
El hombre con indignación pensó seriamente en negarse, pero en serio estaba necesitado y mientras pudiera pagar menos, accedería.
—Ya me arreglare yo con tu padre, por ahora vete.
Sebastián se despidió guardando el papel y emprendió su camino al lavadero de una vez.
Y para sorpresa de nadie Sebastián Roniel fue regañado por "no llegar a tiempo" cuando le habían sido muy claros en ese punto. No iba a desprestigiar el trabajo de esa persona, pero así muy ocupada a esas horas no estaba.
Al menos el resto de los lavanderos no lo miraron tan feo y eso solo porque llevaba su pañuelo de la cabeza con el cual ocultaba su cabello rojizo y brillante.
Con esto la gente se volvía más tolerante y no lo miraban con repulsión, en el fondo lo agradecía, es decir, ¿Quién querría ir por el camino y que lo miraran mal solo por cómo luce?
En el camino unas cuantas personas más lo interceptaron solicitando los servicios de él y su padre, obviamente todos sabiendo que no estarían ese día trabajando.
—Hola, Sebastián buenos días. — dejando de lado el susto por ser interceptado tan de repente, el sentimiento de incomodidad le impedían saludar cordialmente.
—Si es algún encargo pasa más tarde al taller. — dijo apresuradamente, casi corriendo por otro camino, el otro joven, Aidren le siguió de cerca.
—Espera, esto no es por trabajo, solo quería saludarte, como has estado y todo eso...—continuó el otro obviamente no sabiendo que más decir.
—Si no es importante podemos hablar en otro momento, ahora estoy ocupado.
Desesperándose Aidren se paró frente a Sebastián, bloqueando su camino muy maleducadamente.
—Bueno, es un tema muy serio y sentí que no podía esperar tanto...
Ay no.
—Bueno, ya llegaste a la edad para casarte...—de todas las formas con las que habría podido iniciar la conversación, eligió la más estúpida.
Sin bromas, Sebastián podía considerarlo el peor de los cinco pretendientes de la última decena.
Diez días muy difíciles para él desde que había cumplido veinte años y como lo dictaban las tradiciones, era elegible para matrimonio.
En su condición como un medio marginado quizás estaría de acuerdo que un matrimonio no le vendría mal, su estatus subiría y quizás sería tratado como una persona normal.
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El último brujo del valle Arjustem
FantasySebastián y Nathaniel, dos inseparables amigos descubren una terrorífica verdad oculta de la historia, los brujos existían y ellos... ¿Dónde están? La tragedia de ese día se mantuvo oculta de las nuevas generaciones hasta ahora y estos chicos solo l...