En la oscuridad, sin sol, luna ni estrellas, una figura humanoide de fulgor carmesí perseguía incansablemente a una silueta luminiscente a través de las tinieblas.
A la distancia parecía una pequeña brasa danzando erráticamente, persiguiendo a una partícula de luz. De cerca, una figura humanoide se revelaba trascendiendo sus propias limitaciones. En su interior, contenía una furia indomable; ardiendo con una intensidad más allá de lo que cualquier cuerpo podría llegar a contener.
Atravesando escombros sin esfuerzo, saltando kilómetros en segundos. Acechaba a su presa con su violento avanzar. Aquella frenética cacería era suficiente aviso para todos aquellos que fueran testigos... sea amigo o enemigo; jamás se detendría.
Bajo su piel, el carmesí fluía como el magma de un volcán en erupción, recorriendo su cuerpo con la misma velocidad con la que el cazador se movía. Su existencia avivaba la ira humana a su paso, dejando tras de sí el alarido de los renacidos resonando en la oscuridad.
Incansable, perseguía a su presa a lo largo de una tierra de voluntad tambaleante. Jadeante de excitación, cada salto que daba lo acercaba más a su objetivo.
En un pestañeo, dejando tras de sí un fogonazo, tomó al ser entre sus manos. Estrellándolo en un cauce, forzó el brotar de un primitivo pavor sepultado bajo una milenaria arrogancia.
Portando una siniestra sonrisa, el cazador introdujo sus oscuros dedos en el amorfo cuerpo del ente. Ignorando los fútiles esfuerzos de resistencia, derramó una sombra de color rojo guindo en su interior, que contrastaba con el fulgurante dorado que este irradiaba. La excitación aumentaba en el rostro del cazador, al mismo tiempo que la corrupción se esparcía por su presa.
El interior del ser luminoso reaccionó, alcanzando un punto de inestabilidad crítica. Una esfera rotante de energía comenzó a expandirse lentamente desde su posición, cubriendo a ambos seres por completo. De repente la esfera se expandió aún más, devorando todo en un radio de 10 kilómetros, iluminando brevemente el lúgubre paisaje de la tundra montañosa antes de extinguirse espontáneamente. En su efímera existencia, dejó un profundo cráter con forma esférica perfecta.
En el epicentro de la explosión, solo la silueta carmesí permanecía; delgada pero musculosa se erguía entre partículas de luz, restos de la energía que se liberó en el estallido. Se mantuvo inmóvil, con la mirada perdida en el vacío que lo separaba de su próximo objetivo.
Luego de unos segundos, agua del cauce comenzó a fluir hacia el cráter mientras era bañada por la débil luminiscencia. La naturaleza reanudó su curso mientras que aquella silueta lentamente se inclinaba hacia su derecha, para luego desvanecerse en un suspiro; dejando atrás un escenario desolado, sin siquiera levantar polvo en su partida.
ESTÁS LEYENDO
Historias de Conquista: Destino
FantasyEstas son las historias de las voluntades más ordinarias convertidas en los bastiones más brillantes de la humanidad. Hombres y mujeres, jóvenes y ancianos; sin importar de dónde vinieron o hacia dónde van, todos determinados a demostrar el valor de...