1 Kylan

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Hace más de siete años que vivo solo y que no tengo pareja, aunque eso no significa que no haya tenido sexo, ¡por supuesto! Siendo sincero, debo admitir que con mi estilo de vida actual me siento de lujo. Tengo total libertad, haciendo y deshaciendo a mi antojo; viajo donde me apetece, me levanto cuando quiero y me alimento de lo que me gusta.
Sin embargo, siento que es hora de probar cosas nuevas, de experimentar.
He oído mucho sobre los bares de intercambio de parejas, lugares llenos de espectáculos donde puedes tener encuentros sexuales con cualquier persona que esté dispuesta, e incluso, hay habitaciones con sexo en vivo donde te invitan a intervenir.
Nunca había visitado estos locales, pero debo confesaros que me llamaba mucho la atención adentrarme en este mundo, aunque solo sea como espectador.
Quiero presenciar con mis propios ojos cómo otras personas mantienen relaciones sexuales a un metro de distancia, escuchar sus jadeos.
Morbo. Eso es lo que estoy buscando.
Este es uno de los motivos reales por los que viajé desde Dublín hasta la poderosa ciudad en la que me encuentro: Barcelona.
Después de una exhaustiva investigación, elegí esta ciudad por sus locales de prestigio, como el que estoy visitando en este momento.
Me registré con antelación y completé una larga solicitud con muchos requisitos. Pero por fin estoy aquí, un poco nervioso, sin duda.
Un hombre con esmoquin me da la bienvenida y me ayuda a quitarme la americana para acomodarla sobre su antebrazo. Observo sus manos, parecen haber trabajado arduamente en el pasado. Abre una segunda puerta que conduce a la zona principal del local. Una vez que cruzo la puerta, me entrega un plano del lugar y me proporciona información sobre el edificio: consta de tres plantas con diferentes tipos de habitaciones en cada una.
El señor me acompaña hasta la parte del bar y me informa que puedo pedirle ayuda en cualquier momento. Le agradezco y se retira.
Desabrocho el botón superior de mi camisa y examino el plano, es un folleto. Lo abro y enseguida veo el nombre de una habitación resaltado: «Versalles».
Sonrío, puedo imaginar qué podría encontrar en esa sala.
Cierro el folleto y levanto la vista hacia la barra. Por suerte, apenas hay gente. En realidad, solo veo a una chica. Tiene el pelo castaño con unas hondas muy bien definidas, como si acabara de salir de la peluquería. Está ubicada en el extremo izquierdo. Se mueve inquieta hacia un lado y no puedo evitar fijarme en su silueta lateral, donde destaco un buen culazo enfundado en un vestido granate oscuro con la espalda descubierta. Aunque no he visto su cara, esta imagen me ha motivado. Estoy contento de haber tenido el coraje de venir a este lugar.
Me acerco a ella y me coloco a su lado. El camarero viene de inmediato a atenderme.
—Buenas noches, señor. ¿Le gustaría tomar algo? —dice con exquisita educación.
—Buenas noches: Sí. ¿Tienen vino de aquí? —pregunto.
Noto que la chica —del culazo— se gira hacia mí y aparto la mirada hacia ella.
Dios, está más buena de frente que de espaldas.
Me llama la atención que tiene el ceño fruncido.
Regreso la vista al camarero y me percato de que refleja la misma expresión que la chica. Ambos parecen desconcertados, lo que me hace repasar la pregunta que formulé en inglés. Es posible que no me hayan entendido, así que la vuelvo a plantear, utilizando mi español regular.
—Quiero decir que si tienen vino tinto de vuestra tierra.
El camarero duda por un segundo y responde, mostrando un gesto firme.
—Sí, por supuesto, señor.
—Una copa, entonces. Muchas gracias.
El barman nos da la espalda y mis pupilas vuelven a posarse en la chica, captando su sutil intento de ocultar una son- risa.
—Hola —le digo.
Desde que entré a este lugar, me he sentido un poco perdido, y es posible que ella pueda ayudarme con la información básica que debería saber.
La muchacha me escanea visualmente de pies a cabeza, sin disimular su evaluación.
—Buenas noches —asiente, educada.
Supongo que eso significa que aprueba mi apariencia. Llevo unos zapatos de piel negros, jeans también negros y una camisa blanca.
—Soy nuevo en... —señalo hacia la puerta principal— esto.
Joder, parezco un novato pringado.
—Supongo que no eres de aquí, ¿de dónde eres? —me pregunta.
—Soy de Irlanda, vine de vacaciones a Barcelona por quince días. Hoy es el primer día.
—¡Bienvenido! —toma un sorbo de su copa.
Observo que tiene manchas de pintura blanca y rosa salpicadas por sus dedos y las uñas pintadas a juego con el tono del color de su vestido.
—¿Acabas de pintar tu casa? —digo por impulso.
Me reprocho a mí mismo al darme cuenta de que le estoy hablando en inglés.
—No exactamente —continúa en mi idioma. Lo cierto es que lo habla a la perfección. Reflexiono sobre su respuesta y frunzo el ceño. Pone los ojos en blanco antes de satisfacer mi curiosidad declarada y responder—: soy una artista profesional.
—¿Artista? ¿Pintas cuadros? —pregunto, levantando las cejas.
—Sí. —Afirma, con una sonrisa en los labios.
Vuelvo a mirar sus dedos, pero esta vez con otro tipo de mirada.
—Me parece algo admirable. A mí no se me da nada bien.
Su sonrisa se amplía.
Joder, podría acostarme con ella sin pensarlo dos veces, aunque no soy el tipo de persona que tiene sexo en la primera cita, pero esta chica me atrae de una manera extraña.
Mi propósito inicial al venir aquí era solo observar. Si ella está también en este lugar, es posible que tenga esa misma curiosidad.
—¿Llevas mucho tiempo concurriendo este local? —le pregunto.
Pruebo el vino, sabe delicioso.
—¿Quieres que sea sincera? —Asiento y dejo la copa sobre la barra—. Hoy es mi primer día aquí. Y te confieso que, al menos diez veces, estuve a punto de dar media vuelta y salir de este edificio.
Río, escuchar esas palabras provocan en mi cuerpo una sensación de alivio.
—También es mi primer día. Tanto en Barcelona, como en un local de estas características.
—Ah ¿sí?
—Sí. Tenía ganas de experimentar.
—¿Experimentar? —me escruta con la mirada.
—Bueno, sí. No estoy muy seguro de lo que me encontraré. Por ahora, solo vengo a observar. ¿Y tú?
—Yo todavía no entiendo cómo me dejé convencer por mis amigas.
—¿Tus amigas?
—Sí, son unas liantas —niega con la cabeza— pero no tengo excusa, me he dejado llevar más de la cuenta. Más de lo que hubiera querido.
Guardamos silencio por unos segundos.
Dirijo la mirada hacia la puerta que conduce a las plantas superiores, donde se encuentran las habitaciones. No puedo negar que me intimida cruzarla.
—Si te parece bien, podemos subir juntos como si fuéramos pareja —propongo.
—¿Perdón? —veo alarma en su mirada.
—No-no, no pienses mal —aunque estamos aquí para explorar cosas nuevas— ya te dije que por ahora solo quiero observar. Sé que, entre otras cosas, hay habitaciones para in- tercambio de parejas. Podríamos acceder a ellas si vamos juntos. Pero no haremos nada que no nos apetezca, puedes estar tranquila con respecto a eso —aclaro.
Se muerde la uña del pulgar, mirando hacia la puerta con dudas. Mis ojos se desvían hacia su culo.
Sí, definitivamente, follaría con ella.
—¡Solo para mirar! —se voltea con rapidez y me clava sus ojos castaños.
—Sí. Te repito que es la primera vez que vengo a un local como este, y tampoco voy a mentir, me gusta el sexo y lo practico —y lo haría contigo ahora mismo—, pero antes de hacerlo, siempre necesito mantener una mínima conversación con la chica para saber si me atrae sexualmente o no; no se trata solo de lo físico. Así que mi único objetivo hoy es satisfacer mi curiosidad. No sé si me explico bien.
—Perfecto. Siendo así, y si eso es todo, acepto —responde, perdiendo fuerza al pronunciar la última palabra.
La chica toma un trago de su copa. Está claro que no se siente segura en este lugar, pero, por otro lado, me agrada que así sea, porque yo tampoco me siento del todo cómodo.
—Está bien. Terminemos nuestras copas y subamos —le indico.
Ella se relame los labios mientras asiente, nerviosa. Ese gesto me excita, y no suelo excitarme con tanta facilidad.
Frunzo el ceño.
Debe ser por este lugar.
—Ya que vamos a ser compañeros, permíteme presentarme. Soy Kylan, nací en Dublín y tengo veintisiete años — prosigo.
—Yo me llamo Andy, nací y vivo aquí, y tengo veinticinco años. Encantada —se acerca para darme dos besos y me quedo inmóvil, pero enseguida recuerdo cómo se saluda en este país.
Su perfume es dulce y sensual, maravilloso. Sentir el contacto de sus dedos en mi brazo me perturba, como si tuvieran una energía propia que me traspasa. Nuestros ojos se encuentran por unos segundos hasta que retira la mano, con rapidez.
Sonrío al ver de nuevo los restos de pintura en sus dedos. Aunque a algunos les parecería sucio, a mí me encanta esa imagen, ya que el arte es mi pasión frustrada. Esto me hace fantasear con la posibilidad de verla pintar —sin ropa— joder, esta chica realmente logra alterar mis pensamientos.
Quizás sea el lugar...
Decido volver a centrarme en nuestra presentación y regreso a su nombre. Una idea atraviesa mi mente, ya que soy una persona muy analítica debido a mi profesión: tal vez sus padres la nombraron en honor a Andy Warhol.
—No me digas que tus padres te pusieron ese nombre por Andy Warhol —le comento, pero ella no responde y me escudriña de forma defensiva mientras se muerde el carrillo. No puedo contener la risa y rompo en carcajadas—. Sí: ese es el motivo —afirmo.
—¿Hay algún problema? —me pregunta.
—Para nada. Solo que es un nombre de chico.
—No es un nombre de chico.
—Es el nombre de Andy Warhol.
—Existen más personas con ese nombre.
—Sí: tú.
Ella entrecierra los ojos.
—Seguro que alguna más. Es un nombre mixto, para tu información. Y estoy muy orgullosa de llamarme así.
—Y debes de estarlo, porque nadie mejor que tú podría llevar ese nombre. Estoy seguro de que eres una gran artista —le digo, y ella sonríe.
—No se me da mal, en realidad me viene de familia. Mis padres también pintaban, son comisariados de arte, y uno de sus artistas favoritos es Andy Warhol. Así que sí, me pusieron ese nombre en su honor.
—Era alguien grande y muy pretencioso. Puede que tú también lo seas, debajo de esa cara angelical —me aventuro a decir.
—¿Cara angelical? —me pregunta, sorprendida.
—Sí, la tienes, aunque me gustaría que por dentro fueras un poco más diabla.
Sus labios capturan toda mi atención; los tiene carnosos.
En este momento, me doy cuenta de que todos los nervios que sentía al venir aquí se han desvanecido.
Ahora lo que realmente quiero es explorar junto a ella.
—Ni ángel ni demonio —me responde.
Agarra su bolso, que descansaba sobre una silla alta de terciopelo rojo.
Vale, tengo la sensación de que ella también está impaciente.
Termino mi copa de un trago y me preparo para comenzar la noche.
Las burbujas que siento en el estómago me confirman que tomé la decisión correcta al elegir esta ciudad.
La aventura comienza.

   

   

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