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 —¿Me has llamado, esposo mío?

Gunnie se acercó a la mesa de la pequeña oficina, donde Off estaba sentado. Uno de los criados lo había conducido abajo a petición suya, acompañándolo a través del caos apenas controlado del club abarrotado de gente. Era la noche de la reapertura del Atthaphan's y parecía que todos quienes eran o deseaban ser miembros estaban decididos a entrar. Off tenía en la mesa un montón de solicitudes mientras una docena de hombres esperaba con impaciencia la aprobación en el vestíbulo. Se oía rumor de voces y tintineo de copas, y una orquesta tocaba en el balcón del primer piso. Para honrar la memoria de Leo Atthaphan se servía champán sin cesar, lo que añadía un toque desinhibido al ambiente. El Atthaphan's volvía a funcionar, y los caballeros de Londres estaban contentos.

—Sí —respondió Off—. ¿Por qué diablos sigues aquí? Deberías haberte ido hace unas ocho horas. Gunnie no se inmutó.

—Todavía estoy haciendo el equipaje.

—Llevas haciéndolo tres días. Sólo tienes media docena de trajes. Tus escasas pertenencias cabrían en una bolsa de viaje. Te estás entreteniendo adrede, Gunnie.

—¿Y a ti qué más te da? —replicó—. Los últimos dos días me has tratado como si no existiera. Me cuesta creer que hayas reparado en mi presencia.

Off lo fulminó con la mirada mientras se esforzaba por controlar sus emociones. ¿No reparar en su presencia? Maldita sea, habría dado cualquier cosa porque eso fuera cierto. Había sido dolorosamente consciente de todas sus palabras, de todos sus gestos, y ansiado constantemente verlo en privado aunque sólo fuera un momento. Tenerlo delante ahora, con sus hermosas curvas bien definidas por un traje ajustado de lino negro, bastaba para volverlo loco. Se suponía que la ropa del luto afeaba y deslucía a cualquiera, pero en su caso, el negro hacía que su piel pareciera nata fresca y que su cabello brillara como el fuego. Quería llevárselo a la cama y amarlo hasta que la misteriosa atracción que lo dominaba se consumiera en sus propias llamas. Lo invadía una especie de desasosiego apasionado, que parecía una enfermedad, algo que le hacía ir de una habitación a otra y olvidar qué quería. Nunca había estado así: distraído, impaciente, angustiosamente ansioso.

No obstante, tenía que proteger a Gunnie de los peligros y las depravaciones del club, así como de él mismo. Debía mantenerlo a salvo y arreglárselas para verlo de tanto en tanto... Era la única solución.

—Quiero que te vayas ahora —dijo—. Todo está preparado para recibirte en la casa. Estarás mucho más cómodo que aquí. Y yo no tendré que preocuparme de que te metas en problemas. —Se levantó y se dirigió hacia la puerta procurando guardar la distancia física de seguridad entre ambos—. Voy a pedir un carruaje. Has de estar en él en un cuarto de hora.

—Aún no he cenado. ¿Sería demasiado pedir una última comida? Aunque Off no lo miraba, captó su tono de desafío infantil y sintió una punzada en el corazón, al que siempre había considerado tan sólo un músculo eficiente.

No llegó a decidir lo de la cena porque en ese momento vio que Plustor se acercaba a la oficina acompañado de la figura inconfundible del conde de Suppasit.

—¡Maldita sea! —masculló tras volver la cabeza y mesarse el pelo.

—¿Qué pasa? —preguntó Gunnie.

—Será mejor que te vayas —repuso él en tono grave y rostro inexpresivo—. Suppasit está aquí.

—No voy a ninguna parte —replicó Gunnie—. Suppasit es demasiado caballero para organizar una pelea delante de mí.

—No necesito esconderme detrás de tu espalda, cariño —indicó Off con una sonrisa desdeñosa—. Y dudo mucho que venga en busca de pelea, ya que todo eso quedó arreglado la misma noche en que me llevé al joven Kanawut.

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