Capítulo 42

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POV MAXIMILIANO OCONNOR WALTON

—Suelta el maldito celular—, le gruñí a la chica que tenía en frente.

La rubia levanto su cabeza mirándome.

—¿Disculpa? —, inquirió con inocencia.

Trataba de descifrar sus imprevisibles cambios emocionales en las últimas horas, y pensar que solo yo era el que cambia continuamente de ánimo, ver a esta chiquilla era como ver a una bebé. Llevaba más de diez minutos con su móvil en manos sin prestarme la mínima atención, cosa que me fastidiaba.

—¿Quién era la persona de Porsche? —, solté.
—¿Cómo? —
—No me hagas repetir lo que ya pregunté, sé que me escuchaste perfectamente, así que responde—

Mirta selló sus labios pasando saliva por su garganta, suspiró mirando a todos lados como si buscara a su alrededor que la ayudara con mi pregunta.

—Su almuerzo—, anunció el camarero con la bandeja en manos.
—Gracias—, respondió rápidamente Mirta dejando caer sus hombros, recibiendo su comida con una sonrisa.

No despegué mi mirada de ella un solo segundo, no me gustaban los secretos y mucho menos el rodeo, prefería saber o no saber, pero jamás el punto medio y era justo en donde me encontraba ahora, en un punto medio con ella.

Empecé a comer.

Nuestros platos fueron vaciándose a medida que los minutos pasaban.

—Listo, he terminado primero, te he ganado—, expresó señalando su plato.
— ¿Acaso era una competencia? —, dije tomando mi copa de vino.

Ella bufó.

—¿Nunca competiste con tus hermanos sobre quien termina primero de comer? —, preguntó. 
—No—
—¿No? —
—No tengo hermanos—, expliqué.
—¿Y primos? —
—Tampoco—, mentí.
— ¿Amigos? —
—No pierdo mi tiempo—
—¿Mascota? —, inquirió ella.
—Las odio—
—¿Padres? —, continuó.
—Muertos—
—¿Bendiciones? —, indagó.
—¿Qué? —
—O sea, ya sabes…, ¿hijos? —, manifestó haciendo movimientos extraños con sus manos, nerviosa.
—¿Crees que mis hijos serían bendiciones? No puedo imaginarme el mundo con dos diablos, cuando ni siquiera son capaces de soportar a uno—

Ella suspiró llevando sus manos sobre la mesa mirándoselas, tenía la pregunta que realmente quería hacerme en la punta de su lengua, solo que no era capaz de soltarla.

—Esclavos, tal vez —, expresé serio, haciéndola reír.
—Te han dicho que tienes ciertos problemas de egocentrismo—, criticó la rubia.

La miré.

—Si ser egocéntrico es preocuparme solo por mí, mi conveniencia, mis deseos, mi diversión y mis propios problemas, entonces sí, si me lo han dicho, solo que no me importa lo que otros digan de mí, mientras ellos pierden su tiempo pendiente de mi vida, yo invierto mi tiempo en la mía—, sostuve.
—¿Te has enamorado alguna vez? — 
—¿Qué es el amor? —, espeté.
— Max—
—Si enamorarte es coger con otra persona que no es tu esposa, engañar a tus hijos, fingir aprecio, golpear a alguien simplemente por hacerle daño a otro, manipular a los que dices querer, vivir para hacer feliz a los demás, casarte por venganza, por responsabilidad, dañar a tus hermanos, obligar a que te quieran, mentir deliberadamente, actuar bajo tu propia concupiscencia, desear lo que no es tuyo, apoderarte de la oveja del que solo tiene una, tenerlo todo y aun así seguir deseando tener más …, si eso es amor, entonces conozco el sentimiento perfectamente, lo vivo dentro de mí a cada segundo—

—Señorita, su Muffin de chocolate—, interrumpió el camarero dejando el platillo sobre la mesa.
—¿Postre? Lo siento, no recuerdo haber pedido algún postre—, se disculpó Mirta.
—Yo le he pedido—
—No quiero postre—
—Come y no me contradigas, mocosa—, ladré haciendo ademán con mi mano para que el camarero se largara.

Seduciendo a un Walton Donde viven las historias. Descúbrelo ahora