Un día, en las tinieblas de la ciudad de Wraak, Vieja Luna, donde todos eran capaces de saltarte encima y acabar con tu vida, caminaba un vampiro. Este iba a paso lento, mirando de reojo a todas aquellas personas que se animaban a salir por la noche. Aquellas tan valientes como para ignorarlo u admirarlo en su andar majestuoso.
Era perfecto para la ocasión.
Sacudió su cabeza de un lado al otro centrándose en lo importante, buscaba de manera intensa el olor que se colaba por sus fosas nasales, aquel tan fuerte que era suficiente una sola inspiración como para volverlo loco. Era un aroma refrescante, en cierto punto. Porque en el otro extremo estaba lo perturbador de ello.
La sangre olía a excitación, a placer por cometer un acto que, a su idea, era hermoso. Sin embargo, esa sangre se mezclaba con una vieja y un cuerpo echado a perder. Y lo peor de todo, es que era el hedor de una sangre asesina el que se le hacía atractivo. Porque lo conocía, porque lo había probado antes y porque su desaparición le había preocupado hace mucho. Dos semanas, dos jodidas semanas en la que su preocupación era tan fuerte como para intentar recorrerse medio país en busca de dicha persona.
Por supuesto, Vieja Luna era un país de muerte, sangre y terror. Y Wraak no era diferente: personas completamente locas que acababan con aquellos que se les hacían diferentes y débiles. Wraak, su reino y su cárcel. Aquel de donde no podría salir a menos que muriese en las manos de su tua cantante, aquella que yacía muerta a menos de doce metros a pie.
Eso era lo que decían todos, una gran mentira. Pero lo suficiente como para hacerse verdad en las mentes crédulas de los infames humanos.
Las campanadas del reloj indicando la media noche sonaron sobre el zumbido de su oído, algo adormecedor e inquietante. Su corazón muerto se encogió en su pecho tapado de traje, la sangre ya vieja que tenía recorrió cada vena de su cuerpo. ¿Qué debía sentir? ¿Asco, rencor, o sed de venganza por aquel alguien quien había arrebatado todo su ser? Quizás los tres, o quizás ninguno, porque a fin de cuentas, aquella persona había cavado su propio destino y él no se iba a preguntar si era correcto o no devolverle el favor.
—Hansel —susurró su voz rota y a penas perceptible.
—Stolan —respondió el otro.
—Al final lo hiciste.
—Tenía que… Tú lo provocaste —. Corrió su flequillo manchado de rojo hacia atrás y gruñó sobre sus belfos inferiores.
—¿Yo lo provoqué? ¡Solo quería ser libre!
El hombre rio suavemente, como si nunca hubiera atacado el cuello de la mujer que yacía en el piso, casi irreconocible. Rio como si ese encuentro no estuviese más que arreglado. Como si, en algún momento, no hubiesen sido todo juntos.
—Y por eso la elegiste a ella —refutó, con la mandíbula apretada —. Esto, Stolan, no hubiera sucedido si me elegías a mí.
Muchos pares de ojos se centraron en ellos mientras charlaban a la par de un cadáver.
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Los reyes de Vieja Luna
VampiroLos humanos gobernaron con puño de hierro el país, alegando que los vampiros jamás serían bien recibidos allí. Pese a ello, para dichas creaciones del infierno, existía un rey más poderoso que los seres humanos, y creían firmemente que un día este s...