𝔓𝔯𝔬𝔩𝔬𝔤𝔬

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"En el crisol del alba, nace el misterio del comienzo."

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Era un día sereno en las tierras de Lyriandor, donde el tiempo se mecía en armonía con los susurros de la naturaleza y las aves entonaban melodías en un coro etéreo. Las brisas, portadoras de calma y júbilo, acariciaban suavemente los bosques antiguos y las praderas ondulantes que conformaban los alrededores del lugar. Los ríos, serpenteando con gracia, llevaban consigo aguas de pureza cristalina, revelando los secretos escondidos en su lecho.

En el corazón de esta idílica estampa se hallaba Lindorion, un diminuto pueblo envuelto en la esencia de la tierra. Sus casas, construidas con la madera de los inmensos, frondosos e imponentes árboles ancianos que custodiaban la aldea, se alzaban como testigos silenciosos de la paz que reinaba en aquel pequeño rincón del mundo. Los caminos, adoquinados con piedras pulidas por el tiempo, guiaban a los habitantes hacia la plaza central, donde un antiguo roble extendía sus sabias ramas sobre el bien conocido lugar de encuentro.

En una de las estrechas callejuelas que componían este pequeño y exquisito paraíso se erigía una modesta taberna, bautizada con el nombre de "El Festín del Rey". Las plantas y enredaderas ya habían colonizado gran parte de su entrada, desplegando un tapiz verde que casi ocultaba por completo su fachada. Aunque su aspecto exterior podría sugerir cierto descuido, al adentrarse en su umbral, se revelaba un refugio de serenidad, un rincón acogedor que parecía ser la parada ideal tras una fatigosa jornada de viaje.

Las paredes de madera resonaban con la tenue luz proyectada por los faroles ardientes, que puntuaban cada rincón del interior. Las ventanas, discretamente veladas por pequeñas puertas de madera, apenas dejaban filtrar la visión del mundo exterior, otorgando al interior el protagonismo e intimidad que cualquier aventurero podría desear. El aire se impregnaba con el aroma embriagador de vino, cerveza y exquisitas viandas, envolviendo por completo el espacio. Los comensales, animados y rebosantes de vitalidad, participaban en un festín ininterrumpido de canciones, libaciones y deleites culinarios. Conversaciones animadas, bromas risueñas y la armonía de risas compartidas resonaban en cada rincón, entre los clientes, los meseros y la tabernera, quien atendía diligentemente la barra con una sonrisa amable pegada en el rostro. En "El Festín del Rey", cada encuentro se convertía en una celebración, y sus paredes resonaban con la alegría que solo un rincón acogedor y cálido podría ofrecer.

En el corazón de este pintoresco escenario, una familia que invariablemente frecuentaba el establecimiento durante los Luminis de la semana, análogos a nuestros Sábados, se sumía en el deleite de las horas en la mencionada taberna. Los integrantes de esta familia, viajeros y mercaderes, se congregaban siempre en el mencionado día para compartir un tiempo de calidad en unidad. Entre ellos, destacaba una joven doncella de no más de nueve años, cuyos ojos observaban con cierto tedio y solemnidad la reunión de sus parientes. Había llegado a acostumbrarse a este tipo de encuentros, donde los mayores reían, bebían y compartían chanzas que ella aún no alcanzaba a comprender.

La perpetua tranquilidad del entorno impedía que emergieran relatos y cantos que captaran el interés de la joven, quien solía refugiarse en los libros de fantasía y aventura que uno de sus familiares le obsequiaba en cada encuentro. Con la certeza de que este día transcurriría como cualquier otro Luminis, ella anticipaba pasar el tiempo sola, sumida en sus pensamientos, fantasías y lecturas, ajena a la festividad que sus allegados se empeñaban en construir. Sin embargo, un elemento inusual, algo que se desmarcaba de la rutina que ella esperaba cada Luminis, atrapó por completo su atención.

Ginura de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora