Capítulo 1

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"¿Segura que no quieres que te lleve?"

Absorta, no cesaban de chocar esas palabras en mi cabeza, provenientes de la boca de mi mejor amiga.

Ahora, rechazada la oferta de Zara, tendría que viajar en metro dos horas y caminar cinco cuadras respectivamente.

¿Por qué me demoraba tanto? Mi departemento, mejor dicho, el mío y el de mi papá está lejísimos de el prestigioso colegio al que voy.
Ser becada en un colegio con una diferencia social tan grande comparados con las de la zona de mi hogar tiene sus contras.
De todas formas vale la pena, mi futuro es lo más importante para mí, y mi papá, aunque se niegue rotundamente a admitirlo.

El día avanzaba, mientras veía cómo el sol se escondía entre las montañas, ya estaba entrando en mi edificio sin darme cuenta. Saqué las llaves correspondientes a las de mi departamento y me adentré en él.

Arrojé mi mochila en el sofá, entré a la cocina y saqué una bolsita de té de manzana y canela, calenté el agua, y una vez lista lo vertí en una taza y le eché unas gotitas de limón tal cómo le gustaba a mi papá. Lo dejé en la pequeña mesa del comedor para que lo tomara y descansara un poco.

Corriendo, saqué los libros correspondientes a las pruebas de la próxima semana y entré en mi pieza.

Abstraída leyendo textos sobre el ADN, no me dí cuenta que mi papá estaba en el umbral de la puerta de mi habitación.

- Hola Megi - dice radiante con una sonrisa.

- ¡Papá! - lo abracé. Me deposita un beso en la frente - ¿Cómo te fue en tu día?

- No tan bien - dice en seña de tristeza, la procupación se hace notar en mi corazón, ya que late sin parar.

- ¿Qué pasó? - digo asustada. - ¿Te robaron otra vez?

Mi papá me acaricia mi cabeza.

- No hija, no - las palabras me calman, pero la incertidumbre sigue ahí. - El motor del taxi se averió, y a penas funciona.

- Pero ¿Cómo?

- No sé la verdad, estaba en perfectas condiciones, quizá un par de delincuentes quisieron hacer una broma, no sé.

¿Cómo puede haber gente tan cruel? La inestabilidad del trabajo de mi padre siempre nos ha atormentado terriblemte.

Suspiré.

- Y, ¿Qué vas a hacer?

- Tendré que usar nuestros ahorros, sólo si me lo permites.

- Obvio que si papá, lo que más me importa es verte bien.

Mi papá y yo llevabamos recién un año ahorrando en caso de una necesidad muy grande, así que no me importaba.

- Gracias hija- dice - ¿ Te puedo pedir otro favor?

- Lo que sea

- Cerca de tu colegio hay un taller, mañana te puedo ir a dejar en el taxi, lo dejo en el taller, y sólo si tienes el tiempo te ruego que lo recojas.

- Por supuesto que sí, no te preocupes. - esbozo una sonrisa.

- Gracias hija, no sabes cuanto te lo agradezco - susurra mientras me abraza.

***

Ahogándome de la risa llego a mi colegio junto a mi papá.

- No es mi culpa no conocer estas calles - dice riendo él.

- Pero papá te perdiste unas mil veces - digo sin parar de reir.

Una vez concluidas las risas, mi padre se va, mientras yo me introduzco en el portal de mi escuela, me arreglo la falda de mi uniforme, me coloco el pelo en el lado izquierdo de mi hombro entro.

- Ahí va la hija del taxista - escucho a chicos reirse mientras se burlan de mí, pero no me inmuto, sólo me digno a mostrar mi hermoso dedo que se localiza al medio de mi mano, jamás me he avergonzado de mi padre ni de su gremio respectivo, y no lo hare ahora.
Ser parte de un conglomerado de alumnos con dinero no me hace sentirme menos así que avanzo sin nada más.

Mi primera clase es Física donde me toca con Liz, parte del grupo de mis queridas amigas.

Mis amigas siempre me han apoyado en todos los siete años que estamos juntas, a pesar que todas tienen buena situación ecónomica, ellas no discriminaban, sino al contrario, les encanta conocer lo más que pueden.

Mi día siguió normal sin ningún inconveniente, jueves estaba por finalizar, agradecida no podía esperar el viernes, para librarme de las exigencias que nos imponía este exigente colegio.

Me despedí de mis amigas y partí al taller mecánico.
Me costó reconocer cual era, pero una vez ya dentro retiré el auto de mi papá.

Me acomodé en el asiento del piloto, empecé a salir de a poco en la entrada de este.

Todo pasó tan rápido, que la parte delantera ya estaba destruida y el taxi no avanzaba.

¡Oh no que he hecho!

Un Mercedes Benz colisionó con mi auto en menos de un minuto.

Precipitada me bajé y contemplé la horrible escena, el auto no funcionaba.

¡Cómo iba a pagar esto! Nuestros ahorros estaban casi extinguidos.

- ¡Acaso no tienes por donde mirar con esa mierda!

Me tardé en asimilar que esa voz provenía de otro individuo, al parecer el dueño del Mercedes, que parecía tener diecisiete al igual que yo, ¿Tan joven y un auto tan caro?

Su cabello rubio estaba acompañado de unos penetrantes ojos azules que no paraban de irradiar odio hacia mí.
Tenía uniforme al igual que yo, por lo que deducí que pertenece a un colegio privado, la forma en que lo usaba es como suelen usarlo los jovenes de ahora, con su propio estilo, lo que me repugna de verdad.

- ¡¿Puedes dejar de mirarme y decirme como me vas a pagar mi maldito auto?! - gritó.

Como si tu no pudieras pagarlo - pensé.

- Primero cálmate - dije tratando de aminorar la desazón en mi voz

- Primero tu contéstame y deja de mirarme así. - atacó.

- No eres el centro de el universo para que centre mi atención en ti - susurré.

Un silencio inundó la calle.

- ¿Qué dijiste? - gruñó.

- Dije que te calmes - hago un esfuerzo por enmendar mi error, la intranquilidad aumenta y todavía sigo pensando como pagar el auto de mi papá.

- No - dijo - yo no soy imbécil, y más te vale no volver a desafiarme.

No dije nada, no quería provocar una riña aquí en la calle.

- Y más te vale pagarme - me dijo.

- Trataré - susurré.

- Sabía que dirías eso, porque con la pinta que tienes es obvio que no te alcanza el dinero para hacerlo.

El rió burlándose mientras se alejaba, eso había dolido.

Limpié la lágrima que estaba en mi cara.

Le pedí al técnico que volviera arreglar el taxi, él accedió regañándome con la mirada y cobrándome un precio elevado para mí, acepté estúpidamente para no preocupar y dejar sin trabajo a mi papá.

Ahogada en angustia, me dirigía a mi casa con una incógnita que me hacía comerme todas las uñas involuntariamente, ¿Cómo pagaría el taxi de mi papá?

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