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Off se levantó y se dirigió al palanganero con piernas temblorosas. Se sentía aturdido, inseguro, como si fuera él quien acabara de perder la virginidad. Después de tantas aventuras amorosas, creía que ya no le quedaba nada por experimentar. Estaba equivocado. Para un hombre para quien hacer el amor era una mezcla experta de técnica y coreografía, había sido toda una sorpresa encontrarse a merced de su propia pasión. Tenía intención de retirarse en el último momento, pero el deseo lo había cegado tanto que se había olvidado. Mierda. Eso no le había pasado nunca. Tomó con torpeza una toalla de lino para mojarla en el agua fría de la jofaina. Para entonces, su respiración había recuperado la normalidad, pero no estaba nada tranquilo. Después de lo que acababa de pasar, debería olvidarse del sexo por unas horas. Pero no había tenido suficiente. Había tenido el orgasmo más largo, persistente y espectacular de su vida, y aun así no había colmado su necesidad de poseerlo, de penetrarlo. Era una locura. Pero ¿por qué? ¿Por qué con él? Él tenía la clase de figura que siempre le había gustado, voluptuosa y firme, con unos muslos bien torneados que lo rodearan. Y su piel era tan suave como el terciopelo, con pecas doradas esparcidas como chispas festivas. El vello púbico aunque escaso, era tan rojo y rizado como el cabello... Sí, eso también era irresistible. Pero las bondades físicas de Gun Atthaphan no explicaban del todo el extraordinario efecto que ejercía en él.

Excitado de nuevo, Off se restregó bien con la toalla fría y tomó otra para llevársela a Gun, que yacía medio acurrucado de costado. Para su alivio, parecía que no iba a haber lágrimas ni quejas virginales. Parecía más pensativo que afectado. Lo miraba intensamente, como si intentara resolver un misterio. Él le musitó que se volviera boca arriba y le lavó los fluidos entre las piernas y la sangre que había salido al desgarrar los pliegues del ano al entrar con fuerza. A él no le resultaba fácil estar desnudo delante de él. Off vio el sonrojo que le subió a las mejillas en una rápida oleada. Había conocido muy pocos hombres que se ruborizaran como mujeres, por ese motivo. Siempre había elegido hombres y mujeres expertos, ya que no le gustaban demasiado los ingenuos. No por una cuestión de moralidad, por supuesto, sino porque los vírgenes eran, por norma, bastante sosos en la cama, pero no por eso había desaprovechado la oportunidad de desvirgar algunos. Aquélla era una notable excepción.

Dejó la toalla y apoyó las manos a cada lado de los hombros de Gun. Se estudiaron con curiosidad. Se percató de que a él no le incomodaba el silencio; no intentaba llenarlo como a la mayoría después del sexo. Un punto más a su favor. Se inclinó hacia él sin dejar de mirarlo a los ojos, pero al agachar la cabeza, una especie de gruñido interrumpió el silencio. Era el estómago de su flamante esposo, que protestaba de hambre. Más sonrosado aún, si eso era posible, él se cubrió el vientre con las manos como para acallar el terco ruido. Una sonrisa iluminó el rostro de Off, que le besó el ombligo y anunció:

—Pediré el desayuno, cariño.

—Gunnie —murmuró Gun a la vez que se tapaba con las sábanas hasta las axilas—. Así es como me llama mi padre.

—Llámame Off —repuso él con una sonrisa. Gunnie alargó la mano despacio, como si él fuera un animal salvaje que fuera a echar a correr si se asustaba, y le toqueteó los rizos del pecho con suavidad.

—Ahora somos realmente esposos.

—Sí. Que Dios te ayude —dijo Off, bajando un poco la cabeza, encantado con sus caricias—. ¿Salimos hoy hacia Londres?

Él asintió.

—Quiero ver a mi padre.

—Será mejor que elijas las palabras con tacto cuando le expliques que soy su yerno —dijo—. Sino, la noticia podría acabar con él.

—Démonos prisa —insistió Gunnie a la vez que le apartaba la mano del pelo—. Si el tiempo mejora, quizá podamos ir más rápido. Quiero ir directamente al club de mi padre y...

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